Historia, madre y maestra
La tragedia del 79, Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima
Tacna y Arica
Guerra Perú-Chile 1879. 33 El último cartucho
La frase de Bolognesi dando fin a la entrevista con el parlamentario chileno Salvo, cierra igualmente toda esperanza que le pudiera llegar ayuda, aquella que en forma reiterada solicitó al prefecto de Arequipa, Carlos Gonzales Orbegozo que, al decir de Paz Soldán fue: (88)
"joven recién salido a la política, y mas afecto a los pasatiempos de pompas aristocráticas y a tertulias de salón, que a las rudas tareas y peligros de la guerra".
Incluso el telegrama del 5 de junio cuando escribe Bolognesi: (89)
"Apure Leyva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el último sacrificio".
Ultima comunicación del héroe de los varios telegramas cursados en esos días, esperanzado que el gobierno y comando del segundo ejército del Sur cumpliera con su deber, así como él y sus oficiales cumplían con el suyo, resumidos en su frase: (90)
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho".
La frase de Bolognesi no queda como simple respuesta a un planteamiento de rendición. Por su laconismo, pero enorme fuerza expresiva, trasciende el momento, convirtiéndose, por su sencillez, en manifestación de sublimidad.
No es la expresión literal de continuar las operaciones de defensa mientras queden municiones. Representa la voz altanera, plena de convicción que expresa el estado de ánimo de jamás ser intimado; que la amenaza de enfrentarse a rival de poderío en situación muy superior a las tropas que comanda, no lo atemorizan; que el fin adverso en que podrá desenvolverse la contienda tampoco lo asustan. Es la declaración clara y manifiesta de combatir al adversario en cualquier terreno o circunstancia sin importar las diferencias numéricas o de armamentos. Es la síntesis del espíritu inconquistable que anima al peruano, quien, sacando fuerzas de los golpes del destino encuentra nuevas oportunidades para enfrentarse al enemigo. Es el temple hecho voz expresando que la derrota puede producirse una y muchas veces, pero la rendición ¡jamás!. Ni siquiera la muerte podrá acallar ese espíritu, que, por heredad pasará y será trasmitido a quienes se encuentren en la vecindad, o a los distantes paisanos y por último a los descendientes y en ellos volverá a emerger con fuerza casi telúrica indicando que cada peruano en el momento que le toque actuar, deberá seguir en el combate, sin importar cuanto tiempo podrá durar; ni cuantos hombres podrán sucumbir, no importa, lo que interesa es proseguir en la lucha hasta que al final se logre la victoria.
La serenidad lo envolvió en todo momento y fríamente, como buen artillero, analizó la situación, determinando cuales son las posibilidades y como éstas pueden modificarse si otros factores entraran en juego. Es el frío jugador de ajedrez que evalúa cada movimiento y conoce o prevé los resultados, por eso, días antes de la batalla de Tacna, parece intuir lo que habrá de suceder cuanto escribió a su hijo Enrique el 21 de mayo de 1880 desde Arica: (91)
"Querido Enrique:
He recibido la tuya y ayer mismo me fui donde el señor Coloma para pedirle víveres para ti; me ha contestado que no te manda, que él mismo te hará dar.
Así es que manda donde él para que te auxilie.
Te remito diez soles con el mayor Luna y otros diez soles y un par de zapatos con el capitán Ugarte.
Aquí estoy bien de salud, esperando solo que venga el enemigo para recibirlo, sin que me importe su número.
Consérvate bien y manda en la voluntad de tu padre que te quiere mucho.
Bolognesi".
