Cortina de sangre
Por Gustavo Espinoza M. (*)
No. No se trata de una habitual cortina de humo. Se trata de una cortina de sangre. Y la usa el gobierno del Dr. García Pérez para ocultar la gravedad de la crisis que corroe severamente las bases mismas de su gobierno.
Por Gustavo Espinoza M. (*)
No. No se trata de una habitual cortina de humo. Se trata de una cortina de sangre. Y la usa el gobierno del Dr. García Pérez para ocultar la gravedad de la crisis que corroe severamente las bases mismas de su gobierno.
Estamos hablando de los recientes sucesos ocurridos en el Valle de los ríos Apurimac y Ene —el VRAE— cuya expresión más dramática fue el episodio de Sinaycocha que costara la vida a tres efectivos de la Fuerza Aérea Peruana y la destrucción de un helicóptero, según se dice por obra y gracia de Sendero Luminoso aliado al narcotráfico.
La revista Caretas, con acierto, asegura que este suceso "puso en su real dimensión las intenciones y la capacidad operativa de los terroristas", pero se cuida, ciertamente, de precisar cuáles son esos terroristas a los que alude de manera genérica.
Porque cuando entrega la información, se detiene en Jorge Quispe Palomino, a quien sindica como presunto "Cabecilla de Sendero Luminoso" y líder, por cierto de "la columna" que consumó el ataque a la nave aérea. En esta inhóspita zona ubicada entre el Trapecio Andino y la selva central.
Lo curioso es que la propia revista, y su columnista mejor informado en la materia —Gustavo Gorriti— deslizan sugerentes informaciones referidas a este supuesto jefe alzado en armas y -¡Oh, sorpresa!- colaborador estrecho y antiguo de la institución castrense.
Dicen, en efecto, que éste, capturado hace unos 15 años, aceptó colaborar con "los servicios" y prestó valiosa información que permitió detectar las rutas de desplazamiento de los terroristas. A partir de allí "vivió en un cuartel, vistió el uniforme militar y voló en vuelos de reconocimiento" en la región.
En otras palabras, actuó como un típico oficial de servicio y cumplió tareas de comando contando con la confianza absoluta de la superioridad, formalmente encargada de proteger la zona, considerada formalmente como "roja" en el argot militar y donde todas las precauciones imaginables resultan cortas para los interesados.
La misma revista asegura que, luego, Quispe Palomino fue "liberado" y consiguió, como premio adicional, que le fuera proporcionado un equipo de comunicación satelital a fin de "mantener contacto" con el mando castrense.
Con toda esa información —que nadie ha desmentido— ¿no podría sospecharse de este presunto "líder senderista"? ¿No habría base para suponer que se trataría más bien de un "agente operativo encubierto" de los servicios especiales de la institución armada" y poseedor, por eso mismo, de armamento sofisticado capaz de causar daños irreparables a un helicóptero formalmente blindado y matar a sus tripulantes?
Después de todo, ocurrió no hace más de dos meses un hecho que hasta hoy nadie ha explicado: un cargamento de armas de guerra fue intervenido en circunstancias en las que era trasladado desde la capital en una línea comercial de transporte.
En su momento se dijo que eso correspondía a una "remisión irregular de armamento", pero nunca se precisó quiénes eran los verdaderos destinatarios del citado arsenal, ni qué finalidad cumplía su remisión.
"Piensa mal, y acertarás", dice un proverbio muy común y bastante conocido. Y, en efecto, bien podría suponerse que las armas incautadas no estaban destinadas a la institución formal operante en la zona —si fuera así, habría sido la carga remitida por vía regular con la custodia de orden pertinente— sino a una suerte de grupo clandestino encargado de tareas "especiales", y dotado de licencias de otra índole para actuar sin ser detectado.
No hay que descartar por eso el que sobrevivientes de los sucesos de Sinaycoha denunciaran que un ex licenciado del ejército actuara como "franco tirador" al lado de los senderistas en la acción que se reseña.
