Juan Velasco Alvarado y los trabajadores
Por Gustavo Epinoza M. (*)
41 años han transcurrido desde aquella primera semana de octubre de 1968, cuando en el Perú se inició el proceso de transformaciones antiimperialistas liderado por el general Juan Velasco Alvarado, y que lograra el respaldo y el apoyo multitudinario de los trabajadores y el pueblo.
Por Gustavo Epinoza M. (*)
41 años han transcurrido desde aquella primera semana de octubre de 1968, cuando en el Perú se inició el proceso de transformaciones antiimperialistas liderado por el general Juan Velasco Alvarado, y que lograra el respaldo y el apoyo multitudinario de los trabajadores y el pueblo.
Cuando asomó en el escenario nacional el movimiento militar del 3 de octubre, el país vio con fundada desconfianza lo que estaba ocurriendo. Y es que, tradicionalmente en el Perú, la institución castrense había defraudado los intereses del país, por haber actuado como cancerbero de los privilegios de una oligarquía envilecida que había dispuesto de todos los recursos del Estado y de la Nación en su provecho.
Con inusual franqueza, el propio Velasco lo reconoció en su momento: "debemos entonces admitir que no supimos interpretar el mensaje de la historia y que, puestos en el umbral de una nueva época, no tuvimos la sabiduría de hacer inteligible nuestro rumbo y de trazar con seguridad nuestro camino.". Y en efecto, virtualmente desde los orígenes de la República —y salvo rarísimas excepciones— los jefes militares prefirieron actuar como sostenedores de los regímenes más corruptos, en lugar de emprender las grandes tareas nacionales que el país demandaba a los peruanos.
Esta línea trágica de acción se rompió cuando las fuerzas del Imperio menos lo esperaban. Y precisamente fue un eslabón de la cadena que nos ataba al Gran Capital, lo que sirvió como acicate para que, de pronto, un núcleo pequeño de la institución armada, tomara conciencia verdadera de sus deberes y se dispusiera a cambiar, para beneficio del país y de los peruanos. Fue Velasco el líder indiscutido de ese proceso.
El 9 de octubre de 1968, cuando las Fuerzas Armadas del Perú ocuparon las instalaciones de la Internacional Petroleum Company y revertieron los yacimientos de La Brea y Pariñas al patrimonio nacional, cuando realmente se dio inicio al proceso de transformaciones antiimperialistas profundas que aun hoy concita viva simpatía entre los trabajadores y un explicable odio en las tiendas más reaccionarias y sus voceros.
Ya en ese entonces existía la Confederación General de Trabajadores del Perú. Es bueno recordarlo porque hay quienes —incluso en predios de la Izquierda— sostienen erróneamente la idea de que la CGTP se formó "en el periodo de Velasco y gracias a su apoyo". Y eso es rigurosamente falso.
La larga lucha del movimiento sindical clasista contra el amarillaje y la traición entronizada en la CTP entonces existente, alcanzó sus frutos en realidad en septiembre de 1966, cuando los sectores más avanzados del proletariado peruano crearon el llamado Comité de Defensa y Unidad Sindical -el CDUS- que dos años más tarde, en junio de 1968 resolvió convertirse en una Central Obrera Independiente y de Clase. Revivió así la CGTP que había fundado José Carlos Mariátegui en mayo de 1929.
Quizá si el mérito principal de la Central Obrera fue recuperar el legado del Amauta y convertir el sindicalismo de clase en su método de acción. Fue por eso que alentó de manera decisiva la lucha de los trabajadores en función de sus intereses inmediatos e históricos, forjó la unidad sindical desde las bases, respetó escrupulosamente a democracia sindical, mantuvo intransigentemente la independencia de la organización con relación a los patronos, el gobierno y los Partidos Políticos -incluidos los de la Izquierda- y practicó firmemente la solidaridad como herramienta indispensable del proletariado.
