Herbert Mujica Rojas

La mítica Torre de Babel con sus mil y un idiomas, ininteligibles entre sí, divorciados cada cual a su suerte, es una analogía válida con Perú.

 

Pieter Bruegel the Elder The Tower of Babel Vienna Google Art Project edited

No lo es menos el campo de Agramante de todas las regiones de nuestro país, descoyuntado y a la voluntad de burócratas ladrones y oportunistas, sin sentido de Patria ni unidad ni horizonte de futuro.

La combinación o licuefacción de Babel y Agramante dan rostro a un país que como el nuestro, carece de dirección y se estremece en los yerros de minusválidos mentales que no aciertan ¡una en el gobierno! Y en general en toda la cosa pública.

Tal como se conducen los autos, produciendo un choque en cada esquina y muertos a granel como en ninguna otra parte en el mundo, así es como se expide la Nación peruana donde cualquiera es un señor, lo mismo un burro que un gran profesor.

El país entero contempla con asombro espeluznante cómo las reyertas a puñalada limpia, entre las instituciones del Estado, producen apresamientos, desautorizaciones, órdenes contradictorias y la ciudadanía, en la mitad exacta del campo de batalla, recibe flechazos por angas o por mangas.

Buena parte de la casta “dirigente” concibe al Perú como un bocado para darle de dentelladas y secar el fruto, léase, no dejar nada por aprovechar y que las coimas cumplan con su rol corruptor.

¿Cómo aguantó Perú la consistencia pétrea de una perenne falta de dirección? Desde los rudimentos mismos de la Independencia, cuando no eran los generales de charreteras muchas veces fabricadas, eran los notables hispanos o hijos de españoles, los que manejaban a su antojo esta confusión gigante llamada Perú.

La anarquía tornó en modus operandi y se ha transmitido de generación en generación que esa es la forma en que hay que vivir, que es normal y connatural. ¡Y nada más monstruoso que vivir como animales! Tal es la triste realidad en que navega el cuerpo social peruano.

Los chispazos de inteligencia, rebelión y revolución han sido muchos a lo largo de nuestra historia pero, bien sea por claudicación o por aniquilación, estos esfuerzos constructores amainaron y desaparecieron, dejando al garete a millones de hombres y mujeres dispuestos a prestar su concurso entusiasta.

En su magnífica obra Historia económica del Perú, en su página 205, Carlos Contreras Carranza, apunta:

“En el Perú la independencia no produjo la prosperidad que prometía, porque la revolución social que debió acompañarla quedó pasmada, como una aeronave que corre por la pista para levantar el vuelo, pero no llega a despegar en virtud de algún extraño magnetismo. Los negros prosiguieron siendo esclavos por 30 años más después de la victoria de Ayacucho y los indios (que representaban el 60% de la población) fueron mantenidos en su monolinguismo quechua, su analfabetismo y, lo que se consideraba, su natural “abyección”. Con dos siglos de distancia podríamos decir que, hasta cierto punto, se trató de un resultado previsible por haber sido el caso de una independencia más forzada por los vecinos y por las circunstancias internacionales, que el resultado de una vocación interna”.

No obstante la certidumbre de esa clave de interpretación que da cuenta de cómo el esfuerzo internacional gatilla, más que un origen local, la independencia, luego de dos centurias debieron haber conformado una catarsis nacional intensa.

Ayer el país tomó nota de sus guarismos económicos y el retroceso es clamoroso, la pobreza aumentó y en general, vamos cuesta abajo la rodada. ¿Por casualidad en esas cifras hay algunas que midan la putrefacción espiritual del Perú?

Miedo, temor reverencial, conformismo y ociosidad para decirnos sin ambages nuestros defectos, fallas, taras y dolencias. Y la explicación es sencilla: ¡el miedo al cambio no solo alborota el gallinero, le dice a los gallos y a las gallinas viejas que su hora ya llegó y que es tiempo que dejen paso a la renovación!

Los grandes “líderes” no lideran nada a excepción de sus negociados sucios y sus robos legales y escudados por abogángsteres que cobran por resultados o tarifas planas para sus servicios lucrativos.

Los más jóvenes tienen ante sí el gran reto de preguntarse: ¿vamos a dejar que los grandes dogos de la corrupción, esquilmen las últimas reservas y clausuren el espacio Perú?

Los mayores deben inocular en sus familias la semilla de la rebelión, de la indignación, del fanal que alumbre los derroteros victoriosos de las promociones que merecen una mejor herencia que la colección de harapos que estamos dejando hoy en esta década.

¿Babel o Agramante? ¡Perú es más caótico!

 

11.05.2024

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Señal de Alerta

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