La expulsión de los sacerdotes Tacna y Arica
Un Centenario Inefable
Escribe: Juan Carlos Herrera Tello (*)
El 7 de marzo de 1910, marca uno de los hitos en la historia de la diplomacia peruana como una afrenta contra lo establecido en el Tratado de Ancón de 1883, donde el mero poseedor de los territorios de Tacna y Arica no obstante ya haber cerrado las escuelas y liceos peruanos de esos territorios, decide expulsar a su clero porque sus integrantes eran subversivos a los intereses de Chile. La verdad era otra, en aquellos tiempos quienes manejaban las inscripciones de los nacimientos eran las parroquias y en ello tenían relevancia los sacerdotes que custodiaban los libros. Chile necesitaba de esos registros para manipular la lista de sufragantes en el Plebiscito que nunca se realizó.
Escolares de Tacna eran obligados por los chilenos a mirar los restos de peruanos asesinados. |
Un Centenario Inefable
Escribe: Juan Carlos Herrera Tello (*)
El 7 de marzo de 1910, marca uno de los hitos en la historia de la diplomacia peruana como una afrenta contra lo establecido en el Tratado de Ancón de 1883, donde el mero poseedor de los territorios de Tacna y Arica no obstante ya haber cerrado las escuelas y liceos peruanos de esos territorios, decide expulsar a su clero porque sus integrantes eran subversivos a los intereses de Chile. La verdad era otra, en aquellos tiempos quienes manejaban las inscripciones de los nacimientos eran las parroquias y en ello tenían relevancia los sacerdotes que custodiaban los libros. Chile necesitaba de esos registros para manipular la lista de sufragantes en el Plebiscito que nunca se realizó.
En 1919, Carlos Rey de Castro publica una apretada cronología diplomática titulada “El Artículo III del Tratado de Ancón” nos da las fechas de cómo sucedieron los acontecimientos sobre la expulsión del clero peruano: El 23 de noviembre de 1909, el gobierno de Chile a través de su Canciller Agustín Edwards ordena clausurar todas las iglesias de Tacna y Arica; la protesta peruana no se hizo esperar pero Chile mantuvo su medida de fuerza amparada según ellos en el Tratado de Ancón. Como los territorios en disputa eclesiásticamente pertenecían al Obispado de Arequipa, se ofició al Obispo del departamento peruano a que nombre sacerdotes chilenos, lo que éste negó de plano semejante afrenta contra la iglesia y contra la nacionalidad de las mayorías afincadas en la zona litigiosa.
Como los templos fueron clausurados, el Intendente de Tacna don Máximo R. Lira mandó colocar por orden de su gobierno guardias armados en sus puertas a fin de impedir el ingreso de los religiosos y los fieles peruanos, así mismo se prohibió las acostumbradas procesiones; entonces los sacerdotes peruanos solicitaron permiso al Obispo de Arequipa a que en sus casas, o en lugares acondicionados, puedan ellos celebrar los ritos católicos; así se comenzó a celebrar la misa en la clandestinidad, casi de la misma forma como en los subterráneos de la Roma imperial cuando los cristianos eran perseguidos.
Hostilizados y hasta difamados, los curas peruanos eran presa de toda clase de sentencias para dañar su prestigio, pero ellos no se inmutaron ante la adversidad. José Vitaliano Berroa el párroco de Arica escribió: “El Intendente Lira ejecutor de los planes del Canciller Edwards pensó que después de tantos procesos y la clausura de las iglesias, los curas peruanos nos retiraríamos de tan queridos territorios; pero el cumplimiento del deber, que hace soportar cualquier sacrificio, con su cortejo de sufrimientos, nos retuvo en nuestros puestos sin arredrarnos ante los peligros”.
Mientras las autoridades y periódicos chilenos insultaban a los sacerdotes peruanos se llegó al extremo de estigmatizarlos así: “El cura peruano, he ahí el enemigo de Chile”.
Posteriormente el 17 de febrero de 1910, el intendente de Tacna Lira, dio un ultimátum a los curas peruanos a que abandonen el territorio en el término de 48 horas, esto se debió a que se había descubierto que en determinados lugares de las ciudades de Tacna y Arica se venía oficiando los sacramentos; pero los sacerdotes se negaron a cumplir aquella orden.