Carta sencilla y expresiva, mostrando lo precario de la situación en general y de la familia Bolognesi en particular, ya que el hijo, oficial del ejército en Tacna, carecía hasta de calzado y dos centavos en el bolsillo. También nos muestra la entereza del hombre frente a lo que podrá acontecer al escribir: "sin que me importe su número". Un mes atrás, el 19 de abril, igualmente desde Arica y también a su hijo le manifestó por carta: (92)
"Yo no tengo para su defensa mas que 1,400 infantes; ellos pueden en horas traer de Pacocha 3 a 4 mil hombres y a la vez comprometer combate por mar y tierra... Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo..." y en el siguiente párrafo expreso: (93) "Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí". Manifestación de un análisis de la situación, que le indicaron lo que sucedería, por eso, meticulosamente preparó las defensas en la mejor forma con los recursos que contaba. Para apreciar los esfuerzos efectuados por Bolognesi, merece transcribir lo que sobre esa situación dijo el escritor chileno Vicuña Mackenna en su obra "Historia de la campaña de Tarapacá y Arica", tomado de Eduardo Congrains: (94) Refiriéndose a Bolognesi:
"Sin embargo llama la atención que gracias a la probidad y constancia de aquel digno hombre de guerra, poderosamente secundado por el comandante de marina Moore, jefe de las baterías del Morro y los coroneles Inclán y Ugarte, que mandaban las 7a. y 8a. divisiones allí dejadas, logró formar una valla de resistencia bastante considerable en toda la prolongación de los cerros que forman la península o punta saliente del morro, desde el mar hasta tres kilómetros hacia el oriente.
Para esto el coronel Bolognesi había hecho construir parapetos de sacos, dos grandes fuertes o cuadrilongos en los que cabían unos 500 hombres con holgura, y construido por el lado de tierra como los dos puestos avanzados del morro...
El primero de esos reductos o mas propiamente dichos campos fortificados, se llamó por su forma casi cuadrada Fuerte Ciudadela...
En cambio, se formaron varios atrincheramientos sucesivos y bien dispuestos que iban uniendo al morro con los fuertes avanzados del oriente y en especial con el Cerro Gordo..."
El íntegro de esta transcripción se presenta en Anexo 27.
El mismo autor Vicuña Mackenna en otra parte del mismo escrito expresó refiriéndose al nombramiento de Bolognesi como defensor de la plaza: (95)
"Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por tanto, perfectamente acertado. Mas abandonado por Montero, como éste había sido por Piérola, sin dinero, con tropas bisoñas, sin noticias, y sólo con sobra de dinamita, pues, ahora toda su preocupación consiste en fortificar la plaza por el lado de tierra, que era el de su flaqueza. Montero le había dejado 250 quintales de dinamita y un ingeniero encargado de usarlas, sin más instrucciones que estas palabras: "Es preciso hacer volar a Arica con todos sus defensores y todos sus asaltantes. Necesitamos un hecho que, como el estertor de la muerte, sacuda hasta las últimas fibras del corazón de la patria".
Una vez más, la descripción de la situación por los escritores chilenos no pudo ser más ajustada a la realidad. Por un lado la referencia de la capacidad técnica y decisión combativa del héroe y por otro, el increíble abandono en que los habían dejado en acto premeditado por la dictadura de Piérola quien, parecía tenerle más temor al ejército del Sur mandado por Montero que a los desmanes del invasor, por eso, cobra especial significado el comentario que hace Caivano quien incluso transcribe a Vicuña Mackenna: (96).
"Mas tarde, habiendo caído en poder del ejército chileno todo el archivo del Dictador Piérola, el escritor Vicuña Mackenna escribía, sobre datos que aquel le procurara, en abril de 1881, un artículo publicado por los diarios chilenos, con el título Montero y Piérola, que concluye así: "En diversos artículos, publicados mucho antes que los archivos de Lima cayeran junto con sus secretos en nuestras manos, habíamos sostenido, guiados más bien por la intuición del corazón humano y las situaciones que crea la ambición a los caudillos, que hubo un hombre en la capital del Perú, por la segunda vez vencido, que sintió a escondidas vivo regocijo en su alma al saber la derrota de Montero en Tacna, y que ese hombre fue don Nicolás de Piérola. Esa convicción nuestra estaba reflejada en una serie fragmentada de hechos, de confidencias y de medidas subalternas, especialmente en la estudiada tardanza de los movimientos auxiliares del segundo ejército del sur, que mandaba el coronel Leyva en Arequipa. Pero hoy, los que hayan leído con ánimo tranquilo y espíritu perspicaz los documentos que quedan publicados, podrán decir si entonces nos engañamos o no en nuestros vaticinios y en nuestra apreciación del segundo Túpac Amaru del desdichado Perú".
