Miseria de la diplomacia
Miseria de la prensa
Miseria de los intelectuales silentes
Desgracia del pueblo al que se le quiere vendar los ojos
Sabemos que La Razón no tiene una historia ejemplar, pero hechos son hechos, pruebas son pruebas, vengan de quien vengan, y lo revelado en las últimas semanas es un escándalo histórico sin precedentes, un terremoto de 10 grados Richter, un maremoto devastador, un huracán demoledor y un incendio gigantesco en la historia del Perú, como lo sería en cualquier país decente.
Sin embargo, los grandes medios de comunicación no han reflejado ningún sacudón de las estructuras podridas que cimientan nuestra siempre perdedora diplomacia, no han visto las aplastantes masas de agua del maremoto, totalmente perceptibles para quienes tienen intacta la moral patriótica, tsunami que se rebela contra esa gusanera más que centenaria; quienes están muertos para la patria pero vivos para su patrón sureño no han sentido la fuerza centrífuga del huracán que quiere ventilar la fetidez que tanto tiempo se instaló en Torre Tagle, ni el fuego abrasador que debería reducir a cenizas el andamiaje y la papelería prochilena que infesta nuestra Cancillería, herida de muerte por los corruptos que la parasitan.
Pero por más que traten de callar, el pueblo ya sabe quiénes son; el ciudadano ya ha visto la cópula pública con Lan, con Ripley, Saga Falabella y sinnúmero de insaciables y corruptores fornicarios que recorriendo las calles de la Sodoma por ellos y su dinero construida han encontrado pintarrajeada y parada en una esquina a su prensa libertina y descarada para entregarse, pero discreta y recatada para guardar los secretos de la conjura antiperuana. ¡No saben que a toda Sodoma espera un final calamitoso!
Fabián Novak y sus superiores en el aparato estatal deben dar cuenta al país de su conducta en contra de los intereses patrios ―y de la posición oficial del Gobierno―, por la firma de documentos que favorecen a Chile en asuntos tan delicados como los límites, traición que debilita notablemente la posición negociadora del Perú de cara a próximas tratativas o disputas en tribunales internacionales. No sólo debe irse a su casa el proditor, con expulsión deshonrosa del escalafón de servidores públicos; el pueblo debe ser informado de la sanción que tendrá, para vigilar que se cumpla; además, con el precedente sentado por esta traición, el Congreso de la República deberá promover la legislación correspondiente para tipificar el delito de lesa patria cometido por el mencionado funcionario y quienes con su inoperancia cómplice lo encubren y protegen.
Allan Wagner, pese al documento publicado sobre su sumisión ante el pedido chileno de alterar nuestros textos de historia, sigue campante mandando a nuestras Fuerzas Armadas. ¿Pretende el Gobierno destruir más aún la ya minada moral de nuestros militares? ¿Creen Allan Wagner y su protegido que manteniéndose en silencio hasta que pase la tempestad van a salir bien librados de esta situación? ¿Creen que quedándose calladitos la ciudadanía no los va a considerar traidores a la patria? ¿Cree el presidente Alan García que estos delitos no manchan a su gobierno, o que “por cuerda separada” cada ministro ve si castiga o encubre al subordinado corrupto?
El Perú espera de Javier Pérez de Cuéllar y todos los diplomáticos mencionados una explicación. Con decir “... no me acuerdo...” el ex Secretario General de las Naciones Unidas está insultando a todos los peruanos. Es necesario que tenga un gesto de honestidad y explique al país que se equivocó o que determinadas personas ―¡nombres, por favor!― lo presionaron o lo sorprendieron; y en ese caso, que se amplíen las investigaciones para incluir a todos los comprometidos en este escándalo.
Esperemos que con decir que necesitamos “enfriar el ambiente” Pérez de Cuéllar no esté pidiendo encubrimiento ni olvido. El olvido nunca ha hecho bien a nuestro país. Si nos equivocamos, es necesario saber en qué, si no, siempre seguiremos por el camino de oscuridad que sumirá al Perú en más miseria material y moral y agravará la infiltración del país chileno, que busca consolidar su posición dominante en el Perú gracias a la ayuda de los grandes medios de comunicación y funcionarios venales encastados y enquistados en la Cancillería y en otras dependencias del Estado. No sólo deben ser juzgados por la historia por su inmoral contubernio con el enemigo, sino que ya es necesario aplicar el castigo que redima en algo las culpas y el daño perpetrado.
Lo acontecido en la Cancillería con las personas mencionadas no es sino una muestra más de lo peligroso que es dejar la conducción de las relaciones exteriores en manos del Presidente de la República y la Cancillería sin que exista una ley y reglamentos que definan las funciones y delimiten las atribuciones tanto del primer mandatario como de los diplomáticos, quienes, bajo el manto de la normal reserva que debe tener el trabajo diplomático, fácilmente sucumben a la tentación de actuar en contra de los intereses de la patria de sus padres y del Estado que les paga sus sueldos. No podemos dejar que locos y corruptos conduzcan a su libre albedrío la política exterior del Perú; es urgente poner un marco legal que acabe con el perjudicial libertinaje y ponga las cosas en su sitio.
Ya es tiempo también de insuflar nuevos y saludables aires a la cancillería y hacer de conocimiento público lo perjudicial que es la presencia en Torre Tagle de castas familiares que creen tener derecho hereditario en la diplomacia, por lo cual vemos repetidos desde el siglo XIX hasta hoy los mismos apellidos que han llevado inexorablemente a la pérdida de territorio peruano. ¿Estas pérdidas ocurrieron porque esos diplomáticos de familias “distinguidas” eran corruptos o porque eran incapaces? Sea por corruptos, sea por incapaces, deben irse de la Cancillería, para que entre gente nueva, gente del pueblo que en sus hogares se haya nutrido con los sentimientos de honestidad y amor a la patria. Está claro que los individuos de la casta de “gente bien” no han defendido los intereses del Perú sino de los países beneficiados cada vez con buenas lonjas de nuestro territorio; ya es demasiado fracaso y demasiada pérdida.
A lo largo de la historia ya hemos tenido más que suficiente con la entrega de Leticia a Colombia, con la firma del tratado de 1929, que sólo daba ventajas a Chile, con la entrega del kilómetro cuadrado de Tiwinza, entre otras perlas de la traición que ocurre cuando el Presidente de la República y la Cancillería actúan a su libre albedrío sin el control preciso y efectivo de una legislación que norme la conducción de las relaciones exteriores.
La memoria y la sangre derramada por nuestros héroes, el recuerdo de quienes se inmolaron haciendo frente al saqueo, la rapiña, los incendios, las violaciones de mujeres y los asesinatos cometidos por el país delincuente del sur requieren una enmienda inmediata.