José Luis Fermandoiz transcribe en su obra “El Conflicto Eclesiástico de Tacna” La orden que provenía del gobierno chileno en la pluma de su Canciller, la que culminaba con esta sentencia: “El Gobierno de Chile, en consecuencia, encarga Ud. (Lira) se sirva notificar a los que se dicen curas peruanos, que residen en Tacna y Arica, que abandonen a la mayor brevedad, el territorio de la república. V.S. queda encargado de llevar a efecto esta resolución, así como de vigilar estrictamente que no entre a ese territorio ningún sacerdote peruano que vaya con el propósito ostensible de ejercer funciones sacerdotales o de propaganda a favor de su país”
Raúl Palacios Rodríguez en “La Chilenización de Tacna y Arica”, narra con magistral elocuencia la sucesión de hechos y las repercusiones de la expulsión de los curas peruanos: “La fecha convenida para la expulsión era el sábado 5 de marzo; pero a eso del medio día el gobernador Arteaga en comunicación al Vicario de Arica, les hacía saber la prorroga de 48 horas, que también valía para la provincia de Tacna” y añade más adelante “El día domingo con la asistencia de muchísimos fieles celebróse misas en la capilla del hospital y en el oratorio particular de aquel puerto. A lo largo de la ceremonia desarrolláronse escenas desgarradoras: los asistentes prorrumpían en sollozos y gritos conmovedores, mientras que los presbíteros Berroa y Guevara no pudieron, por la impresión que los embargaba dirigir la palabra a los feligreses.
Vitaliano Berroa nos dice sobre la última misa en Arica: “La última misa celebrada en la hermosa iglesia peruana de Arica constituyó una escena emocionante y solemne. El Presbítero don Juan G. Guevara fue autorizado por la gobernación para celebrar el augusto sacrificio de la misa, con el fin de consumar las sagradas formas. Pocos momentos antes de realizarse este acto, lo supo el vecindario y algunas damas se dirigieron apresuradamente al templo, para asistir a esta misa inesperada, pero la policía les impidió acercarse y se vieron obligados a permanecer de rodillas en la plaza pública, durante media hora, elevando sus plegarias y uniendo sus oraciones a las del sacerdote. El Sr. Guevara en medio del más profundo silencio y del mayor misterio, como si se tratara de un acto criminal, celebró aquella misa, a puertas cerradas, y con un solo asistente, que era nada menos que don Enrique Medina, secretario de la gobernación, el mismo funcionario, que de orden del jefe cerró el templo”.
La escena descrita por Berroa es conmovedora, tanto como hacía treinta años un puñado se inmolaba en el Morro de Arica, la civilidad peruana y en especial la mujer ariqueña sufría al pie del atrio de la Iglesia de San Marcos de Arica uno de los más dolorosos momentos que su corazón patrio pueda sufrir, el de negársele a asistir a misa (recordemos que nos encontramos a inicios del siglo XX).
Carlos A. Tellez en su texto fundamental “La Cuestión de Tacna y Arica” revive la expulsión de los curas peruanos en estas palabras: “Los curas peruanos son expulsados, y clausurados los templos, que más tarde se reabren con curas chilenos. Las imprentas son asaltadas y destrozadas; y los centros sociales robados y destruidos.
Pero el patriotismo tacneño y ariqueño se mantiene intacto. Los niños son educados en sus casas, y los padres que no pueden hacerlo, mantienen con su ejemplo y con su palabra el santo amor a la patria. Las mujeres rezan en sus hogares, sin oír misa, sin confesarse, sin practicar ninguno de los sacramentos administrados por los curas enemigos. ¡Sublime ejemplo, en que el patriotismo de las tacneñas y ariqueñas se sobrepone al sentimiento religioso, que es uno de los más profundos en el corazón de la mujer!”.
Mientras los sucesos de Arica eran tristes y heroicos, la situación en Tacna no era diferente, aquel 7 de marzo el comandante de policía de Tacna se apersonó al oratorio del párroco Florez Mestre cuando este se hallaba celebrando misa ante numerosa concurrencia. El chileno desalojó a los fieles inclusive a las señoras en forma prepotente apresando a los presbíteros y conducidos por la policía con la fuerza de las armas; a la salida la cantidad de peruanos era impresionante y la gente se arremolinaba para darles el adiós a sus sacerdotes y estos levantando la mano a sus feligreses les impartían bendiciones.