Sería ocioso insistir mas sobre este tema: para sacrificar en aras de sus pueriles temores de tiranuelo feudal al contralmirante Montero cuyo experimentado patriotismo y lealtad debían ser más que suficientes para tranquilizarlo, Piérola, según parece, sacrificó irreparablemente a su país y a sí mismo, regalando al ejército chileno una importante y decisiva victoria".
En la misma obra, se encuentra un fragmento del Manifiesto del ex ministro de Hacienda J.M. Químper dirigido a la nación, quien expresó como peruano similares conceptos que el historiador chileno: (97)
"El Dictador sacrificó, a su ambición a aquel puñado de héroes (el ejército de Montero), hostilizándolo cuanto le fue posible y negándole todo refuerzo o ayuda de cualquier clase. La noticia del desastre se recibió con dolor profundo por todos (de la derrota de Tacna); pero Piérola y los suyos no supieron siquiera disimular su alegría. No existía ya ni sombra de oposición al régimen dictatorial, que dominaba sin rival en un vasto cementerio. "La Patria", órgano de Piérola, con un cinismo que rayaba en demencia, calificó placenteramente la derrota de Tacna como "la destrucción del único elemento que restaba del anterior carcomido régimen": se refería al constitucional".
Los comentarios presentados no pueden ser mas elocuentes de lo que realmente sucedió en la tragedia del 79, cuando las derrotas se produjeron, no por la superioridad chilena de armas y número de hombres y mucho menos por la calidad de su comando.
Es curioso que en Chile sucediera un fenómeno similar al del Perú, que la dirigencia política se irrogó el liderazgo militar. El presidente Pinto asumió el control de las operaciones militares las cuales se desenvolvieron a su criterio. Igualmente primaron los celos hacia sus oficiales. En Chile, Pinto dejó de lado al general Villagrán, hábil militar con plena capacidad y conocimientos para dirigir la guerra, y se le encargó la ejecución de tareas secundarias para que su nombre no creciera con las victorias que pudiera obtener y convertirse en peligroso rival a la candidatura de la presidencia de la república, en elecciones que se avecinaban, en oposición a los ministros Santa María en Relaciones Exteriores y Sotomayor en Guerra, hombres con gran influencia en el gobierno y en el poder de decisión. En el Perú tanto Prado como Piérola, pospusieron a otro brillante general de división don Fermín del Castillo, quien, a pesar de haber sido nombrado como comandante en jefe del ejército por Prado, por la desorganización y desorden creciente en las filas del ejército a manos del general Buendía, pero, la figura del general del Castillo sembró temores y, la oposición a que se efectivizara el nombramiento fue tal en palacio y niveles de decisión, comenzando por el ministro de Guerra, que su nombramiento quedó sin efecto y Buendía prosiguió en el comando.
En Chile, los dos ministros mencionados se disputaron la prioridad en la nominación como candidato, por lo cual trataron de lograr los mejores y mayores méritos para obtenerla, motivando que se sumaran a la posición del presidente Pinto en dirigir la guerra desde Santiago, imprimiéndole su manera de pensar, como partidario de las operaciones defensivas, por eso dejó a su ejército en esa condición de defensa táctica, pensando que deberían posesionarse en algún punto del litoral peruano, al respecto escribió al ministro Sotomayor: (98)
"¿Porqué fue vencido Buendía en Dolores? porque tomó la ofensiva. ¿Porqué fueron rechazados los chilenos en Tarapacá? Porque tomaron la ofensiva".
Días después, en nueva carta al ministro Sotomayor:
"La ofensiva requiere inteligencia, combinación, cálculos, ejército veterano, es decir, lo que Chile no tiene ... con el arma moderna que permite al agredido disparar rápidamente y a gran distancia, el atacante necesita mas audacia, táctica... ¿De dónde sacamos jefes capaces de reunir estas condiciones? ... Nuestra táctica debe consistir en obligar al enemigo a que nos ataque".
