Por Fernando March (*)
A ver mis niños, vamos a hablar de un amiguito que durante mi infancia me ayudó a sobreponerme de muchos dolores del corazón, de muchas humillaciones, de muchas indiferencias mortales y de seguro traumáticas para la dignidad de cualquier niño. Digo niño, no adulto. Pepe Le Pew es un personaje muy simpático. En él se concentra el alma romántica y el espíritu acogedor de los corazones enamorados de París: la ciudad del amor y la plenitud, así como de la libertad.
Viendo a Pepe Le Pew me veía a mí mismo, a los siete años, conociendo la primera quemadura de amor por una niña blanca, rubia y muy dulce del colegio Punta Arenas de Talara: Patricia Cornejo.
Aquella niña era un dechado de virtud. Angelical y calladita. Una niña inolvidable; pero para la cual yo no existía. Ni existiría jamás. Es más, ella apenas sabía que yo estaba en el aula. Mi paso por el colegio Punta Arenas fue fugaz. Era el año 1976, y ya mi corazón sentía ese apego por la belleza, por la delicadeza y por los sentimientos no correspondidos que no se alcanzan, jamás. Era el alma de un artista que busca con afán lo imposible.
Que anhela lo que a sus manos jamás podrá llegar y que necesita modelar, con su alma, lo que físicamente le es imposible lograr.
Gran parte de esas vivencias las trasladé muchos años después a los versos de Nogalia; pero esa, es otra historia.
Ahora bien, yo tenía amigos en el colegio que conocían perfectamente mi afecto sincero por aquella niña. Ellos eran más “vivos” que yo. Se iban introduciendo en el corazón de las niñas a punta de mostrarse más “abiertos”, “más audaces”. No temían hablar con ellas y hasta las ridiculizaban para que estas sintieran aquel raro comezón de que “alguien” al menos se interesaba por ellas, y que estas “harían lo posible” por cambiar esa percepción distorsionada que aquel niño “audaz “ tenía de ellas, redimiéndoles de todas sus miopías y afrentas gratuitas hacia aquellas.
En ese panorama, tan crucial, yo no existía para nadie. Porque toda mi vida infantil y juvenil fui el “perfecto chupao”, como se dice aquí. Un individuo que jamás se atrevió ni siquiera tocar con el pétalo de una palabra el corazón delicado de una niña. Ese fui yo.
Ahora que me acuerdo, no me avergüenzo; pero entonces sí, porque fuimos criados con la percepción varonil de que un hombre avezado, audaz y realmente masculino se atrevía a enfrentar cualquier indiferencia o maltrato inicial de una mujer, para luego someterla (como a una yegua castiza) al conocimiento de que, en realidad, él, era el hombre de su vida.
Esa concepción de “masculinidad” fue mi ruina y causa de mis más grandes traumas de niño. Saber que jamás podría conseguir su amistad, ni siquiera una mirada de ella. Fue una época difícil. Donde un niño de siete años estaba completamente abandonado a algo que ni siquiera entendía: el primer gran amor platónico de su vida.
En ese contexto, ver a Pepe Le Pew, le cambia a uno la vida. El saber que Pepe no es como tú. Que Pepe Le Pew es libre y capaz de expresar lo que siente y lo que desea. Que es libre para decir lo que piensa de la belleza femenina y cuanto le entusiasma entregar su cariño sin reservas. Ese es el París del 1800, del 1900. Ese es el París del cual se enamoró Vallejo, Mario Vargas Llosa, Cortázar, Alejo Carpentier, García Márquez, Asturias, etc. Y yo.
El saber que Pepe Le Pew, pese a todo lo que es, jamás alcanzará el amor de una “linda zorrillita”, es gratificante porque te muestra un personaje a todas luces aversivo (por el pésimo olor que desprende) luchando por un amor imposible. Ese olor mefítico que significa el “estigma” con que nos condena la sociedad de antemano. Esa idea nauseabunda que le dice a “tu parecer” quien merece o no estar a tu lado. Esa es la verdad de todo ello.
De hecho sabemos que Pepe Le Pew, pese a ser “audaz” y “muy masculino” está, irremediablemente, condenado al fracaso. Y a un fracaso, aún, más desastroso que el de un niño de siete años, tímido, que jamás logrará lo que anhela. Y es risible y terapéutico.
Si muchos dicen que la marihuana es “terapéutica” y le achacan “propiedades celestiales” a una yerba total y comprobadamente nociva y asquerosa, en esa “ley” de aquellos, yo del mismo modo digo que Pepe Le Pew es una forma de terapia para todos aquellos corazones que jamás verán la consumación de un cariño. Yo por mi parte jamás he visto violar, a Pepe Le Pew, a la gatita que persigue. Encima es gatita, o sea, una barrera racial absoluta e insalvable.
Pero eso no le impide amar, con intensidad y verdadera devoción, a quien jamás le dará su favor. Él le demuestra su amor con besos, caricias y detalles de afecto que jamás serán correspondidos. Sólo el hecho de tocarla no incluye la “condición irremediable” de que va a consumar con una “violación” su proceder audaz. Y en esto los hipócritas tienen su mejor argumento para destruirlo. Pero recordemos el caso de Carl Muscarello o de George Mendonsa, cuando uno de ellos besó inesperadamente a la enfermera Greta
Friedman al final de la Segunda Guerra Mundial. Y fue un hecho fotografiado y universal. Greta fue una mujer fuerte y consciente de que había sido sólo un efecto de la emoción. Una sobrecarga de adrenalina. Y jamás condenó aquel hecho. Es más, reclamó ser ella la de la foto. Aquí los hipócritas dirán de mí: “Hace apología del manoseo”. ¡Y no es cierto!
Una mujer fuerte e inteligente como las de ahora reclama el derecho de “ser ella” la que toque al varón y vaya en su búsqueda, y, ¡está muy bien! Su derecho como ser humano le asiste a ello. Sabe de antemano que un hombre “en toda su acepción” jamás se resistirá a ella.
Pero, ¿qué pasaría si los varones legalizan su movimiento “TOON ME” (o sea al revés) y también quieren el derecho de no ser tocados sin su consentimiento? Estarían, de igual modo, en su derecho y nadie podría negárselo. Chicos y chicas ejerciendo su derecho, en la medida de lo posible. ¡Fenomenal!
Pepe Le Pew es una víctima de su amor desmedido. Un amor casto que jamás terminará en algo. Es un desaprensivo enamorado que, pese a fracasar, jamás pierde el optimismo.
El que le cierre la puerta a la gata es porque reclama de ella toda una atención que jamás se le dará. Cuando un violador real cierra la puerta lo hace cerrando toda lógica y toda conmiseración para con su víctima, en su corazón.
Son dos cosas totalmente opuestas señor Charles M. Blow, si así no lo entiende usted. Y es porque es preso de ideologías nuevas y radicalmente opresivas que amenazan con convertirnos en seres dogmáticos y carentes de toda comprensión y tolerancia. Pepe Le Pew jamás conseguirá ser redimido por nadie y esa es su desgracia.
Cerrar los ojos a eso no es más que una intención malsana y realmente ridícula.
Pepe Le Pew significa mucho para quienes nos hemos repuesto de nuestros traumas de desafecto y aversión, toda una vida. Por él sabemos que nuestro amor sufrió la misma devastación y aniquilación que el de aquel zorrillo enamoradísimo y mefítico; pero con un gran corazón.
Fernando March
Ciudad Coloma
(*) Poeta, novelista y dramaturgo estudió secundaria en el Colegio Marista Santa Rosa de Sullana. Al igual de César Vallejo, también abandonó la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Piura por su pasión literaria.