Tuvo la CGTP de ese entonces la virtud de poner en evidencia el hecho que los trabajadores tienen siempre dos tipos de intereses que no se pueden contraponer: los intereses inmediatos, que se vinculan al salario, las condiciones de trabajo, el respeto a la organización sindical y otros; y los intereses históricos, más generales, relacionados más bien con la lucha de los trabajadores por una sociedad mejor, más humana y más justa.
Esa perspectiva le sirvió a la organización sindical para comprender que si bien en el proceso de Velasco era indispensable desarrollar una lucha activa y consecuente por demandas concretas que incluso podían resultar incomprendidas por el régimen; era esencial respaldar el rumbo antiimperialista de los cambios porque él conduciría al país a nuevos derroteros de realización abriendo la posibilidad de concretar transformaciones definidas en la estructura económica y social del país. Y así ocurrió.
Por eso la relación entre el gobierno de Velasco Alvarado y los Sindicatos representados por la CGTP, no fue una luna de miel, sino una fragorosa relación de unidad y lucha. Unidad para objetivos estratégicos y lucha cotidiana para las circunstancias concretas en las que se jugaba la suerte de una clase social en ascenso. Esto, sin embargo, no fue entendido por todos los hombres del gobierno, como tampoco lo fue por la totalidad de los trabajadores.
Hubo en el escenario oficial destacadas figuras de uniforme que mostraron incomprensión a intolerancia ante los trabajadores y sus luchas. Y hubo también en el escenario sindical algunos destacamentos inmaduros o impacientes que cuestionaron el carácter del proceso porque este no satisfizo siempre las demandas inmediatas que se enarbolaban.
Solamente en dos ocasiones la dirección de la CGTP tuvo la posibilidad de debatir los problemas de los trabajadores y las líneas del proceso con el gobierno de Velasco. Es bueno que esto se recuerde para quienes -susceptibles a la campaña del enemigo- suelen especular con la idea de que la CGTP fue "velasquista" y tuvo un comportamiento complaciente con su gestión gubernativa.
La primera entrevista de la CGTP con el Presidente Velasco y su equipo de gobierno, ocurrió en 1971. En esa circunstancia, un conflicto minero en la sierra central había dejado una estela dolorosa. Pablo Inza, aguerrido Secretario General del Sindicato Minero de Cobriza, había sido abatido por la policía en el propio local de la organización sindical. El hecho derivó en un conflicto mayor y motivó convulsas asambleas mineras que tuvieron lugar en el Sindicato Metalúrgico de La Oroya. El gobierno, preocupado por el giro de los acontecimientos, llamó a la CGTP, por primera vez, a dialogar. De esa entrevista surgió, como era indispensable, una nueva actitud de las autoridades ante los conflictos sindicales.
La segunda entrevista se produjo en la última semana de octubre de 1974, cando Velasco se movilizaba ya en silla de ruedas por la amputación de una pierna. El encuentro ocurrió en la residencia de Palacio de Gobierno y se prolongó por casi cuatro horas. Comenzó de manera áspera con los reproches del Presidente, descontento por la agresividad de la Central. Pero fue tornándose más razonable en la medida que se abordaron los temas esenciales del debate de entonces y el propio gobierno entendió mejor el valor y e sentido de la lucha obrera.
Ni antes, ni después, hubo ninguna otra entrevista de Velasco con la CGTP La ausencia de estos encuentros, sin embargo, no fue un mérito de unos u otro, sino un defecto de un proceso en el que no fue posible, en todos los casos, superar distancias y desconfianzas largamente incubadas.
La CGTP tuvo un diálogo fluido con el Ministerio del Trabajo, pero eso sólo ocurrió durante la gestión del general FAP Pedro Sala Orosco, y que se extendió entre 1970 y 1974.
El general Sala dio ciertamente pasos decisivos en la relación entre el gobierno y los trabajadores. El primero de ellos, fue reconocer la existencia legal de la Central, que existía desde junio de 1968, pero cuyo registro no estaba formalizado por las autoridades francamente patronales del Ministerio del Trabajo. El segundo, fue concurrir a los eventos sindicales y visitar por primera vez en la historia social peruana la sede de la Central Obrera, en la Plaza Dos de Mayo, institucionalizando una práctica que hoy se ha convertido en una suerte de formalidad.
