Herbert Mujica Rojas
El Estado y su representante episódico cada 5 años, el gobierno, en Perú no representa a las grandes mayorías. No responde a sus expectativas de justicia, pan con libertad o igualdad. Por el contrario, es vocero de grupos minúsculos que persisten en la creencia que el país es una chacra, ellos son los mandones y el resto debe acatar cuanto se les ocurra y de lo que se trata es ¡que no toquen sus intereses y ganancias!
Para el profesor Francisco Durand “Nuestro estudio sirve para reflexionar sobre un fenómeno no solo poco estudiado sino pobremente comprendido. La captura del Estado, un pernicioso juego de poder contemporáneo, puede ocurrir en democracias o en dictaduras, y es por lo tanto un fenómeno que no está relacionado a un tipo particular de régimen, indicando cómo ciertos poderes, en este caso el corporativo, pueden lograr privilegios y ventajas con gobiernos elegidos o gobiernos de facto. La captura económica o corporativa, sin embargo, preocupa más en las democracias, porque en principio la suma de decisiones debe ser transparente y operar en un sistema de rendición de cuentas y estado de derecho”. Odebrecht, la empresa que capturaba gobiernos, p. 275, Lima, 2018.
La problemática fundamental sobre qué tipo de Estado y para qué, está totalmente olvidada por los clubes electorales, mal llamados “partidos políticos”. A estos grupos interesa colocar presidentes, congresistas, alcaldes, burócratas y copar todo puesto de poder administrativo pero conservando celosamente el status quo. Nada debe moverse o cambiarse porque he allí la gallina de los huevos de oro y ¡de ninguna manera —dicen— hay que matarla!
El Estado y sus gobiernos son cotos de caza de las sucesivas mafias que alternan colocaciones o manejan de manera mixta las riendas de cómo se administra el poder en el Perú y, ciertamente, muy de acuerdo con los genuinos y grandes poderes que dominan al mundo y que determinan qué produce y qué no Perú, cómo cotiza su moneda, qué clase de sistema económico predomina, si extractivista o exportador de piedras, manteniendo al país engrilletado a cánones tradicionales.
Las mafias que gobiernan desde siempre por “linaje”, apellido con autobombo, “tradición” y traiciones en todo orden de cosas: note el lector quiénes rotan de canal en canal, diario en diario, radioemisora en radioemisora, ministerio en ministerio, de gobierno a gobierno y constatará la subrayada repetición de “politólogos, analistas, estrategas, exégetas” que son los mismos desde hace 40 o más años y con una mediocridad disimulada por toneladas de “estudios” o cantinfladas llamadas pautas o carpetas o diseños estratégicos y rimbombancias por el estilo.
¡Los que sí están dentro y en el Estado —y en los gobiernos— son los tecnócratas sin dios, ni patria ni ley- y no se asemejan a los anarquistas puros y honestos, y que se dieron un capítulo especial en la llamada Carta Magna de 1993 poniendo al Estado como apéndice prescindible y cuasi inútil. Desde entonces el capitalismo salvaje, la explotación del hombre por el Estado y por el hombre es ley sin derechos para las grandes mayorías ni quién los defienda porque todos los poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial, están en su contra.
El manto aparente de legalidad es la jurisprudencia de minorías insolentes, discriminadoras y deshonestas que no dudan en hacer leyes desvergonzadas, indemnizarse a sí mismos y prestarse dinero por cientos de millones a bajo interés cuando ellos colocan ese dinero a más alto porcentaje con perjuicio de los clientes. ¡Qué les importa! Reactiva, pocos días atrás, ha sido la demostración más infame de cómo las mafias alimentan sus organismos sin que nadie pueda pararlos.
Los que no pertenecen a las mafias, los negocios independientes, acostumbrados a no pagar coimas, los que se ciñen a las leyes de los organismos de arbitraje, esos, hoy por hoy, corren el peligro de hundirse y con ello provocar el naufragio de cientos o miles de familias a lo largo de todo el Perú.
La tarea del poder y cómo obtenerlo debiera ocupar un plano central en las preocupaciones y ambiciones de la política peruana. “Olvidar” el tema es obsequiarlo —como sucede hoy— a las mafias que hacen lo que les viene en gana.