Eduardo Gudynas
En algunos rincones del planeta se entiende que la globalización se ha detenido. Por ejemplo, el conocido periodista español Ignacio Ramonet, ha sostenido que el “curso de la globalización parece como suspendido”, y apoyándose en el descontento que se vive en algunos países europeos, afirmó que se habla cada vez más de desglobalización (1).
Me parece que ese diagnóstico es equivocado, ya que, por el contrario, la globalización sigue su marcha. No es un tema menor, en tanto las propuestas o acciones que se puedan ensayar serán muy distintas si la globalización está en retroceso, detenida o sigue avanzando.
Es cierto que en varios países industrializados la crisis ha sido severa, pero la situación de la globalización debe ser evaluada a escala planeta, y no únicamente por lo que sucede en una región. En varios sitios de América Latina, desde una mirada convencional, estos años han sido de bonanza económica. Si se hace un examen desapasionado de los procesos típicos de la globalización, encontraremos que siguen su marcha.
Comercio y economía planetaria
Al considerar el desempeño del comercio mundial, se observa que el valor de las exportaciones en el período que va del año 2000 al 2012, se triplicaron (más allá de su caída en 2009-10). Las tasas de crecimiento fueron mayores a las del producto global (en algunos años la relación exportaciones de mercancías/producto superó el 25%; y trepó a más del 30% al sumarse las transacciones en servicios). Si en cambio se toma como referencia el año 1980, el crecimiento es todavía más dramático, como ilustra la gráfica que acompaña este texto.
Comercio mundial medido en millones de dólares, entre 1980 y 2012; datos de la OMC.
Muchas cadenas industriales ahora tienen eslabones diseminados entre varios países, lo que hace aumentar todavía más la necesidad de un comercio internacional. Esto es posible entre otras cosas, porque todavía se mantienen costos de transporte comparativamente bajos.
Cuando se examina la institucionalidad de la globalización, hay que reconocer que la Organización Mundial de Comercio (OMC) ha perdido el arrollador empuje del pasado, y no logra concluir una casi eterna ronda de negociaciones. Pero sus acuerdos y reglamentaciones siguen vigentes, son aprovechados por las grandes empresas y se repiten los condicionamientos a muchas naciones. Los cambios más llamativos en el seno de esa institucionalidad no son tanto los que resultan de intentar transformarla, sino en el recambio de los actores que la defienden. Es el caso de Brasil, que bajo un gobierno progresista, se ha convertido en un pilar de sostén de la OMC (el actual secretario general de esa organización, Roberto Azevêdo, es precisamente brasileño).
Ese recambio de actores también es evidente en las instituciones financiera internacionales. Un buen ejemplo ocurrió en el Banco Mundial y el FMI donde China salió de su larguísimo silencio, y poco a poco comenzó a tomar protagonismo. Una expresión de ese cambio fue la elección del economista chino Justin Yifu Lin, como vicepresidente y economista jefe del Banco Mundial.
En el caso específico de América Latina, los empujes de liberalización comercial ya no se juegan solamente en los corredores de la OMC, sino en un lento resurgimiento de los acuerdos de libre comercio. La Alianza del Pacífico no sólo incluye un conjunto importante de países (Chile, Colombia, Perú, México y Costa Rica), sino que ha sumado a otros como asociados, donde no es menor la incorporación de países del Atlántico, como Paraguay y Uruguay.
Los gobiernos progresistas ahora aparecen más divididos ante ese tipo de acuerdos, y por eso consideran relanzar las negociaciones de libre comercio con la Unión Europea, tanto desde los países andinos (sorpresivamente con el concurso de Ecuador), como desde el MERCOSUR (donde los más interesados son Brasil y Uruguay).
A su vez, los esfuerzos continentales, como la UNASUR, no logran concretar acuerdos comerciales, y siguen desempeñándose sobre todo como un foro político.