Sala Orosco estableció los días miércoles de cada semana como fecha obligada para tratar los conflictos sindicales con la CGTP. Muchas veces, estos rebasaron los límites de lo previsible y obligaron a encuentros más frecuentes en cualquiera de los otros días de la semana. Pero los días miércoles fueron casi una norma del proceso. Desde las 9 de la mañana y muchas veces hasta el amanecer, se reunía la dirección de la CGTP con el Ministro de Trabajo para encontrar solución adecuada a los conflictos sindicales. Nunca, sin embargo, estas reuniones se hicieron sin la presencia de los interesados ni a espaldas de ellos. Siempre por cierto, los dirigentes de los sindicatos en conflicto, e incluso los trabajadores en huelga, estuvieron masivamente en la puerta del Despacho Ministerial -en el quinto piso del edificio de la avenida Salaverry- participando directamente en la discusión de los temas que les interesaban. Y nunca su presencia fue ni recusada, ni rehuida.
Cuando a partir del 1 de enero de 1975 el general Sala Orosco dejó el portafolio de trabajo, el gobierno abandonó esa práctica y el hecho simbolizó, un cambio objetivo en la relación entre las autoridades de entonces y los trabajadores. Dicho cambio culminó doce meses más tarde -y ya fermentado el caldero- con el primer Paro General decretado para Lima y Callao en diciembre de 1975 en solidaridad con los trabajadores de una fábrica de calzado —"Plásticos El Pacífico— injustamente despedidos.
Un balance somero del periodo nos debiera llevar a reconocer que nunca como en esta etapa los trabajadores lograron mayores conquistas. No solamente salarios y condiciones de trabajo, que mejoraban rigurosamente cada año, sino también una legislación laboral positiva que protegía las fuerzas productivas, la más importante de las cuales es precisamente los trabajadores. La ley 18471, o ley de estabilidad laboral, fue un ejemplo decisivo de ello.
No es claro si los militares del proceso de entonces tuvieron realmente una noción apropiada de la importancia de los trabajadores en el escenario social. Pero independientemente de ello, buscando enfrentarse ante los adversarios reales y protegiéndose del peligro de caer en el lazo de los obsecuentes; aceptaron el apoyo consecuente -aunque crítico y rebelde- de una organización que luchó por un camino igualmente legítimo y justo.
No fue, por cierto, uniforme el comportamiento de los hombres del gobierno con relación a los trabajadores y a la CGTP. Con los ministros más avanzados, hubo encuentros destinados a tratar temas esenciales para el país y los trabajadores. Pero hubo ministros que simplemente prefirieron ignorar y prescindir de la CGTP, aún teniendo conflictos laborales en su sector, como fue el caso de Salud, o Transportes y Comunicaciones. Las huelgas en esos sectores, fueron resueltas por el Ministro de Trabajo en coordinación con los titulares de portafolios que preferían no reunirse con la Central Obrera. Nada de lo que conquistaron los trabajadores en ese periodo fue consecuencia de una dádiva oficial. Cada una de las conquistas, costó a los trabajadores esforzadas luchas. Sólo que el escenario que las hizo posible, fue construido por un gobierno patriótico de profundo contenido social.
Por eso también hubo relaciones de franca y abierta hostilidad en el marco del régimen militar de entonces, como ocurrió con el Ministro de Marina —el Vicealmirante Vargas Caballero— con motivo de la huelga de los trabajadores del Servicio Industrial de la Marina —el SIMA—. Como en otras, en esa oportunidad la CGTP mantuvo enhiesta la bandera de los trabajadores sin hacer la menor concesión a los enemigos del proceso.
Militares como Armando Artola o Tantaleán Vanini, o el propio Ricther Prada desarrollaron diversas prácticas antisindicales, en unos casos francamente represivas y en otras simplemente manipulatorias. Pero en todos, la denuncia por parte de la Central Obrera fue el camino que, muchas veces, dio lugar a una confrontación resuelta.
