La sociedad de consumo no es una fatalidad
Por Abdeslam Baraka*
La crisis que vivimos empezó por ser una crisis financiera para transformarse en una segunda etapa en crisis económica con la consecuencia social que cada uno de nosotros siente en sus entrañas o al menos en su entorno.
La apatía de principio no tardó en transformarse en alarma, en amenaza antes de engendrar una verdadera confusión.
Después de dudar, de vacilar y de recapacitar, los gobiernos convencidos del liberalismo y de la perspicacia de la ley del mercado terminaron por intervenir en el propio mercado con medidas gubernamentales y medios públicos, pues las inyecciones de liquidez de los bancos centrales no daban abasto al pánico que se instalaba.
La intervención fue y seguirá siendo un acierto tanto no se habrá salido de la presente crisis. Sea a través de alentar el consumo, reduciendo los impuestos y otras cargas. O a través del incremento de la inversión pública, cuyo ejemplo mas ilustrativo es el “Recovery and Reinvestment Act” adoptado recientemente por el congreso de Estados Unidos bajo el impulso del flamante Presidente Barack Obama para sostener el propio sistema, notoriamente culpable de la temible deriva.
La inyección de 787.000 millones de dólares no será suficiente para reactivar el mercado americano e insuflar la confianza en la economía mundial. Otras medidas de orden político y legislativo deberán intervenir para recobrar la confianza del ciudadano, el verdadero inversor por medio de sus ahorros logrados por el sudor de su trabajo y por el riesgo consentido en sus iniciativas.
Todas las medidas de esta índole seguirán siendo por el momento un necesario pero mero remedio que aliviará al enfermo sin pretender curarlo.
Lo único cierto es que la crisis permitió a los políticos recobrar protagonismo, eso sí, a través de los recursos de los contribuyentes y no siempre con acierto. Algunos preconizaron la refundación del capitalismo; otros tuvieron la tentación de recurrir al proteccionismo y negar las ventajas cuan elogiadas de la globalización y de la abolición de las barreras aduaneras. Ni los unos ni los otros responden realmente a la preocupaciones de los pueblos que reclaman estabilidad, bienestar y visibilidad.
En realidad, el ciudadano se ha visto envuelto en una sociedad de consumo, que ni ha reivindicado ni ha deseado y que no ha tenido más remedio que padecer.
Para recortar distancias, creo humildemente que lo que está en tela de juicio no es el capitalismo ni el libre mercado, en sus esencias, sino la deriva hacia la sociedad de consumo que se empeñó en forzar la ley de la oferta y la demanda para alentar un consumo innecesario y superfluo.
Ante la ofensiva comercial impulsada por el provecho excesivo de las empresas, apoyada por un crédito bancario secuaz y laxo, “el ciudadano”, que para el de cujus es “el consumidor”, no tuvo mas remedio que endeudarse permitiendo al sistema seguir creciendo hasta amenazar la estabilidad mundial.
¿Por cuanto tiempo seguirán los gobiernos apoyando a los productores de automóviles bajo el pretexto de mantener el empleo y con la esperanza de asegurarse el voto? Y qué se deberá hacer con el sector informático, el inmobiliario, el turístico, el de la confección, el de la alimentación y el resto que, bajo el impulso de la competencia y del lucro excesivo llevaron a lo que llamamos inocentemente ‘sociedad de consumo’.
No hay que olvidar que la sociedad de consumo nos llevó mucho antes de la actual crisis a destruir cantidad de oficios y profesiones seculares y a maltraer y mortificar el medioambiente con lo que conlleva de destrucción definitiva de unos recursos naturales limitados. Solo una temible inconsciencia puede disimular el tremendo error en que nos enmarañamos.
Aunque se actué como se está haciendo, se tendrá que redefinir la misión del sector bancario, reincorporándolo en su papel de depositario de los ahorros de los ciudadanos. El Estado tendrá que recuperar su función como garante de la estabilidad política, económica y social.
El Estado democrático reclama que se debata, en su momento, de estas cuestiones y que se permita a los ciudadanos decidir sobre su futuro. Cualquier otra tendencia como la que “sabiamente” preconiza una gobernanza financiera mundial u otras tantas expertas fórmulas no hará mas que empeorar la dolencia y hacer mas difícil el mañana de nuestros hijos.
* Ex Ministro y ex embajador de Marruecos en España