El 17 de enero de 1880 Pinto ratifica su concepto, escribiendo a Sotomayor:
"Estamos haciendo la guerra en condiciones bien raras: sin General en Jefe, sin jefes secundarios que estén por su inteligencia y conocimiento a la altura de! puesto que ocupan. Para todas las operaciones de guerra es preciso tener a la vista estas circunstancias. No debemos emprender operaciones que exijan a los jefes mas de lo que los nuestros puedan dar".
Es difícil encontrar en la historia un paralelo a lo acontecido en el Perú del 79. Países que hayan sido avasallados, por cientos están en la historia. Otros que después de una cuantas derrotas se hayan rendido, también. En cada caso siempre se encuentra que pese a la inferioridad física o de comando, hay un espíritu corporativo de mutua defensa apoyándose dirigentes y dirigidos para enfrentarse al atacante y, ya lo dijo Atahualpa, "azares de la guerra son vencer o ser vencido". En el caso peruano, es completamente diferente. Hay un pueblo dispuesto al sacrificio y lucha contra el enemigo. Hay un grupo de valientes oficiales de mar y tierra que superando dificultades hicieron pagar cara su derrota, pero manteniendo siempre los estandartes en alto hasta que la muerte los dominó. Desgraciadamente, junto a ese pueblo y esos militares o marinos de pundonor y calidad, hubieron gobiernos que sólo buscaron su conveniencia.
Frente a la calamidad e infortunio, emergía el valiente arequipeño, así como Grau lo hizo sobre el "Huáscar". Ambos en la plenitud de la vida, Bolognesi a los 58 años de edad y Grau sucumbiendo a los 45, se levantaron del medio de la desgracia en que se encontraba sumido el país, señalando con su valor y comportamiento y sin más horizonte que el de servir a la patria, se enfrentaron al destino.`
Los dos conocían de antemano cual era el fin que les esperaba y estoicamente lo aceptaron al así exigirlo las circunstancias, que desde el 2 de abril, en que se inició la guerra, como inmenso circulo que progresiva e inexorablemente los fuera estrechando hasta dejarlos reducidos a un enfrentamiento final sin dilaciones ni escapatorias. Uno y otro conocieron lo que les esperaba y, con la serenidad propia del hombre de bien, consintieron que se les sacrificara. Conocían los errores cometidos por los gobernantes, pero sabían también que no eran ellos los llamados a superarlos al encontrarse enfrentados al enemigo. Cada uno en su oportunidad hizo lo que su deber les impuso para fortalecer y salvaguardar la seguridad del país, más allá de esas acciones, sabían que no podían avanzar sin resquebrajar la disciplina y producir el caos. Eran honestos consigo mismos y para ellos, primero estaba el deber, por eso, en un país de múltiples revoluciones, jamás complotaron ni pretendieron erigirse por encima de los demás por la fuerza de las armas para imponer su voluntad. Eran legítimos hombres de armas, técnicos en sus mandos y celosos de su responsabilidad, para dedicarse a veleidades golpistas. Tal vez por eso mismo, los gobernantes les exigieron el rendimiento del máximo de sus capacidades y habiendo llegado a ellas, que aceptaran la muerte y ellos lo hicieron, sin conocer, que con ello, redimieron a la patria, que, hundida en la más grande ignominia de su historia, pisoteada por el invasor y abandonada por sus dirigentes, enseñaron el camino del pundonor, entereza y valor, y con su sacrificio, levantaron las banderas de la resistencia y orgullo nacionales a donde nadie pudiera alcanzarlas para que siempre fueran emblemas de integridad. Con su sacrificio y muerte, hacían realidad una vez más las frases del mariscal Ney en Waterloo: "La guardia muere pero no se rinde", así fueron ellos, primero la muerte que la rendición, en sus códigos de honor no existía esa palabra y esa es justamente la significativa y trascendente enseñanza que, con su ejemplo, legaron a futuras generaciones, y no sólo referido a los actos bélicos, sino a todos aquellos que impliquen la superación para sacar adelante al país; es la responsabilidad frente al deber e incluso es la superación del ser frente al destino. Esa es la enseñanza que nos legaron con su ejemplo. Es el trascendente significado de las frases de Bolognesi pronunciadas en el morro y que nos legó como el más grande presente a nuestra historia.