Por esa realidad, en los años de Velasco creció vertiginosamente el movimiento obrero. Si en 1968 el número de sindicatos registrado rebasaba penosamente la centena, en 1974 se había elevado a más de 3,000, al tiempo que había crecido también el número de Federaciones por rama de Industria y zona geográfica. Y las huelgas obreras, que en los años 68 y 69 no pasaban de cien al año, llegaron en su momento a 800 y 900. Pero no eran contra el régimen sino por demandas legítimas de los trabajadores, que el gobierno atendió y resolvió en el estrecho marco de sus posibilidades. En ese escenario, surgieron miles de líderes sindicales que fueron en su momento figuras destacadas del proceso.
Fue después de la caída de Velasco, ocurrida en agosto de 1975, que este sugerente escenario social cambió. El descontento sindical por el viraje derechista de Morales Bermúdez se hizo más notable desde mediados de 1976 y derivó, finalmente en el Gran Paro Nacional del 19 de julio de 1977 y en el siguiente Paro de los días 22 y 23 de mayo de 1978.
En 1977, sin embargo, y por obra de los Decretos 010 y 011, fue íntegramente descabezado el movimiento sindical.
La dación de esos dispositivos fue un acto cruel e irreflexivo que causó un enorme daño al país y a los trabajadores. Mediante ellos, el gobierno de Morales Bermúdez autorizó a los empresarios a despedir sin derecho alguno a defensa ni a pedido de reposición, a todos los dirigentes sindicales y trabajadores que, a su juicio, hubiesen tenido participación, o responsabilidad, en el paro del 19 de julio de 1977.
Cinco mil trabajadores y dirigentes sindicales, casi todos ellos de las bases de la CGTP, fueron considerados en la nómina de los despidos. De un solo tajo, entonces, el empresariado peruano cortó la cabeza del movimiento sindical de clase e infirió a la CGTP una herida de la que, finalmente, nunca pudo recuperarse completamente.
Hoy la CGTP existe, y lucha en otras condiciones. No resulta ni lógico, ni lícito, comparar situaciones. Pero la historia del Movimiento Obrero Peruano recordará siempre con una enorme dosis de simpatía, la conducta de clase de una organización sindical que supo estar a la altura de sus responsabilidades fundamentales.
Y esa historia subrayará también la importancia del proceso de Velasco Alvarado colocando a cada quién en el lugar que le corresponda.
Lima, 2 de octubre del 2009
(*) Ex Secretario General de la CGTP (1969-1976)
Con inusual franqueza, el propio Velasco lo reconoció en su momento: "debemos entonces admitir que no supimos interpretar el mensaje de la historia y que, puestos en el umbral de una nueva época, no tuvimos la sabiduría de hacer inteligible nuestro rumbo y de trazar con seguridad nuestro camino.". Y en efecto, virtualmente desde los orígenes de la República —y salvo rarísimas excepciones— los jefes militares prefirieron actuar como sostenedores de los regímenes más corruptos, en lugar de emprender las grandes tareas nacionales que el país demandaba a los peruanos.
Esta línea trágica de acción se rompió cuando las fuerzas del Imperio menos lo esperaban. Y precisamente fue un eslabón de la cadena que nos ataba al Gran Capital, lo que sirvió como acicate para que, de pronto, un núcleo pequeño de la institución armada, tomara conciencia verdadera de sus deberes y se dispusiera a cambiar, para beneficio del país y de los peruanos. Fue Velasco el líder indiscutido de ese proceso.
El 9 de octubre de 1968, cuando las Fuerzas Armadas del Perú ocuparon las instalaciones de la Internacional Petroleum Company y revertieron los yacimientos de La Brea y Pariñas al patrimonio nacional, cuando realmente se dio inicio al proceso de transformaciones antiimperialistas profundas que aun hoy concita viva simpatía entre los trabajadores y un explicable odio en las tiendas más reaccionarias y sus voceros.
