Herbert Mujica Rojas
 
Cuando los años adolescentes, tan o más voraces en intensidad lectora que hoy de ojos miopes aunque imbatibles, asaltaba literalmente la biblioteca familiar. Mi padre, fino y recio bruñidor de la curiosidad de sus hijos, poseía y tiene colecciones como aquella famosa que sacaba la argentina Tor a principios de los años 60. Ninguno de los grandes de la literatura universal salvó de caer bajo mis inspecciones escrupulosas que entendían muy poco por mi corta edad. Hoy no es mucho mejor el panorama (dígase de paso).
 
 
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Sentía particular predilección por los títulos franceses Los tres mosqueteros; las obras de Miguel Zevaco y las tramas caballerescas, guerreras y de intrigas que se ventilaban en la Francia borrascosa que anticipó al primer rey borbón cuyo trágico fin no desluciría nunca la admiración que concitó para la posteridad el que fuera Enrique IV.  
 
Precisamente y a propósito de lo acontecido un 24 de agosto, me enteraba en esas páginas nutridas en torno a la matanza de los hugonotes (protestantes-calvinistas), primero en París y luego en toda Francia, en lo que se denominó la Noche de San Bartolomé. Miles fueron ultimados por la intolerancia católica y ni siquiera el acto en pro de una paz fragilísima, Enrique III de Navarra contrayendo matrimonio con Margarita de Valois en 1572, amainó la tragedia. Tal parece que las pasiones desbordadas de acérrimo odio tiñeron las calles de sangre.
 
Esos recuerdos no fueron nunca olvidados. Cuando escolar se me ocurrió mencionar algo de estas lecturas en una visita que solía hacer con mucha regularidad a Víctor Raúl Haya de la Torre. Más bien extrañado el viejo león me inquiría de la razón de mis curiosidades y luego, como muchos otros esa y otras noches, nos quedamos escuchando la oceánica destreza con que Haya relataba pasajes, historias, anécdotas y habilidad en el galo de que era dueño. Hasta me corrigió cómo pronunciar Henri (aguda) y IV (kat) y decía que dicho soberano era muy travieso pues había tenido más de 15 hijos por todos lados.
 
Con más años a cuestas visité en Pont Neuf la estatua que París tributa a Henri IV de quien hay consenso en retratar como un magnífico rey muy preocupado de su pueblo y capaz de liderarle en instantes aciagos. Mano criminal acabó con su vida en 1610 y aunque fue el primer borbón y su obra fue la de un estadista, nada impidió el magnicidio.
 
Los tiempos se suceden tumultuosos, cataclísmicos y a pesar de todo eso hay amoríos que reverdecen sus laureles, otros que colapsan por su fanatismo y estupidez, cumbres que avizoran su promesa de fe indomable y tenaz en los destinos que habremos de construir para los más y no para los menos.
 
A mi madre y a mi padre, el agradecimiento eterno que su amor consagró en una familia numerosa de la que fui el primerísimo y el más travieso; al hogar fraterno de acerada consistencia y brillantes y munificentes sorpresas cotidianas; a las esperanzas que no fueron y otras que tendrán que ser con el paso de ese tiempo que configurará nueva victoria como la que anunció González Prada que aún nos debe el porvenir.
 
Un día como hoy, hace 63 años, nací. ….. Son testigos…… la soledad, la lluvia, los caminos….
 
                 
24.08.2020        
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