Vivimos en el Perú una situación especial. Fuerzas interesadas en restaurar el dominio de las camarillas mafiosas que usurparon el Poder en los años de la violencia, buscan crear un clima artificial de violencia para justificar medidas y acciones de corte represivo contra la población civil y sus instituciones democráticas.
Cuentan para este propósito con ingentes recursos materiales, económicos y políticos. Incluso con vínculos que los unen a diversas autoridades hoy en funciones. Y pueden, por eso mismo, asegurar operativos, pero también garantizar impunidad a sus autores. No es poca cosa.
En el pasado, lo hicieron así: consumaron numerosos atentados terroristas y los adjudicaron a Sendero Luminoso. Ese pequeño grupo las reivindicó también como "suyas", entusiasmado por la resonancia mundial que el hecho les daba.
Con ese aval, "los servicios" hicieron lo que correspondía a los intereses de la Clase Dominante: impusieron una dictadura terrorista, quebraron la resistencia de los trabajadores, persiguieron, encarcelaron e incluso mataron a numerosos opositores políticos y luchadores sociales, institucionalizaron la tortura, instauraron una política sistemática de violación de los derechos humanos, estigmatizaron el ideal socialista y mancharon con sangre las siglas y los símbolos de la Revolución Mundial, y -finalmente- impusieron un modelo de dominación basado en el neoliberalismo, cortando de raíz todas las conquistas sociales y los avances democráticos de la sociedad peruana.
Lo que en Chile, Pinochet pudo imponer a sangre y fuego luego de varios años de horror, aquí fue impuesto en muy poco tiempo por civiles y militares reaccionarios y corruptos, varios de los cuales hoy están presos porque —en su empeño— cometieron los más diversos delitos: desde crímenes horrendos hasta vulgares latrocinios con los recursos de Estado.
Pero no operaron ni solos, ni por su cuenta. Hoy se sabe, oficialmente, que la eminencia gris de esta política. Actuó en colusión abierta con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y fue protegido por ella hasta el fin de sus acciones.
Nadie duda que podría volver a gozar del mismo respaldo de repetirse las condiciones que los suyos, ahora quieren reeditar.
Por eso estos hechos —como la dolorosa muerte de oficiales de la Fuerza Aérea— so usados por el régimen actual casi como cortinas para encubrir sus trapisondas políticas. Pero claro, no se trata de cortinas de humo, sino de sangre (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com
La revista Caretas, con acierto, asegura que este suceso "puso en su real dimensión las intenciones y la capacidad operativa de los terroristas", pero se cuida, ciertamente, de precisar cuáles son esos terroristas a los que alude de manera genérica.
Porque cuando entrega la información, se detiene en Jorge Quispe Palomino, a quien sindica como presunto "Cabecilla de Sendero Luminoso" y líder, por cierto de "la columna" que consumó el ataque a la nave aérea. En esta inhóspita zona ubicada entre el Trapecio Andino y la selva central.
Lo curioso es que la propia revista, y su columnista mejor informado en la materia —Gustavo Gorriti— deslizan sugerentes informaciones referidas a este supuesto jefe alzado en armas y -¡Oh, sorpresa!- colaborador estrecho y antiguo de la institución castrense.
Dicen, en efecto, que éste, capturado hace unos 15 años, aceptó colaborar con "los servicios" y prestó valiosa información que permitió detectar las rutas de desplazamiento de los terroristas. A partir de allí "vivió en un cuartel, vistió el uniforme militar y voló en vuelos de reconocimiento" en la región.
En otras palabras, actuó como un típico oficial de servicio y cumplió tareas de comando contando con la confianza absoluta de la superioridad, formalmente encargada de proteger la zona, considerada formalmente como "roja" en el argot militar y donde todas las precauciones imaginables resultan cortas para los interesados.
La misma revista asegura que, luego, Quispe Palomino fue "liberado" y consiguió, como premio adicional, que le fuera proporcionado un equipo de comunicación satelital a fin de "mantener contacto" con el mando castrense.