No obstante el abuso cometido por las autoridades chilenas, tal vez para sopesar el vejamen, se les ofreció un almuerzo, el que fue rechazado de plano por los curas. Luego se prepararon dos coches los que eran escoltados por gendarmes armados con carabinas, al partir la caravana, los sacerdotes recibieron una ovación de cariñosa despedida y ya sin evitar su fervor patriótico asomaron por las ventanillas y lanzaron vivas al Perú, que fueron contestados por aquellos.
Ya en 1912, en una exposición, el inefable Máximo R. Lira confiesa “En estos últimos años han desaparecido del escenario tacneño los principales campeones de la resistencia a la penetración de la influencia chilena: los curas y los diaristas peruanos”.
Creo necesario reproducir la opinión de la Santa Sede respecto a este problema, de acuerdo a lo escrito por el Capellán 1º de la Armada Juan Fermandoiz en su ya citado “El Conflicto Eclesiástico de Tacna” que con la acostumbrada “sinceridad” chilena de la época en una parte dice: “De este sentido homenaje y augurio a la Nación chilena y a su Gobierno, es imposible desligar en el Corazón del Padre Santo, un ardiente voto, esto es que, por motivos políticos no vaya a producirse daño ninguno a los intereses religiosos de las almas, y que el culto católico pueda gozar en Tacna y Arica”, más abajo de la comunicación firma el Cardenal Merry del Val, que era el Secretario del Papa Pio X.
Así pasaron a la posteridad, y sus nombres han quedado en nuestra historia por los inconmensurables servicios prestados a la causa del Perú, estos probos sacerdotes fueron José María Flores Mextre (párroco de Tacna); Juan Vitaliano Berroa (párroco de Arica); Francisco Quiroz (cura de Tacna); José Mariano Indacochea Zeballos (cura de Codpa); José Félix Cáceres (cura de Tarata) Esteban Toccafondi (cura de Sama) y Juan Gualberto Guevara (auxiliar de la parroquia de Arica), este último fue nuestro primer Cardenal y Primado del Perú, demostrándose que El Vaticano nombra siempre personajes ilustres y probos con una fe inquebrantable y especialmente de derrotero intachable, desmoronando con ello los insultos y los vituperios contra estos sacerdotes que lograron una página de dignidad en la historia diplomática de nuestro país.
Por ellos nunca antes el pueblo y la Iglesia estuvieron tan juntos; nunca antes el clero peruano y sus fieles fueron uno solo en aquellas provincias tomadas de rehenes y nunca antes el Perú y La Santa Sede estuvieron en la causa de la justicia cuando el ocupante que ya no tenía derecho a impulsar su plan de chilenización al haber expirado el plazo de los 10 años establecidos en el Tratado de Ancón, y peor aun violando el derecho internacional de los Estados al no respetar los fueros eclesiásticos por la autonomía consagrada a la Santa Sede en aquellos tiempos.
En este centenario de ingrato recuerdo, así como solemne, me queda solo realizar una reflexión, y esta se condice en la deuda de nuestro pueblo a la Santa Iglesia Católica que estuvo de lado de nuestro Estado en momentos donde más los necesitábamos, porque se inculcaba después de amor y respeto a nuestro creador, el mantener el fuego sagrado de la Patria lejana que con su calor abrazaría prontamente a todos sus hijos y en especial a aquellos que sufrían el terrible cautiverio en las provincias peruanas de Tacna y Arica.
(*) Abogado
Asesor en Asuntos Internacionales
Como los templos fueron clausurados, el Intendente de Tacna don Máximo R. Lira mandó colocar por orden de su gobierno guardias armados en sus puertas a fin de impedir el ingreso de los religiosos y los fieles peruanos, así mismo se prohibió las acostumbradas procesiones; entonces los sacerdotes peruanos solicitaron permiso al Obispo de Arequipa a que en sus casas, o en lugares acondicionados, puedan ellos celebrar los ritos católicos; así se comenzó a celebrar la misa en la clandestinidad, casi de la misma forma como en los subterráneos de la Roma imperial cuando los cristianos eran perseguidos.
Hostilizados y hasta difamados, los curas peruanos eran presa de toda clase de sentencias para dañar su prestigio, pero ellos no se inmutaron ante la adversidad. José Vitaliano Berroa el párroco de Arica escribió: “El Intendente Lira ejecutor de los planes del Canciller Edwards pensó que después de tantos procesos y la clausura de las iglesias, los curas peruanos nos retiraríamos de tan queridos territorios; pero el cumplimiento del deber, que hace soportar cualquier sacrificio, con su cortejo de sufrimientos, nos retuvo en nuestros puestos sin arredrarnos ante los peligros”.
