congreso 3 abrilHerbert Mujica Rojas
 
Hay un conjunto de ciudadanos que aspira a conducir al país y las vertientes son varias desde el Ejecutivo, el Congreso, la burocracia, alcaldías, gobiernos regionales, etc. La ambición es legítima bajo la premisa que existe qué aportar, decir y decidir en torno a los destinos socio-económicos-políticos del pueblo peruano. Imposible, hasta aquí, no estar de acuerdo.
 
La pregunta cotidiana en Perú es ¿por qué hay muchos hombres de Estado —o que dicen serlo o así se lo hacen cacarear a una prensa dócil— que más bien parecen mamarrachos que no atan ni desatan a la hora de asumir las grandes posturas y retos que plantea un Perú con quiebra moral desde su mismo nacimiento como república?
 
Por estos pagos hay un ciudadano que muestra urbi et orbi una foto con Haya de la Torre y el contrabando descarado que esa circunstancia suplantaría una militancia partidaria que jamás tuvo, una ideología que desconoce profundamente porque sus actos son en pro del capitalismo salvaje definido muy bien por Manuel Seoane como el azúcar caro y el cholo barato.
 
Más allá y acullá manadas de individuos improvisan colectas en las redes sociales, conferencias con supuestos defensores de la democracia y consiguen desprestigiar aún más el ejercicio político denostado por sectores inmensos de la población.
 
Una conclusión aterradora sería la de comprender con riesgo de una resignación terminal que nuestros hombres de Estado son miopes, incapaces de aprehender el horizonte enorme y complicado de la patria y que su ignorancia y falta de preparación intelectual o académica, ni que se diga del conocimiento de la realidad nacional, es de tal magnitud que ¡ya no hay nada que hacer! Del pantano no nacen flores ni virtudes en la cosa pública. La ciénaga pone su marchamo fétido en sus embajadores.
 
Por eso, pudiérase explicar, las discusiones de abogaditos en el Congreso se reduce a los estrechísimos confines de una legislación confusa y hasta contradictoria con reglamentos y modificaciones como es la del Perú. Y los productos son deformes, espinosos, intrincados, viles que hasta los autores luego enuncian como yerros por los que hay que pedir disculpas.
 
¿Está condenado Perú a vivir de estos malos hombres de Estado o mamarrachos, a la postre es lo mismo, o hay que buscar caminos y tránsitos de una reprogramación del quehacer político urgentemente?
 
La mentecatería se nota hasta en los más íntimos y recónditos entresijos del alma nacional. Los jóvenes abominan de la política y tienen otra clase de aficiones. ¿Es lícito que el alma juvenil decline una tarea indispensable para la construcción del Perú? He allí una interrogante premiosa.
 
¿Cuánto más bajo puede caer un país que carece de partidos políticos, de grupos creadores de doctrina o cuadros ideológicos, por simples que fueren, con el propósito de lograr un Perú libre, justo y culto?
 
Bien decía González Prada: tomar a lo serio cosas del Perú, esto no es república, es mojiganga.
 
13.07.2020
 
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