Ya en ese entonces existía la Confederación General de Trabajadores del Perú. Es bueno recordarlo porque hay quienes —incluso en predios de la Izquierda— sostienen erróneamente la idea de que la CGTP se formó "en el periodo de Velasco y gracias a su apoyo". Y eso es rigurosamente falso.
La larga lucha del movimiento sindical clasista contra el amarillaje y la traición entronizada en la CTP entonces existente, alcanzó sus frutos en realidad en septiembre de 1966, cuando los sectores más avanzados del proletariado peruano crearon el llamado Comité de Defensa y Unidad Sindical -el CDUS- que dos años más tarde, en junio de 1968 resolvió convertirse en una Central Obrera Independiente y de Clase. Revivió así la CGTP que había fundado José Carlos Mariátegui en mayo de 1929.
Quizá si el mérito principal de la Central Obrera fue recuperar el legado del Amauta y convertir el sindicalismo de clase en su método de acción. Fue por eso que alentó de manera decisiva la lucha de los trabajadores en función de sus intereses inmediatos e históricos, forjó la unidad sindical desde las bases, respetó escrupulosamente a democracia sindical, mantuvo intransigentemente la independencia de la organización con relación a los patronos, el gobierno y los Partidos Políticos -incluidos los de la Izquierda- y practicó firmemente la solidaridad como herramienta indispensable del proletariado.
Tuvo la CGTP de ese entonces la virtud de poner en evidencia el hecho que los trabajadores tienen siempre dos tipos de intereses que no se pueden contraponer: los intereses inmediatos, que se vinculan al salario, las condiciones de trabajo, el respeto a la organización sindical y otros; y los intereses históricos, más generales, relacionados más bien con la lucha de los trabajadores por una sociedad mejor, más humana y más justa.
Esa perspectiva le sirvió a la organización sindical para comprender que si bien en el proceso de Velasco era indispensable desarrollar una lucha activa y consecuente por demandas concretas que incluso podían resultar incomprendidas por el régimen; era esencial respaldar el rumbo antiimperialista de los cambios porque él conduciría al país a nuevos derroteros de realización abriendo la posibilidad de concretar transformaciones definidas en la estructura económica y social del país. Y así ocurrió.
Por eso la relación entre el gobierno de Velasco Alvarado y los Sindicatos representados por la CGTP, no fue una luna de miel, sino una fragorosa relación de unidad y lucha. Unidad para objetivos estratégicos y lucha cotidiana para las circunstancias concretas en las que se jugaba la suerte de una clase social en ascenso. Esto, sin embargo, no fue entendido por todos los hombres del gobierno, como tampoco lo fue por la totalidad de los trabajadores.
Hubo en el escenario oficial destacadas figuras de uniforme que mostraron incomprensión a intolerancia ante los trabajadores y sus luchas. Y hubo también en el escenario sindical algunos destacamentos inmaduros o impacientes que cuestionaron el carácter del proceso porque este no satisfizo siempre las demandas inmediatas que se enarbolaban.
Solamente en dos ocasiones la dirección de la CGTP tuvo la posibilidad de debatir los problemas de los trabajadores y las líneas del proceso con el gobierno de Velasco. Es bueno que esto se recuerde para quienes -susceptibles a la campaña del enemigo- suelen especular con la idea de que la CGTP fue "velasquista" y tuvo un comportamiento complaciente con su gestión gubernativa.
La primera entrevista de la CGTP con el Presidente Velasco y su equipo de gobierno, ocurrió en 1971. En esa circunstancia, un conflicto minero en la sierra central había dejado una estela dolorosa. Pablo Inza, aguerrido Secretario General del Sindicato Minero de Cobriza, había sido abatido por la policía en el propio local de la organización sindical. El hecho derivó en un conflicto mayor y motivó convulsas asambleas mineras que tuvieron lugar en el Sindicato Metalúrgico de La Oroya. El gobierno, preocupado por el giro de los acontecimientos, llamó a la CGTP, por primera vez, a dialogar. De esa entrevista surgió, como era indispensable, una nueva actitud de las autoridades ante los conflictos sindicales.