Con toda esa información —que nadie ha desmentido— ¿no podría sospecharse de este presunto "líder senderista"? ¿No habría base para suponer que se trataría más bien de un "agente operativo encubierto" de los servicios especiales de la institución armada" y poseedor, por eso mismo, de armamento sofisticado capaz de causar daños irreparables a un helicóptero formalmente blindado y matar a sus tripulantes?
Después de todo, ocurrió no hace más de dos meses un hecho que hasta hoy nadie ha explicado: un cargamento de armas de guerra fue intervenido en circunstancias en las que era trasladado desde la capital en una línea comercial de transporte.
En su momento se dijo que eso correspondía a una "remisión irregular de armamento", pero nunca se precisó quiénes eran los verdaderos destinatarios del citado arsenal, ni qué finalidad cumplía su remisión.
"Piensa mal, y acertarás", dice un proverbio muy común y bastante conocido. Y, en efecto, bien podría suponerse que las armas incautadas no estaban destinadas a la institución formal operante en la zona —si fuera así, habría sido la carga remitida por vía regular con la custodia de orden pertinente— sino a una suerte de grupo clandestino encargado de tareas "especiales", y dotado de licencias de otra índole para actuar sin ser detectado.
No hay que descartar por eso el que sobrevivientes de los sucesos de Sinaycoha denunciaran que un ex licenciado del ejército actuara como "franco tirador" al lado de los senderistas en la acción que se reseña.
Vivimos en el Perú una situación especial. Fuerzas interesadas en restaurar el dominio de las camarillas mafiosas que usurparon el Poder en los años de la violencia, buscan crear un clima artificial de violencia para justificar medidas y acciones de corte represivo contra la población civil y sus instituciones democráticas.
Cuentan para este propósito con ingentes recursos materiales, económicos y políticos. Incluso con vínculos que los unen a diversas autoridades hoy en funciones. Y pueden, por eso mismo, asegurar operativos, pero también garantizar impunidad a sus autores. No es poca cosa.
En el pasado, lo hicieron así: consumaron numerosos atentados terroristas y los adjudicaron a Sendero Luminoso. Ese pequeño grupo las reivindicó también como "suyas", entusiasmado por la resonancia mundial que el hecho les daba.
Con ese aval, "los servicios" hicieron lo que correspondía a los intereses de la Clase Dominante: impusieron una dictadura terrorista, quebraron la resistencia de los trabajadores, persiguieron, encarcelaron e incluso mataron a numerosos opositores políticos y luchadores sociales, institucionalizaron la tortura, instauraron una política sistemática de violación de los derechos humanos, estigmatizaron el ideal socialista y mancharon con sangre las siglas y los símbolos de la Revolución Mundial, y -finalmente- impusieron un modelo de dominación basado en el neoliberalismo, cortando de raíz todas las conquistas sociales y los avances democráticos de la sociedad peruana.
Lo que en Chile, Pinochet pudo imponer a sangre y fuego luego de varios años de horror, aquí fue impuesto en muy poco tiempo por civiles y militares reaccionarios y corruptos, varios de los cuales hoy están presos porque —en su empeño— cometieron los más diversos delitos: desde crímenes horrendos hasta vulgares latrocinios con los recursos de Estado.
Pero no operaron ni solos, ni por su cuenta. Hoy se sabe, oficialmente, que la eminencia gris de esta política. Actuó en colusión abierta con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y fue protegido por ella hasta el fin de sus acciones.
Nadie duda que podría volver a gozar del mismo respaldo de repetirse las condiciones que los suyos, ahora quieren reeditar.
Por eso estos hechos —como la dolorosa muerte de oficiales de la Fuerza Aérea— so usados por el régimen actual casi como cortinas para encubrir sus trapisondas políticas. Pero claro, no se trata de cortinas de humo, sino de sangre (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / www.nuestra-bandera.com