Justicia y libertad, siamesas separadas
Por Carlos Miguélez Monroy*
“Lo mejor que tiene el mundo es la posibilidad de ver la cantidad de mundos que el mundo contiene”. Con aforismos como éste, Eduardo Galeano construyó su conversación con el periodista Juan cruz al recibir un importante premio en Madrid por su labor periodística y literaria.
Por Carlos Miguélez Monroy*
“Lo mejor que tiene el mundo es la posibilidad de ver la cantidad de mundos que el mundo contiene”. Con aforismos como éste, Eduardo Galeano construyó su conversación con el periodista Juan cruz al recibir un importante premio en Madrid por su labor periodística y literaria.
Esa labor comenzó con una curiosidad que no se ha extinguido desde su niñez. Con sólo ocho años de edad, Galeano vivió su primer encontronazo con la educación que entrena para la obediencia. Después de que su maestra ensalzara al conquistador Núñez de Balboa por ser “el primer hombre” que vio el Océano Pacífico de un lado y el Atlántico del otro desde una cima, Galeano preguntó: “Señorita, ¿los indios eran ciegos?”
Aunque sus preguntas le costaran enemistades con la educación convencional, nunca ha dejado de admirar el pensamiento del escritor venezolano Simón Rodríguez sobre la educación: “Enseñar es enseñar a preguntar”, una idea peligrosa para los adalides del pensamiento único en cualquier época. También critica el divorcio “de la cabeza y de la mano” en la educación de los niños. Además de leer, escribir y analizar, la vida consiste en saberse ganar la vida y saber “plantar rábanos”. Por eso cree también en una educación mixta y heterogénea.
Frente a una educación que consiste en acumular conocimientos y datos como las computadoras, considera que “ser culto” consiste en ser “capaz de escuchar a los demás y a la naturaleza de la que formamos parte”. Escuchar permite a las personas abrirse al mundo, una de las herencias que considera más positivas de las viejas izquierdas. El escritor uruguayo defiende el conocimiento de la historia no desde una postura estática y patriotera, sino como un conjunto universal y, sobre todo, se trata de “hacerle preguntas”.
Por ejemplo, por qué si el color de la piel era tan importante para el virreinato español, se vendían certificados de blancura a los indígenas y mestizos latinoamericanos. Llega a la conclusión de que, más que una cuestión “racial”, se trataba, como en pleno siglo XXI, de una cuestión de dinero. O por qué morían y mueren tan temprano personas que trabajan en condiciones de esclavitud. Era el caso de los mineros bolivianos a los que conoció una noche y a los que devorarían las minas”. “Ahora hermanito, dime cómo es la mar”, le decían. “No tenía más remedio que traerles la mar, utilizando palabras que fuesen capaces de mojar”, recordaba.
Galeano resalta la importancia de recuperar la memoria del dolor para hacer justicia con pueblos “conquistados”, expoliados y torturados; considera que para eso es necesario que éstos dejen de mirarse a sí mismos con los ojos del conquistador. La responsabilidad del buen uso de la palabra permite reconstruir las historias humanas, de los verdaderos héroes. Para él no son los grandes futbolistas, sino los hombres y mujeres que trabajan veinte horas para alimentar a sus familias.
En la actualidad, el miedo a perder el trabajo y a no poder conseguir uno nuevo impide a millones de personas alzarse contra un mundo “que genera desigualdad pero que impone igualdad de costumbres como uniformización”. Este miedo es producto de la cultura del terror que propagan algunas ideologías, beneficiadas por las “nuevas amenazas” que ayudaron a crear.
“Los que hacen el negocio de la guerra velan por la paz en este mundo al revés”, dijo al referirse a los países del Consejo de Seguridad. Al discutir con personas de países que consideran que tienen el deber mesiánico de salvar o democratizar el mundo, les pide: “Por favor, a mí no me salven”.
