Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)

 

En ocasiones suelen confundirse conceptos que insinúo abordar de forma exhaustiva por sus significativas connotaciones. En tal sentido, creo pertinente contribuir a esclarecer el concerniente a la “identidad corporativa”. Podemos definirla como la manera de proyectarse ante el público y comunicar su promesa de valor ante los múltiples grupos de interés de una organización.

 

 

identidad corporativa W Perez

Agrupa componentes tangibles e intangibles. Es lo que representa la entidad; proporciona realce al consumidor; diferencia un negocio de otros; comunica sus objetivos, filosofía, actividades y valores. Su importancia radica, entre otros fines, por ayudar a fidelizar a su audiencia, mejorar la conciencia del cliente y aumentar la ventaja competitiva. Es decir, es su personalidad y está compuesta por tres elementos esenciales: misión, visión y valores.

La “misión” señala el negocio, las necesidades que cubren sus productos y servicios, su mercado e imagen pública; será concreta, amplia y realista. Según el experto Rafael Muñiz Gonzales, escritor y conferenciante internacional y asesor estratégico, es “la razón de ser de la empresa, condiciona sus actividades presentes y futuras, proporciona unidad, sentido de dirección y guía en la toma de decisiones estratégicas”.

La “visión” es el sueño acerca de su posicionamiento a muy largo plazo que entusiasma a accionistas, personal y proveedores. Detalla lo que quiere ser, sus grandes empeños, cómo espera conseguirlos, etc. Para William Cuevas Amaya, sociólogo y especialista en Administración Pública, “es la capacidad de ver más allá, en tiempo y espacio, y por encima de los demás, significa visualizar, ver con los ojos de la imaginación, en términos del resultado final que se pretende alcanzar”.

Por último, están los “valores”, llamados a definir las creencias y reglas reguladoras de la gestión organizacional. Constituyen su filosofía y el soporte de su cultura y, además, es un aspecto central para delimitar la “identidad corporativa”. Precisan las ventajas comparativas que guiarán su desarrollo; muestran sus creencias de manera compartida; estipulan el comportamiento de sus integrantes; se orientan en concordancia con sus planes de acción.

De modo que, reitero lo expuesto en mi artículo “¿Qué son los valores corporativos?”: “…Su establecimiento proporciona cualidades internas y externas; ayudan a comprobar si van por el camino correcto para alcanzar sus objetivos; tienen vital trascendencia en la imagen del negocio. Estos principios rectores deben estar expresados en su visión, misión y reflejarse en sus políticas. Representan una especie de ‘columnas vertebrales’; convendría que sean claros, de aplicación obligatoria, fácil implementación y explicados en los procesos de inducción y capacitación. Su utilidad compromete a todos sus miembros”.

Existen los “valores corporativos” de la empresa, de los empleados y del producto o servicio. El primero, son los adoptados por la institución; el segundo, corresponde a la conducta de sus integrantes; el tercero, hace referencia a las características de sus bienes o servicios. A mi entender representan pilares insoslayables y están íntimamente vinculados por los postulados individuales de sus gestores. El liderazgo ético es concluyente y ejerce un efecto descendente en los colaboradores; imposible prescindir de su influencia en el acontecer de la organización.

Soslayemos observar la “misión”, la “visión” y los “valores” como nociones plasmadas, únicamente, en la memoria empresarial, en las redes sociales, en discursos pomposos o en un cuadro situado en las oficinas. Deben evidenciarse en el día a día; estarán presentes en la interacción con todas sus audiencias; forman parte activa del “ADN” de una corporación; guían e inspiran su devenir. Se aconseja desplegar programas de entrenamiento, dirigidos a su personal, a fin de conocer sus reales alcances y someter su vigencia a una constante evaluación.

No obstante, existen infinidad de situaciones en las que apreciamos la incoherencia entre éstos y su trato con determinados públicos. Por ejemplo, compañías empeñadas en privilegiar a clientes, aliados estratégicos y autoridades y, por el contrario, descuidan su entorno social. Aquí se produce un desequilibrio en la consistencia de la “identidad corporativa”, destinada a prevalecer en el tiempo con la intención de posesionarse en la mente de sus audiencias. Ésta debe estar expresada, de forma ininterrumpida, en su actuación.

 

Es ineludible establecer algunas deferencias con la “imagen corporativa”. De acuerdo a lo expuesto por Javier Sánchez Galán, licenciado en Economía y Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid (España) “los límites conceptuales entre identidad e imagen corporativa son bastante laxos dentro de la teoría en marketing. Suele entenderse que la imagen es una aplicación más práctica de la identidad de una empresa, es decir, busca la comunicación hacia el exterior de los valores de la identidad de manera óptima o exitosa. Por ello, suele relacionarse más comúnmente al concepto de identidad corporativa con el de marca corporativa”.

Una institución o empresa tiene como propósito estar presente en la mente de sus públicos; le corresponde ejercer un desempeño análogo con las expectativas generadas y forjará un sentimiento de acercamiento con el entorno social. Recordemos lo aseverado por el español Andrés Pérez Ortega: “Si te centras en ti mismo no dejas huella. Tu marca tiene sentido si aportas a los demás”.

 

(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/