Epidemia de comisiones

 

Este antiguo texto tiene alguna modesta vigencia. Más aún ahora que el Establo se da el lujo de tener una pomposa Comisión de Inteligencia (nadie sabe bien para qué o con qué propósitos) de flamante génesis con resobados y muy mediocres integrantes.

 

Hasta donde se sabe hay seria riña, incompatible convivencia entre el oscurantismo ambiente y los retos que cualquier cometido de inteligencia plantea, el primero de ellos, poseer esa virtud que según el 100% de análisis, escasea rotunda y penosamente en la Plaza Bolívar. No obstante ser objeto de irrisión perenne, los burócratas necesitan “demostrar” que trabajan y por eso cobran. Recordemos pues algunas admoniciones de tiempo atrás.
 
Señal de Alerta
por Herbert Mujica Rojas
3-11-2002
 
Epidemia de comisiones
http://www.voltairenet.org/article161652.html?var_mode=recalcul
 
Si hay una palabra mentadísima en la historia del Perú luego de las consabidas honor, estabilidad, estado de derecho, formalidad, esta es: comisión. Se alude así a un grupo que tiene el propósito de investigar o trabajar determinado tema. La verdad que las comisiones no han sido sino una válvula, un escape proditor, un maquillaje, un homenaje del Perú formal hacia las tribunas que no alcanzan a comprender cómo estas benditas comisiones nunca llegan a resultados efectivos sino a declaraciones o poemas que nada resuelven, poco sirven y mucho cuestan.
 
Una leyenda socarrona aludía a que las comisiones parlamentarias eran precisamente para generar respuestas negativas, de no solución, de inextricable madeja. En buen romance, el Congreso y sus comisiones orillan diagnósticos, sirven de escenario a oradores mediocres y no pocas veces han sido –y son- refugio de imbéciles a quienes los 15 y los 30 convencen que son realmente seres humanos y no zombies elegantemente vestidos.
 
Una discusión sobre la mega-comisión tiene envueltos en distintos bandos a los legiferantes. Como si uno u otro sentido fuera a favor del país. No, de lo que se trata es de prolongar la “vigencia” política de unos inquilinos precarios por más que su origen haya tenido certificación popular.
 
¿Hasta cuándo un Congreso que no se corresponde con la realidad popular tiene mandato? Por eso es que gruesas franjas del parlamento actual se oponen rotundamente a la renovación de este organismo por tercios. Piensan –y lo hacen bien- que pueden estar en la tercera parte impugnable por el veto popular. Pero, ¿con qué derecho el pueblo tiene que soportar a mentirosos y estafadores encaramados en un poder devaluado que sólo se ocupa de naderías? Para los pueblos del interior, el Congreso, sus ocupantes, sus pelotones de secretarias y batallones de asesores, no importan un bledo. La realidad es más dura que los discursos que se escuchan en el hemiciclo de la Plaza Bolívar.
 
Los abogados –en su gran mayoría- viven de la prolongación de los juicios. No importa si las causas están perdidas, el negocio es alargar las tratativas y las consabidas idas y vueltas de dineros que enriquecen o coimean. Los congresistas tienen su propio recurso: las comisiones. ¿Alguien puede demostrar efectividad en éstas? Básicamente están hechas para que la tribuna vibre o se emocione por asuntos episódicos, casi sin importancia, porque el veredicto es el borrón y cuenta nueva. Para eso están los jueces inmorales y los mafiosos que son dueños del Perú.
 
Ha poco una bellísima y joven colega me dio su diagnóstico sobre el país: el 90% del Perú –me dijo- tiene dueño. ¡Y no se equivoca! El retrato que en su época hizo Carlos Malpica hoy encuentra una desolada y triste reiteración, corregida y aumentada. Todo sigue peor. ¡Qué increíble!
 
En descargo, los congresistas pueden decir que no hay otra forma de trabajar. Puede ser, pero ello no quita que básicamente las comisiones no sirvan para otra cosa que perder tiempo y justificar los gruesos emolumentos que perciben mensualmente. El sistema en sí es injusto porque privilegia a minorías en nombre de la democracia. Y la
epidermis social sigue con sus costras cancerosas sin mayor problema porque nos han hecho creer que ésta es la democracia. ¡Pamplinas!
 
¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!