Incluso el telegrama del 5 de junio cuando escribe Bolognesi: (89)
"Apure Leyva. Todavía es posible hacer mayor estrago en el enemigo victorioso. Arica no se rinde y resistirá hasta el último sacrificio".
Ultima comunicación del héroe de los varios telegramas cursados en esos días, esperanzado que el gobierno y comando del segundo ejército del Sur cumpliera con su deber, así como él y sus oficiales cumplían con el suyo, resumidos en su frase: (90)
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho".
La frase de Bolognesi no queda como simple respuesta a un planteamiento de rendición. Por su laconismo, pero enorme fuerza expresiva, trasciende el momento, convirtiéndose, por su sencillez, en manifestación de sublimidad.
No es la expresión literal de continuar las operaciones de defensa mientras queden municiones. Representa la voz altanera, plena de convicción que expresa el estado de ánimo de jamás ser intimado; que la amenaza de enfrentarse a rival de poderío en situación muy superior a las tropas que comanda, no lo atemorizan; que el fin adverso en que podrá desenvolverse la contienda tampoco lo asustan. Es la declaración clara y manifiesta de combatir al adversario en cualquier terreno o circunstancia sin importar las diferencias numéricas o de armamentos. Es la síntesis del espíritu inconquistable que anima al peruano, quien, sacando fuerzas de los golpes del destino encuentra nuevas oportunidades para enfrentarse al enemigo. Es el temple hecho voz expresando que la derrota puede producirse una y muchas veces, pero la rendición ¡jamás!. Ni siquiera la muerte podrá acallar ese espíritu, que, por heredad pasará y será trasmitido a quienes se encuentren en la vecindad, o a los distantes paisanos y por último a los descendientes y en ellos volverá a emerger con fuerza casi telúrica indicando que cada peruano en el momento que le toque actuar, deberá seguir en el combate, sin importar cuanto tiempo podrá durar; ni cuantos hombres podrán sucumbir, no importa, lo que interesa es proseguir en la lucha hasta que al final se logre la victoria.
La serenidad lo envolvió en todo momento y fríamente, como buen artillero, analizó la situación, determinando cuales son las posibilidades y como éstas pueden modificarse si otros factores entraran en juego. Es el frío jugador de ajedrez que evalúa cada movimiento y conoce o prevé los resultados, por eso, días antes de la batalla de Tacna, parece intuir lo que habrá de suceder cuanto escribió a su hijo Enrique el 21 de mayo de 1880 desde Arica: (91)
"Querido Enrique:
He recibido la tuya y ayer mismo me fui donde el señor Coloma para pedirle víveres para ti; me ha contestado que no te manda, que él mismo te hará dar.
Así es que manda donde él para que te auxilie.
Te remito diez soles con el mayor Luna y otros diez soles y un par de zapatos con el capitán Ugarte.
Aquí estoy bien de salud, esperando solo que venga el enemigo para recibirlo, sin que me importe su número.
Consérvate bien y manda en la voluntad de tu padre que te quiere mucho.
Bolognesi".