Estos y otros hechos muestran que la globalización no sólo no se ha detenido, sino que parecería que se acelera. El concepto de “hiperglobalización”, propuesto por de Arvind Subramanian y Martin Kessler, de la Global Citizen Foundation (2), es apropiado ante esta situación. Bajo ese término se describe este rápido aumento en la integración, pero entendida como aquella basada en el comercio internacional. A su vez, Subramanian y Kessler señalan otras seis características de esta globalización contemporánea: la desmaterialización, expresada por el aumento mayor en el comercio de servicios respecto al de mercaderías; la democratización política (al menos formal); creciente homogeneización entre importaciones y exportaciones así como en flujos de capital entre un grupo cada vez más amplio de naciones; el surgimiento de un gigante comercial a escala planetaria (China); la proliferación de acuerdos regionales de comercio; y la reducción de las barreras al comercio en bienes pero su persistencia para los servicios.
Por cierto hay muchos aspectos de esta descripción que se pueden debatir, pero su primer atributo, descrito como hiperglobalización, describe la situación actual.
Las distintas caras de la globalización
A partir de esta situación es necesario preguntarse las razones por las cuales algunos analistas europeos entienden que la globalización se está deteniendo. Estimo que esa confusión se debe al menos a dos cuestiones. Hay quienes consideran que la crisis económica y política en Europa también expresa un quiebre en la globalización. Pero esa es una postura muy eurocéntrica, y basta recordar que cuando nosotros, en América Latina, sufríamos crisis parecidas (y no sólo una, sino varias), eran pocos los que hablaban de una globalización detenida.
Otros olvidan que las crisis son uno de los componentes propios del actual tipo de globalización. Estas expresan los reacomodos en captar capital internacional, en los patrones de consumo, y en el acceso a recursos naturales, que son propios de un capitalismo planetario. Dicho de otra manera, este tipo de hiperglobalización siempre requiere de alguna “crisis” en algún rincón del planeta. No es una consecuencia indeseada, sino que son hechos inherentes a esta dinámica económica.
No estoy negando la crisis y sus múltiples expresiones (económica, social, política y ecológica), sino que deseo señalar que ésta no implica que la globalización se esté deteniendo o revirtiendo, sino que, por el contrario, son síntomas de que sigue su marcha. Es una globalización que avanza beneficiando a unos y dejando a otros sumidos en agudos problemas.
Repasemos brevemente algunos de los reacomodos en marcha. Como la crisis ha golpeado sobre todo a los países industrializados, una parte significativa del capital que antes se invertía en ellos, ahora fluye hacia el sur. A su vez, como la crisis también generó incertidumbre y volatilidad, muchos inversores dejaron de lado emprendimientos en industrias o servicios, para enfocarse enfocase en sectores que consideraban más seguros, tales como tierras, minerales, energía o alimentos. La inversión extranjera, En América del Sur, llegó a 144 mil millones de dólares en 2012, y un 51% de ella recaló en el sector de los recursos naturales (según datos de CEPAL). Por lo tanto, hay cambios en los flujos de capital, tanto en los países involucrados como en los sectores de destino.
Paralelamente están en marcha varios cambios en el comercio comercio internacional. Los países asiáticos, y muy especialmente China, no sólo se volvieron enormes exportadores, sino que también son voraces importadores de recursos naturales, y con ello hacen aumentar las ventas que parten de algunos sitios de América Latina o Africa. Antes que una caída sostenida en el comercio global, lo que está en marcha es un cambio sustancial en su estructuración, a medida que aumenta la importancia de esas transacciones sur-sur.
El acceso a los recursos naturales se vuelve cada vez más importante, y el alto precio de las materias primas ha tenido el efecto de “globalizar” todavía más a varios países latinoamericanos ya que sus compradores están en otros continentes. La proporción de recursos naturales en el total de las exportaciones no ha dejado de aumentar en el continente; pasó del 75% al 87% en los países andinos, y del 51% al 67% en el MERCOSUR entre los años 2000 y 2011. Esto ha implicado cambios dramáticos para algunas naciones. Por ejemplo, Brasil se ha convertido en el más grande extractivista del continente, donde su extracción de minerales casi triplica a la de todos los demás países sudamericanos sumados (totalizando 410 millones toneladas en 2011, contra un total de 147 millones agrupando al resto de los países).
