Herbert Mujica Rojas
Dijo con voz solemne y sentenciosa la parlamentaria Patricia Chirinos que “en política todos los viejos tenemos antecedentes”.
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En la política peruana, o lo que así se denomina en este revoltijo de mediocridades cotidianas, difícil distinguir entre antecedentes o prontuarios.
¿Qué es un político en nuestros lares?
Con excepciones contadas, un logrero cuyo mejor éxito constituye, no el bien de la nación en sus preteridas mayorías nacionales, sino el lucimiento frente a cámaras televisivas, micrófonos radiales y medios escritos urbi et orbi.
Su mejor blasón es la incultura y desconocimiento de que da cuenta hasta en la inflexión de la voz ora espontánea ora delicadamente diafragmática. Vive navegando en la epidermis y olvida el coágulo social que anida explosivo en todas las regiones del Perú.
Desvergonzados e inmorales que ayer nomás veían sus nombres en el fango de cuitas impropias para funcionarios de Estado, hoy proclaman la chance de hacer alianzas para sus ambiciones presidenciales. Algo así como el criminal que asesina a la democracia que pretende hoy el coro adláter que limpie sus porquerías.
Capituleros y mediocres no atisban siquiera qué es lo que han hecho, tan embebidos de su angurria de ganar dinero con oscuridades de todo calibre.
Don Manuel González Prada escribió sobre la casa que está en Plaza Bolívar:
“¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República. Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación.” (Los honorables, Bajo el oprobio, 1914).
Más aún fulminó:
“¡Oh manía legiferante de los políticos peruanos! Quieren improvisar hombres a fuerza de imponer leyes: no hay organismos, y decretan funciones; no hay ojos, y exigen largavistas; no hay manos, y ordenan guantes. Quizá no existe candidato a la Presidencia, juez, diputado, bachiller, amanuense o portero que no archive en la cabeza su constitución, sus códigos, sus leyes orgánicas, sus decretos ni sus bandos. Todos guardan la salvación de la patria en algunos rimeros de papel entintado con algunas varas de proyectos y lucubraciones. ¡Cuánto político por afición atávica venida de su abuelo el conserje o de su padre el ex-senador suplente! (Cuánto sociólogo por haber oído el nombre de Comte y saber la existencia de Spencer y Fouillée). Esos políticos y sociólogos, pretendiendo conducir a las naciones, nos causan el efecto de un mosquito afanándose por desquiciar a un planeta. Ocurren ganas de apercollarles y decirles:
¡Basta de reformas y proyectos, de logomaquias y galimatías! Más de ochenta años hace que ustedes viven chachareando en las Cámaras, desbarrando en los ministerios, rastacuereando en las legislaciones y dragoneando en los puestos de la administración pública. Vayan unos a carenar buques, otros a barretear minas, otros a mondar legumbres, otros a bordar casullas, otros a manejar escobas, otros a segar hierba o quebrantar novillos.”, (Nuestros legisladores, Horas de Lucha, 1906)
¿Qué distinciones, a fuerza de méritos propios, puede otorgársele al Congreso? La primera presea se refiere a su escasísimo arrastre popular: ¡menos del 10%! Un grueso grupo dedicó más de 15 meses a torpedear la presidencia de Pedro Castillo. Recordar que aquél se suicidó solo, evidencia la ineptitud de estos amotinados.
La gente los detesta pero los chicos y chicas del Parlamento desean crear el Senado y fletar la reelección. Vivir de la cansada ubre del Estado es un deporte de supervivencia para no pocos ganapanes.
La escasez de miras y falta de visión del Congreso todo, les hace ajenos, por profanos y mentecatos al gran debate mundial de cómo los imperialismos ya están peleándose por el Perú con su complicidad culposa.
¡Y ahora van tras el JNJ y volvemos a la historia totalitaria del fujimorismo delincuencial!
Hay mucho que denunciar y exclamar. Y sólo resta decir que el periodismo, que forma también parte de la política, no es una excepción ni un islote que pueda enorgullecerse de sus silencios, de la emisión de sus diatribas u “opiniones” o de los juicios que otorgan “inocencia” o “culpabilidad” a quien goce o carezca del amparo de sus simpatías.
17.09.2023
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