Carta sencilla y expresiva, mostrando lo precario de la situación en general y de la familia Bolognesi en particular, ya que el hijo, oficial del ejército en Tacna, carecía hasta de calzado y dos centavos en el bolsillo. También nos muestra la entereza del hombre frente a lo que podrá acontecer al escribir: "sin que me importe su número". Un mes atrás, el 19 de abril, igualmente desde Arica y también a su hijo le manifestó por carta: (92)
"Yo no tengo para su defensa mas que 1,400 infantes; ellos pueden en horas traer de Pacocha 3 a 4 mil hombres y a la vez comprometer combate por mar y tierra... Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo..." y en el siguiente párrafo expreso: (93) "Mientras estén los nuestros en Tacna quizá no habrá nada aquí". Manifestación de un análisis de la situación, que le indicaron lo que sucedería, por eso, meticulosamente preparó las defensas en la mejor forma con los recursos que contaba. Para apreciar los esfuerzos efectuados por Bolognesi, merece transcribir lo que sobre esa situación dijo el escritor chileno Vicuña Mackenna en su obra "Historia de la campaña de Tarapacá y Arica", tomado de Eduardo Congrains: (94) Refiriéndose a Bolognesi:
"Sin embargo llama la atención que gracias a la probidad y constancia de aquel digno hombre de guerra, poderosamente secundado por el comandante de marina Moore, jefe de las baterías del Morro y los coroneles Inclán y Ugarte, que mandaban las 7a. y 8a. divisiones allí dejadas, logró formar una valla de resistencia bastante considerable en toda la prolongación de los cerros que forman la península o punta saliente del morro, desde el mar hasta tres kilómetros hacia el oriente.
Para esto el coronel Bolognesi había hecho construir parapetos de sacos, dos grandes fuertes o cuadrilongos en los que cabían unos 500 hombres con holgura, y construido por el lado de tierra como los dos puestos avanzados del morro...
El primero de esos reductos o mas propiamente dichos campos fortificados, se llamó por su forma casi cuadrada Fuerte Ciudadela...
En cambio, se formaron varios atrincheramientos sucesivos y bien dispuestos que iban uniendo al morro con los fuertes avanzados del oriente y en especial con el Cerro Gordo..."
El íntegro de esta transcripción se presenta en Anexo 27.
El mismo autor Vicuña Mackenna en otra parte del mismo escrito expresó refiriéndose al nombramiento de Bolognesi como defensor de la plaza: (95)
"Su designación, bajo el punto de vista militar, había sido, por tanto, perfectamente acertado. Mas abandonado por Montero, como éste había sido por Piérola, sin dinero, con tropas bisoñas, sin noticias, y sólo con sobra de dinamita, pues, ahora toda su preocupación consiste en fortificar la plaza por el lado de tierra, que era el de su flaqueza. Montero le había dejado 250 quintales de dinamita y un ingeniero encargado de usarlas, sin más instrucciones que estas palabras: "Es preciso hacer volar a Arica con todos sus defensores y todos sus asaltantes. Necesitamos un hecho que, como el estertor de la muerte, sacuda hasta las últimas fibras del corazón de la patria".
Una vez más, la descripción de la situación por los escritores chilenos no pudo ser más ajustada a la realidad. Por un lado la referencia de la capacidad técnica y decisión combativa del héroe y por otro, el increíble abandono en que los habían dejado en acto premeditado por la dictadura de Piérola quien, parecía tenerle más temor al ejército del Sur mandado por Montero que a los desmanes del invasor, por eso, cobra especial significado el comentario que hace Caivano quien incluso transcribe a Vicuña Mackenna: (96).
"Mas tarde, habiendo caído en poder del ejército chileno todo el archivo del Dictador Piérola, el escritor Vicuña Mackenna escribía, sobre datos que aquel le procurara, en abril de 1881, un artículo publicado por los diarios chilenos, con el título Montero y Piérola, que concluye así: "En diversos artículos, publicados mucho antes que los archivos de Lima cayeran junto con sus secretos en nuestras manos, habíamos sostenido, guiados más bien por la intuición del corazón humano y las situaciones que crea la ambición a los caudillos, que hubo un hombre en la capital del Perú, por la segunda vez vencido, que sintió a escondidas vivo regocijo en su alma al saber la derrota de Montero en Tacna, y que ese hombre fue don Nicolás de Piérola. Esa convicción nuestra estaba reflejada en una serie fragmentada de hechos, de confidencias y de medidas subalternas, especialmente en la estudiada tardanza de los movimientos auxiliares del segundo ejército del sur, que mandaba el coronel Leyva en Arequipa. Pero hoy, los que hayan leído con ánimo tranquilo y espíritu perspicaz los documentos que quedan publicados, podrán decir si entonces nos engañamos o no en nuestros vaticinios y en nuestra apreciación del segundo Túpac Amaru del desdichado Perú".
