Flaquezas del dios Google

Por David Rodríguez Seoane*


En el panteón de los dioses modernos, Google eleva su cetro por encima de las demás divinidades. Millones de usuarios de todo el mundo le dirigen sus preguntas al pensar que en él están todas las respuestas, como si se tratase de un “ser” todopoderoso. Sin embargo, este dios de la era moderna esconde, como todas las grandes religiones, pasajes menos relucientes.

 

La génesis de la creación googleliana comenzó en 1998. Por aquel entonces, dos estudiantes de ciencias de la computación de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) llevaron a la práctica el sueño de Paul Otlet, fundador de la ciencia de la bibliografía. Ochenta y ocho años antes, este abogado de origen belga había ideado, el Mundaneum, una biblioteca capaz de albergar en su interior millones de entradas organizadas en pequeñas fichas con la ambiciosa pretensión de recoger la información contenida en todos los libros publicados durante la historia. Fue, sin duda, el primer antepasado directo de los motores de búsqueda de la actualidad. Con la quimera de Otlet se construyeron los pies, y no precisamente de barro, del que hoy es el gigante de la información mundial.  

Google deja a sólo un clic de distancia la facilidad de acceder a cantidades ingentes de información en cuestión de segundos, permite encontrar millones de datos y documentos con sólo introducir una palabra y se configura como una gran valla publicitaria en la que muchas empresas quisieran ver reflejadas sus marcas en una lucha insaciable por la presencia y la visibilidad comercial. Pero al mismo tiempo que se obran sus milagros, el coloso norteamericano oculta flaquezas como la saturación informativa y la opacidad de sus criterios de búsqueda, en muchos casos sujetos únicamente a intereses mercantiles. También se ha convertido en el paraíso del “cortapega” para muchos estudiantes adormilados. 

En pleno siglo XXI, quedan fuera de duda los beneficios que las diferentes innovaciones tecnológicas han proporcionado a la sociedad a lo largo de los siglos. Pero, no siempre el avance de la técnica trae mejoras en su aplicación práctica ni lo nuevo es mejor que lo anterior. Nuevas formas de entender la vida parten de eslabones precedentes a los que se enganchan y los hacen innecesarios al llegar más lejos y extender las posibilidades de la cadena progresiva que conforman. Así lo reflejó Marshall McLuhan, en sus famosas Leyes de los medios, situándose en una posición teórica desde la que las tecnologías son vistas como extensiones ortopédicas, potenciadoras del sistema sensorial biológico de hombre.   

Mucho antes de que el maestro de la comunicación del siglo XX desarrollase sus teorías bajo el paraguas del determinismo tecnológico ya se había escrito y debatido sobre los aspectos contraproducentes de las nuevas tecnologías. En este aspecto, uno de los ejemplos más sabrosos se puede encontrar en la Oralidad versus escritura de Platón, que recoge un diálogo entre Fedro y Sócrates en el que los dos griegos discutían sobre los efectos que la invención de la escritura tenía para la sociedad de su tiempo. En palabras de Sócrates, en el reverso de las letras estaba el olvido y el descuido de la memoria para los hombres que las aprendiesen. La posibilidad de almacenar el conocimiento que ofrecía la escritura era rebatida por el filósofo ateniense con el argumento de que en realidad lo que aportaba el nuevo descubrimiento no era otra cosa que apariencia de sabiduría en lugar de verdad.   

Internet es quizás una de las tecnologías de última generación que más rápido se renueva. Y uno de los instrumentos con los que se teje y agranda sin descanso la red de redes es Google, un dios terrenal con poderes como el de gestionar tres cuartas partes de las búsquedas que se producen y capacidades extraordinarias como la de disponer de un volumen de negocio superior a los 16.000 millones de dólares. Pero al igual que la escritura, a pesar de sus múltiples aplicaciones y como todas las grandes obras del hombre, por muy divinas que parezcan sus posibilidades, Google también conoce límites.

* Periodista

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