La segunda entrevista se produjo en la última semana de octubre de 1974, cando Velasco se movilizaba ya en silla de ruedas por la amputación de una pierna. El encuentro ocurrió en la residencia de Palacio de Gobierno y se prolongó por casi cuatro horas. Comenzó de manera áspera con los reproches del Presidente, descontento por la agresividad de la Central. Pero fue tornándose más razonable en la medida que se abordaron los temas esenciales del debate de entonces y el propio gobierno entendió mejor el valor y e sentido de la lucha obrera.
Ni antes, ni después, hubo ninguna otra entrevista de Velasco con la CGTP La ausencia de estos encuentros, sin embargo, no fue un mérito de unos u otro, sino un defecto de un proceso en el que no fue posible, en todos los casos, superar distancias y desconfianzas largamente incubadas.
La CGTP tuvo un diálogo fluido con el Ministerio del Trabajo, pero eso sólo ocurrió durante la gestión del general FAP Pedro Sala Orosco, y que se extendió entre 1970 y 1974.
El general Sala dio ciertamente pasos decisivos en la relación entre el gobierno y los trabajadores. El primero de ellos, fue reconocer la existencia legal de la Central, que existía desde junio de 1968, pero cuyo registro no estaba formalizado por las autoridades francamente patronales del Ministerio del Trabajo. El segundo, fue concurrir a los eventos sindicales y visitar por primera vez en la historia social peruana la sede de la Central Obrera, en la Plaza Dos de Mayo, institucionalizando una práctica que hoy se ha convertido en una suerte de formalidad.
Sala Orosco estableció los días miércoles de cada semana como fecha obligada para tratar los conflictos sindicales con la CGTP. Muchas veces, estos rebasaron los límites de lo previsible y obligaron a encuentros más frecuentes en cualquiera de los otros días de la semana. Pero los días miércoles fueron casi una norma del proceso. Desde las 9 de la mañana y muchas veces hasta el amanecer, se reunía la dirección de la CGTP con el Ministro de Trabajo para encontrar solución adecuada a los conflictos sindicales. Nunca, sin embargo, estas reuniones se hicieron sin la presencia de los interesados ni a espaldas de ellos. Siempre por cierto, los dirigentes de los sindicatos en conflicto, e incluso los trabajadores en huelga, estuvieron masivamente en la puerta del Despacho Ministerial -en el quinto piso del edificio de la avenida Salaverry- participando directamente en la discusión de los temas que les interesaban. Y nunca su presencia fue ni recusada, ni rehuida.
Cuando a partir del 1 de enero de 1975 el general Sala Orosco dejó el portafolio de trabajo, el gobierno abandonó esa práctica y el hecho simbolizó, un cambio objetivo en la relación entre las autoridades de entonces y los trabajadores. Dicho cambio culminó doce meses más tarde -y ya fermentado el caldero- con el primer Paro General decretado para Lima y Callao en diciembre de 1975 en solidaridad con los trabajadores de una fábrica de calzado —"Plásticos El Pacífico— injustamente despedidos.
Un balance somero del periodo nos debiera llevar a reconocer que nunca como en esta etapa los trabajadores lograron mayores conquistas. No solamente salarios y condiciones de trabajo, que mejoraban rigurosamente cada año, sino también una legislación laboral positiva que protegía las fuerzas productivas, la más importante de las cuales es precisamente los trabajadores. La ley 18471, o ley de estabilidad laboral, fue un ejemplo decisivo de ello.
No es claro si los militares del proceso de entonces tuvieron realmente una noción apropiada de la importancia de los trabajadores en el escenario social. Pero independientemente de ello, buscando enfrentarse ante los adversarios reales y protegiéndose del peligro de caer en el lazo de los obsecuentes; aceptaron el apoyo consecuente -aunque crítico y rebelde- de una organización que luchó por un camino igualmente legítimo y justo.