Mientras las autoridades y periódicos chilenos insultaban a los sacerdotes peruanos se llegó al extremo de estigmatizarlos así: “El cura peruano, he ahí el enemigo de Chile”.
Posteriormente el 17 de febrero de 1910, el intendente de Tacna Lira, dio un ultimátum a los curas peruanos a que abandonen el territorio en el término de 48 horas, esto se debió a que se había descubierto que en determinados lugares de las ciudades de Tacna y Arica se venía oficiando los sacramentos; pero los sacerdotes se negaron a cumplir aquella orden.
José Luis Fermandoiz transcribe en su obra “El Conflicto Eclesiástico de Tacna” La orden que provenía del gobierno chileno en la pluma de su Canciller, la que culminaba con esta sentencia: “El Gobierno de Chile, en consecuencia, encarga Ud. (Lira) se sirva notificar a los que se dicen curas peruanos, que residen en Tacna y Arica, que abandonen a la mayor brevedad, el territorio de la república. V.S. queda encargado de llevar a efecto esta resolución, así como de vigilar estrictamente que no entre a ese territorio ningún sacerdote peruano que vaya con el propósito ostensible de ejercer funciones sacerdotales o de propaganda a favor de su país”
Raúl Palacios Rodríguez en “La Chilenización de Tacna y Arica”, narra con magistral elocuencia la sucesión de hechos y las repercusiones de la expulsión de los curas peruanos: “La fecha convenida para la expulsión era el sábado 5 de marzo; pero a eso del medio día el gobernador Arteaga en comunicación al Vicario de Arica, les hacía saber la prorroga de 48 horas, que también valía para la provincia de Tacna” y añade más adelante “El día domingo con la asistencia de muchísimos fieles celebróse misas en la capilla del hospital y en el oratorio particular de aquel puerto. A lo largo de la ceremonia desarrolláronse escenas desgarradoras: los asistentes prorrumpían en sollozos y gritos conmovedores, mientras que los presbíteros Berroa y Guevara no pudieron, por la impresión que los embargaba dirigir la palabra a los feligreses.
Vitaliano Berroa nos dice sobre la última misa en Arica: “La última misa celebrada en la hermosa iglesia peruana de Arica constituyó una escena emocionante y solemne. El Presbítero don Juan G. Guevara fue autorizado por la gobernación para celebrar el augusto sacrificio de la misa, con el fin de consumar las sagradas formas. Pocos momentos antes de realizarse este acto, lo supo el vecindario y algunas damas se dirigieron apresuradamente al templo, para asistir a esta misa inesperada, pero la policía les impidió acercarse y se vieron obligados a permanecer de rodillas en la plaza pública, durante media hora, elevando sus plegarias y uniendo sus oraciones a las del sacerdote. El Sr. Guevara en medio del más profundo silencio y del mayor misterio, como si se tratara de un acto criminal, celebró aquella misa, a puertas cerradas, y con un solo asistente, que era nada menos que don Enrique Medina, secretario de la gobernación, el mismo funcionario, que de orden del jefe cerró el templo”.
La escena descrita por Berroa es conmovedora, tanto como hacía treinta años un puñado se inmolaba en el Morro de Arica, la civilidad peruana y en especial la mujer ariqueña sufría al pie del atrio de la Iglesia de San Marcos de Arica uno de los más dolorosos momentos que su corazón patrio pueda sufrir, el de negársele a asistir a misa (recordemos que nos encontramos a inicios del siglo XX).
Carlos A. Tellez en su texto fundamental “La Cuestión de Tacna y Arica” revive la expulsión de los curas peruanos en estas palabras: “Los curas peruanos son expulsados, y clausurados los templos, que más tarde se reabren con curas chilenos. Las imprentas son asaltadas y destrozadas; y los centros sociales robados y destruidos.
Pero el patriotismo tacneño y ariqueño se mantiene intacto. Los niños son educados en sus casas, y los padres que no pueden hacerlo, mantienen con su ejemplo y con su palabra el santo amor a la patria. Las mujeres rezan en sus hogares, sin oír misa, sin confesarse, sin practicar ninguno de los sacramentos administrados por los curas enemigos. ¡Sublime ejemplo, en que el patriotismo de las tacneñas y ariqueñas se sobrepone al sentimiento religioso, que es uno de los más profundos en el corazón de la mujer!”.