Esta cultura del miedo convierte al prójimo en una constante amenaza, bien porque nos puede atacar o porque nos puede contagiar alguna gripe animal. La respuesta consiste en tener el coraje de decir ‘no’ y en “vivir por lo que uno cree, no por lo que le conviene creer”, en palabras del escritor uruguayo.
Desde que “justicia y libertad fueron obligadas a dormir separadas”, algunos regímenes sacrificaron la libertad en nombre de la justicia y los otros sacrificaron la justicia en nombre de la libertad. Para Galeano, recuperar la unidad de estas dos siamesas ayudará a que personas y pueblos se liberen de sus cadenas.
*Periodista
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Aunque sus preguntas le costaran enemistades con la educación convencional, nunca ha dejado de admirar el pensamiento del escritor venezolano Simón Rodríguez sobre la educación: “Enseñar es enseñar a preguntar”, una idea peligrosa para los adalides del pensamiento único en cualquier época. También critica el divorcio “de la cabeza y de la mano” en la educación de los niños. Además de leer, escribir y analizar, la vida consiste en saberse ganar la vida y saber “plantar rábanos”. Por eso cree también en una educación mixta y heterogénea.
Frente a una educación que consiste en acumular conocimientos y datos como las computadoras, considera que “ser culto” consiste en ser “capaz de escuchar a los demás y a la naturaleza de la que formamos parte”. Escuchar permite a las personas abrirse al mundo, una de las herencias que considera más positivas de las viejas izquierdas. El escritor uruguayo defiende el conocimiento de la historia no desde una postura estática y patriotera, sino como un conjunto universal y, sobre todo, se trata de “hacerle preguntas”.
Por ejemplo, por qué si el color de la piel era tan importante para el virreinato español, se vendían certificados de blancura a los indígenas y mestizos latinoamericanos. Llega a la conclusión de que, más que una cuestión “racial”, se trataba, como en pleno siglo XXI, de una cuestión de dinero. O por qué morían y mueren tan temprano personas que trabajan en condiciones de esclavitud. Era el caso de los mineros bolivianos a los que conoció una noche y a los que devorarían las minas”. “Ahora hermanito, dime cómo es la mar”, le decían. “No tenía más remedio que traerles la mar, utilizando palabras que fuesen capaces de mojar”, recordaba.
Galeano resalta la importancia de recuperar la memoria del dolor para hacer justicia con pueblos “conquistados”, expoliados y torturados; considera que para eso es necesario que éstos dejen de mirarse a sí mismos con los ojos del conquistador. La responsabilidad del buen uso de la palabra permite reconstruir las historias humanas, de los verdaderos héroes. Para él no son los grandes futbolistas, sino los hombres y mujeres que trabajan veinte horas para alimentar a sus familias.
En la actualidad, el miedo a perder el trabajo y a no poder conseguir uno nuevo impide a millones de personas alzarse contra un mundo “que genera desigualdad pero que impone igualdad de costumbres como uniformización”. Este miedo es producto de la cultura del terror que propagan algunas ideologías, beneficiadas por las “nuevas amenazas” que ayudaron a crear.
“Los que hacen el negocio de la guerra velan por la paz en este mundo al revés”, dijo al referirse a los países del Consejo de Seguridad. Al discutir con personas de países que consideran que tienen el deber mesiánico de salvar o democratizar el mundo, les pide: “Por favor, a mí no me salven”.
Esta cultura del miedo convierte al prójimo en una constante amenaza, bien porque nos puede atacar o porque nos puede contagiar alguna gripe animal. La respuesta consiste en tener el coraje de decir ‘no’ y en “vivir por lo que uno cree, no por lo que le conviene creer”, en palabras del escritor uruguayo.
Desde que “justicia y libertad fueron obligadas a dormir separadas”, algunos regímenes sacrificaron la libertad en nombre de la justicia y los otros sacrificaron la justicia en nombre de la libertad. Para Galeano, recuperar la unidad de estas dos siamesas ayudará a que personas y pueblos se liberen de sus cadenas.
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