Sería ocioso insistir mas sobre este tema: para sacrificar en aras de sus pueriles temores de tiranuelo feudal al contralmirante Montero cuyo experimentado patriotismo y lealtad debían ser más que suficientes para tranquilizarlo, Piérola, según parece, sacrificó irreparablemente a su país y a sí mismo, regalando al ejército chileno una importante y decisiva victoria".
En la misma obra, se encuentra un fragmento del Manifiesto del ex ministro de Hacienda J.M. Químper dirigido a la nación, quien expresó como peruano similares conceptos que el historiador chileno: (97)
"El Dictador sacrificó, a su ambición a aquel puñado de héroes (el ejército de Montero), hostilizándolo cuanto le fue posible y negándole todo refuerzo o ayuda de cualquier clase. La noticia del desastre se recibió con dolor profundo por todos (de la derrota de Tacna); pero Piérola y los suyos no supieron siquiera disimular su alegría. No existía ya ni sombra de oposición al régimen dictatorial, que dominaba sin rival en un vasto cementerio. "La Patria", órgano de Piérola, con un cinismo que rayaba en demencia, calificó placenteramente la derrota de Tacna como "la destrucción del único elemento que restaba del anterior carcomido régimen": se refería al constitucional".
Los comentarios presentados no pueden ser mas elocuentes de lo que realmente sucedió en la tragedia del 79, cuando las derrotas se produjeron, no por la superioridad chilena de armas y número de hombres y mucho menos por la calidad de su comando.
Es curioso que en Chile sucediera un fenómeno similar al del Perú, que la dirigencia política se irrogó el liderazgo militar. El presidente Pinto asumió el control de las operaciones militares las cuales se desenvolvieron a su criterio. Igualmente primaron los celos hacia sus oficiales. En Chile, Pinto dejó de lado al general Villagrán, hábil militar con plena capacidad y conocimientos para dirigir la guerra, y se le encargó la ejecución de tareas secundarias para que su nombre no creciera con las victorias que pudiera obtener y convertirse en peligroso rival a la candidatura de la presidencia de la república, en elecciones que se avecinaban, en oposición a los ministros Santa María en Relaciones Exteriores y Sotomayor en Guerra, hombres con gran influencia en el gobierno y en el poder de decisión. En el Perú tanto Prado como Piérola, pospusieron a otro brillante general de división don Fermín del Castillo, quien, a pesar de haber sido nombrado como comandante en jefe del ejército por Prado, por la desorganización y desorden creciente en las filas del ejército a manos del general Buendía, pero, la figura del general del Castillo sembró temores y, la oposición a que se efectivizara el nombramiento fue tal en palacio y niveles de decisión, comenzando por el ministro de Guerra, que su nombramiento quedó sin efecto y Buendía prosiguió en el comando.
En Chile, los dos ministros mencionados se disputaron la prioridad en la nominación como candidato, por lo cual trataron de lograr los mejores y mayores méritos para obtenerla, motivando que se sumaran a la posición del presidente Pinto en dirigir la guerra desde Santiago, imprimiéndole su manera de pensar, como partidario de las operaciones defensivas, por eso dejó a su ejército en esa condición de defensa táctica, pensando que deberían posesionarse en algún punto del litoral peruano, al respecto escribió al ministro Sotomayor: (98)
"¿Porqué fue vencido Buendía en Dolores? porque tomó la ofensiva. ¿Porqué fueron rechazados los chilenos en Tarapacá? Porque tomaron la ofensiva".
Días después, en nueva carta al ministro Sotomayor:
"La ofensiva requiere inteligencia, combinación, cálculos, ejército veterano, es decir, lo que Chile no tiene ... con el arma moderna que permite al agredido disparar rápidamente y a gran distancia, el atacante necesita mas audacia, táctica... ¿De dónde sacamos jefes capaces de reunir estas condiciones? ... Nuestra táctica debe consistir en obligar al enemigo a que nos ataque".
