Keiko mató a su mamá

 
Por Ismael León Arias
 

Como Calígula, el sátrapa romano, que en su camino al poder se desentendió de su desterrada madre y llegó a violar y prostituir a sus hermanas, doña Keiko Fujimori, durante el pleito de sus padres, se puso del lado de papá presidente, asesinó moralmente a mamá Susana y de yapa convenció de los beneficios de la traición a sus hermanos Kenji, Hiro y Sachi.


Calígula —que en realidad se llamaba Cayo César— fue el tercer emperador romano, penosamente famoso por su bárbara carrera política y comportamiento en el poder, antecedentes que debieron servirle a Nerón, último gobernante de ese imperio, cuyos políticos mataban o mandaban matar madres, maridos, hijos y amantes, si alguno entraba en la lista de ambiciosos bajo sospecha.

No en vano la señora Susana Higuchi declaró, durante una entrevista con el semanario Caretas, en junio del 2007, “Keiko tiene cara de diablo”. Qué recuerdos de espanto debía guardar la doña sobre la conducta de su hija, ambiciosa mujercita que hoy sueña con la presidencia para indultar al condenado padre. Cualquier parecido entre Roma siglo I y Lima siglo XX es deliberado.
 
Mal ejemplo
 
Hoy Keiko también podría ser memoria inspiradora de Eva Bracamonte, la joven que estaría detrás del asesinato de su madre, la millonaria Miriam Fefer. El móvil de ambas sería dinero y poder, poder y dinero. En 1994, cuando los Fujimori-Higuchi comenzaban a divorciarse, la gorda apenas tenía 19 años y aceptó ejercer como primera dama de la Nación. Eva, recién a los 30 años habría organizado el espanto final de su madre, en beneficio propio y de su amiga Liliana Castro.
 
En medio de la tormenta matrimonial entrevisté a Susana, quien entonces sufría la persecución ordenada por su ex-marido. Todo había comenzado cuando Susana denunció el robo de la ropa donada por Japón a los pobres del Perú, que se la alzaban en peso entre Rosa, la hermana mayor de los Fujimori, Santiago y Pedro.
 
Para llevarse el dinero habían montado Apenkai, una ONG que no le daba cuentas a nadie y que sólo en el primer año de funcionamiento había reunido más de un millón y medio de invisibles dólares.
 
Esa vez hablamos también de sus hijos, cuya tutela todavía compartía. Sin duda sus preferencias se inclinaban por los chicos, pero su preocupación se llamaba Keiko, a quien sonrientemente consideraba “creída y flojita”. Para entonces ya sentía el creciente distanciamiento de los niños.
 
Recordó cómo la sacaron del segundo piso del SIN, lugar donde vivía la familia con Montesinos de vecino. “Me vendaron los ojos, me encapucharon, me metieron en una 4 por 4 y me llevaron no se dónde; me golpearon hasta caer inconsciente”.
 
Qué rica vida

 
Mientras tanto Keiko vivía desde 1993 en Estados Unidos, matriculada en la Boston Univesity, en cursos de negocios. Volvería a Lima en agosto de 1994, llamada por su padre. Ocupó su alto pero decorativo cargo hasta noviembre del 2000, cuando al matemático le fallaron todos los cálculos.
 
Mientras tanto los chicos disfrutaban costosos juguetes, retozaban con perros de raza y paseaban en el avión presidencial; los fines de semana, en su casa, la mamá revisaba las tareas escolares. “Kenji y Hiro son muy aplicados”, me dijo; sonrió cuando mencionó a Sachi y en torno a Keiko, ausente en esos días, se limitó a guardar silencio.
 
En diciembre del 2001 Susana mantenía en el Poder Judicial una denuncia contra su ex marido, por delito contra la fe pública, falsedad genérica, fraude procesal y contra la administración de justicia. Su abogado, Alberto Bautista, demandaba el pago de un millón 200 mil dólares de un préstamo impago, que el Chino se había comprometido a devolver, firma y huella digital de por medio, con Vladimiro Montesinos como testigo. Dicho sea de paso, el deudor jamás honró el compromiso.
 
Para entonces Keiko ya había terminado estudios en la Boston y se preparaba para continuarlos en Columbia University, en Nueva York, todo pagado con dinero robado al Estado peruano. Los chicos vivirían en el SIN hasta la fuga a Tokio.
 
Transcurrieron cuatro largos años con el padre prófugo. Cuando se casó con Satomi Kataoka, esa unión de conveniencia recibió los parabienes públicos de Keiko Sofía, otro golpe en el alma de doña Susana. La madre nunca pudo entender tanta deslealtad, conducta explicable por la simple conveniencia.
 
Hasta que llegó la desgracia. El genial estratega político del largo plazo,  el astuto analista que todo lo preveía, el mago de la táctica, fue convencido de que nada pasaría si regresaba al Perú a través de Chile. Harto de Tokio y además cojudo, se la creyó y un día de noviembre del 2005 fue apresado en Santiago.
 
En Lima doña Susana no comentó siquiera la detención del ex marido. Pero Keiko voló a Santiago a organizar la defensa de papi, con ayuda de las marthas, las cuculizas, los raffos y los saravá. Con los resultados que conocemos, no tan malos, porque la tienen a ella y su cáfila de inútiles a sueldo en el Congreso. En eso está desde entonces, sólo que ahora quiere ser presidenta para liberarlo.