No fue, por cierto, uniforme el comportamiento de los hombres del gobierno con relación a los trabajadores y a la CGTP. Con los ministros más avanzados, hubo encuentros destinados a tratar temas esenciales para el país y los trabajadores. Pero hubo ministros que simplemente prefirieron ignorar y prescindir de la CGTP, aún teniendo conflictos laborales en su sector, como fue el caso de Salud, o Transportes y Comunicaciones. Las huelgas en esos sectores, fueron resueltas por el Ministro de Trabajo en coordinación con los titulares de portafolios que preferían no reunirse con la Central Obrera. Nada de lo que conquistaron los trabajadores en ese periodo fue consecuencia de una dádiva oficial. Cada una de las conquistas, costó a los trabajadores esforzadas luchas. Sólo que el escenario que las hizo posible, fue construido por un gobierno patriótico de profundo contenido social.
Por eso también hubo relaciones de franca y abierta hostilidad en el marco del régimen militar de entonces, como ocurrió con el Ministro de Marina —el Vicealmirante Vargas Caballero— con motivo de la huelga de los trabajadores del Servicio Industrial de la Marina —el SIMA—. Como en otras, en esa oportunidad la CGTP mantuvo enhiesta la bandera de los trabajadores sin hacer la menor concesión a los enemigos del proceso.
Militares como Armando Artola o Tantaleán Vanini, o el propio Ricther Prada desarrollaron diversas prácticas antisindicales, en unos casos francamente represivas y en otras simplemente manipulatorias. Pero en todos, la denuncia por parte de la Central Obrera fue el camino que, muchas veces, dio lugar a una confrontación resuelta.
Por esa realidad, en los años de Velasco creció vertiginosamente el movimiento obrero. Si en 1968 el número de sindicatos registrado rebasaba penosamente la centena, en 1974 se había elevado a más de 3,000, al tiempo que había crecido también el número de Federaciones por rama de Industria y zona geográfica. Y las huelgas obreras, que en los años 68 y 69 no pasaban de cien al año, llegaron en su momento a 800 y 900. Pero no eran contra el régimen sino por demandas legítimas de los trabajadores, que el gobierno atendió y resolvió en el estrecho marco de sus posibilidades. En ese escenario, surgieron miles de líderes sindicales que fueron en su momento figuras destacadas del proceso.
Fue después de la caída de Velasco, ocurrida en agosto de 1975, que este sugerente escenario social cambió. El descontento sindical por el viraje derechista de Morales Bermúdez se hizo más notable desde mediados de 1976 y derivó, finalmente en el Gran Paro Nacional del 19 de julio de 1977 y en el siguiente Paro de los días 22 y 23 de mayo de 1978.
En 1977, sin embargo, y por obra de los Decretos 010 y 011, fue íntegramente descabezado el movimiento sindical.
La dación de esos dispositivos fue un acto cruel e irreflexivo que causó un enorme daño al país y a los trabajadores. Mediante ellos, el gobierno de Morales Bermúdez autorizó a los empresarios a despedir sin derecho alguno a defensa ni a pedido de reposición, a todos los dirigentes sindicales y trabajadores que, a su juicio, hubiesen tenido participación, o responsabilidad, en el paro del 19 de julio de 1977.
Cinco mil trabajadores y dirigentes sindicales, casi todos ellos de las bases de la CGTP, fueron considerados en la nómina de los despidos. De un solo tajo, entonces, el empresariado peruano cortó la cabeza del movimiento sindical de clase e infirió a la CGTP una herida de la que, finalmente, nunca pudo recuperarse completamente.
Hoy la CGTP existe, y lucha en otras condiciones. No resulta ni lógico, ni lícito, comparar situaciones. Pero la historia del Movimiento Obrero Peruano recordará siempre con una enorme dosis de simpatía, la conducta de clase de una organización sindical que supo estar a la altura de sus responsabilidades fundamentales.
Y esa historia subrayará también la importancia del proceso de Velasco Alvarado colocando a cada quién en el lugar que le corresponda.
Lima, 2 de octubre del 2009
(*) Ex Secretario General de la CGTP (1969-1976)