El consumo planetario de recursos minerales, energía y agroalimentos es pasmoso. Se estima que, desde el inicio del siglo XXI, se extraen cada año entre 47 y 59 miles de millones de toneladas métricas (3). Esta es una cifra enorme, que no deja de crecer, y lo hace a un ritmo que es casi el doble del aumento de la población. A pesar de esta enorme presión en apropiarse de los recursos naturales, los defensores de la hiperglobalización son incapaces de entender que los recursos naturales son acotados, y que los actuales niveles de explotación acarrean impactos sociales y ambientales muy graves.
Como puede verse no hay ni detención ni estancamiento, y la globalización es mucho más resistente de lo que varios piensan.
América Latina frente a la hiperglobalización
La situación de Latinoamerica frente a este hiperglobalización es paradojal. En el pasado tenían lugar intensos debates que denunciaban los impactos de esas imposiciones planetarias, donde participaban los más diversos movimientos sociales y políticos. De una manera o de otra, todos buscaban alternativas.
Pero más recientemente, muchos gobiernos de la región, tanto por izquierda como derecha, han aprovechado esta globalización logrando grandes ganancias en sus exportaciones, gracias a los altos precios de sus materias primas, y han acogido enormes volúmenes de inversión extranjera. Estos y otros factores han desembocado en mayores niveles de crecimiento económico, que en algunos países sirvieron para financiar programas muy importantes, como los que reducen la pobreza. A su vez, las importaciones se han abaratado, y con ello se alimentó un nuevo consumismo que también ha cristalizado en un sentimiento de bienestar, sobre todo material, en amplios sectores sociales.
De esta manera, a diferencia de lo que sucede en algunos rincones europeos o norteamericanos, muchos en América Latina, ahora ven con buenos ojos esta globalización, o por lo menos no se sienten amenazados por ella. Esta globalización es tan tentadora, los precios de las materias primas son tan altos, la demanda tan sostenida, que incluso se ha convertido en un factor clave del giro de los gobiernos progresistas hacia posturas económicamente más ortodoxas, y enfrentamientos con la sociedad civil cada vez más intensos.
No puede extrañar que esto llevara a que, poco a poco, muchos actores, como políticos o sindicalistas, abandonaran sus críticas a la globalización. No tienen tanto interés en buscar alternativas. Es más, para algunos, la actual situación mundial expresaba una gran “oportunidad” de crecimiento que no debía ser desaprovechado.
Las resistencias y la búsqueda de alternativas frente a esa hiperglobalización se mantuvieron en quienes seguían sufriendo directamente sus efectos, como los campesinos desplazados por agronegocios de exportación, indígenas que deben lidiar con impactos de mineras o petroleras, obreros que pierden su trabajo por la avalancha de productos importados, o por militantes sociales que logran ver las contradicciones y amenazas en esa carrera.
Es necesario rescatar y dejar en evidencia todas esas contradicciones. También es necesario volver a señalar que esta globalización acelerada se sostiene en gran medida porque América Latina exporta minerales, energéticos y agroalimentos, no sólo en grandes volúmenes, sino que además acepta sus impactos sociales y ambientales. También hay que dejar en claro que los gobiernos están tan ensimismados con esa globalización, que ni siquiera pujan para corregir los precios de esas materias primas, aunque los costos, por ejemplo del desplazamiento social o la descontaminación, son pagados por los propios Estados. Los precios de muchas manufacturas no sólo son comparativamente muy bajos porque se pagan salarios paupérrimos en Asia, sino porque el costo de las materias primas termina siendo insignificante.
Estos y otros temas muestran que, lejos de detenerse, la globalización sigue su marcha. Frente a ella es necesario retomar y reconstruir las capacidades de crítica, movilización y alternativas, que una vez más descansan en la sociedad civil.
Eduardo Gudynas es investigador en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social); su blog es www.accionyreaccion.com y se lo puede seguir en twitter en @EGudynas. Es articulista con el Programa de las Américas www.cipamericas.org/es
Referencias:
1. El curso de la globalización parece estar detenido, Ignacio Ramonet; Miradas al Sur, Buenos Aires, 19 mayo 2013; http://sur.infonews.com/notas/el-curso-de-la-globalizacion-parece-estar-detenido
2. Subramanian, A. y M. Kessler. 2013. The Hyperglobalization of Trade and Its Future. Global Citizen Foundation, Working Paper 3.
3. Decoupling natural resource use and environmental impacts from economic growth. 2012. United Nations Environmental Programme.