Mientras los sucesos de Arica eran tristes y heroicos, la situación en Tacna no era diferente, aquel 7 de marzo el comandante de policía de Tacna se apersonó al oratorio del párroco Florez Mestre cuando este se hallaba celebrando misa ante numerosa concurrencia. El chileno desalojó a los fieles inclusive a las señoras en forma prepotente apresando a los presbíteros y conducidos por la policía con la fuerza de las armas; a la salida la cantidad de peruanos era impresionante y la gente se arremolinaba para darles el adiós a sus sacerdotes y estos levantando la mano a sus feligreses les impartían bendiciones.
No obstante el abuso cometido por las autoridades chilenas, tal vez para sopesar el vejamen, se les ofreció un almuerzo, el que fue rechazado de plano por los curas. Luego se prepararon dos coches los que eran escoltados por gendarmes armados con carabinas, al partir la caravana, los sacerdotes recibieron una ovación de cariñosa despedida y ya sin evitar su fervor patriótico asomaron por las ventanillas y lanzaron vivas al Perú, que fueron contestados por aquellos.
Ya en 1912, en una exposición, el inefable Máximo R. Lira confiesa “En estos últimos años han desaparecido del escenario tacneño los principales campeones de la resistencia a la penetración de la influencia chilena: los curas y los diaristas peruanos”.
Creo necesario reproducir la opinión de la Santa Sede respecto a este problema, de acuerdo a lo escrito por el Capellán 1º de la Armada Juan Fermandoiz en su ya citado “El Conflicto Eclesiástico de Tacna” que con la acostumbrada “sinceridad” chilena de la época en una parte dice: “De este sentido homenaje y augurio a la Nación chilena y a su Gobierno, es imposible desligar en el Corazón del Padre Santo, un ardiente voto, esto es que, por motivos políticos no vaya a producirse daño ninguno a los intereses religiosos de las almas, y que el culto católico pueda gozar en Tacna y Arica”, más abajo de la comunicación firma el Cardenal Merry del Val, que era el Secretario del Papa Pio X.
Así pasaron a la posteridad, y sus nombres han quedado en nuestra historia por los inconmensurables servicios prestados a la causa del Perú, estos probos sacerdotes fueron José María Flores Mextre (párroco de Tacna); Juan Vitaliano Berroa (párroco de Arica); Francisco Quiroz (cura de Tacna); José Mariano Indacochea Zeballos (cura de Codpa); José Félix Cáceres (cura de Tarata) Esteban Toccafondi (cura de Sama) y Juan Gualberto Guevara (auxiliar de la parroquia de Arica), este último fue nuestro primer Cardenal y Primado del Perú, demostrándose que El Vaticano nombra siempre personajes ilustres y probos con una fe inquebrantable y especialmente de derrotero intachable, desmoronando con ello los insultos y los vituperios contra estos sacerdotes que lograron una página de dignidad en la historia diplomática de nuestro país.
Por ellos nunca antes el pueblo y la Iglesia estuvieron tan juntos; nunca antes el clero peruano y sus fieles fueron uno solo en aquellas provincias tomadas de rehenes y nunca antes el Perú y La Santa Sede estuvieron en la causa de la justicia cuando el ocupante que ya no tenía derecho a impulsar su plan de chilenización al haber expirado el plazo de los 10 años establecidos en el Tratado de Ancón, y peor aun violando el derecho internacional de los Estados al no respetar los fueros eclesiásticos por la autonomía consagrada a la Santa Sede en aquellos tiempos.
En este centenario de ingrato recuerdo, así como solemne, me queda solo realizar una reflexión, y esta se condice en la deuda de nuestro pueblo a la Santa Iglesia Católica que estuvo de lado de nuestro Estado en momentos donde más los necesitábamos, porque se inculcaba después de amor y respeto a nuestro creador, el mantener el fuego sagrado de la Patria lejana que con su calor abrazaría prontamente a todos sus hijos y en especial a aquellos que sufrían el terrible cautiverio en las provincias peruanas de Tacna y Arica.
(*) Abogado
Asesor en Asuntos Internacionales