El 17 de enero de 1880 Pinto ratifica su concepto, escribiendo a Sotomayor:
"Estamos haciendo la guerra en condiciones bien raras: sin General en Jefe, sin jefes secundarios que estén por su inteligencia y conocimiento a la altura de! puesto que ocupan. Para todas las operaciones de guerra es preciso tener a la vista estas circunstancias. No debemos emprender operaciones que exijan a los jefes mas de lo que los nuestros puedan dar".
Es difícil encontrar en la historia un paralelo a lo acontecido en el Perú del 79. Países que hayan sido avasallados, por cientos están en la historia. Otros que después de una cuantas derrotas se hayan rendido, también. En cada caso siempre se encuentra que pese a la inferioridad física o de comando, hay un espíritu corporativo de mutua defensa apoyándose dirigentes y dirigidos para enfrentarse al atacante y, ya lo dijo Atahualpa, "azares de la guerra son vencer o ser vencido". En el caso peruano, es completamente diferente. Hay un pueblo dispuesto al sacrificio y lucha contra el enemigo. Hay un grupo de valientes oficiales de mar y tierra que superando dificultades hicieron pagar cara su derrota, pero manteniendo siempre los estandartes en alto hasta que la muerte los dominó. Desgraciadamente, junto a ese pueblo y esos militares o marinos de pundonor y calidad, hubieron gobiernos que sólo buscaron su conveniencia.
Frente a la calamidad e infortunio, emergía el valiente arequipeño, así como Grau lo hizo sobre el "Huáscar". Ambos en la plenitud de la vida, Bolognesi a los 58 años de edad y Grau sucumbiendo a los 45, se levantaron del medio de la desgracia en que se encontraba sumido el país, señalando con su valor y comportamiento y sin más horizonte que el de servir a la patria, se enfrentaron al destino.`
Los dos conocían de antemano cual era el fin que les esperaba y estoicamente lo aceptaron al así exigirlo las circunstancias, que desde el 2 de abril, en que se inició la guerra, como inmenso circulo que progresiva e inexorablemente los fuera estrechando hasta dejarlos reducidos a un enfrentamiento final sin dilaciones ni escapatorias. Uno y otro conocieron lo que les esperaba y, con la serenidad propia del hombre de bien, consintieron que se les sacrificara. Conocían los errores cometidos por los gobernantes, pero sabían también que no eran ellos los llamados a superarlos al encontrarse enfrentados al enemigo. Cada uno en su oportunidad hizo lo que su deber les impuso para fortalecer y salvaguardar la seguridad del país, más allá de esas acciones, sabían que no podían avanzar sin resquebrajar la disciplina y producir el caos. Eran honestos consigo mismos y para ellos, primero estaba el deber, por eso, en un país de múltiples revoluciones, jamás complotaron ni pretendieron erigirse por encima de los demás por la fuerza de las armas para imponer su voluntad. Eran legítimos hombres de armas, técnicos en sus mandos y celosos de su responsabilidad, para dedicarse a veleidades golpistas. Tal vez por eso mismo, los gobernantes les exigieron el rendimiento del máximo de sus capacidades y habiendo llegado a ellas, que aceptaran la muerte y ellos lo hicieron, sin conocer, que con ello, redimieron a la patria, que, hundida en la más grande ignominia de su historia, pisoteada por el invasor y abandonada por sus dirigentes, enseñaron el camino del pundonor, entereza y valor, y con su sacrificio, levantaron las banderas de la resistencia y orgullo nacionales a donde nadie pudiera alcanzarlas para que siempre fueran emblemas de integridad. Con su sacrificio y muerte, hacían realidad una vez más las frases del mariscal Ney en Waterloo: "La guardia muere pero no se rinde", así fueron ellos, primero la muerte que la rendición, en sus códigos de honor no existía esa palabra y esa es justamente la significativa y trascendente enseñanza que, con su ejemplo, legaron a futuras generaciones, y no sólo referido a los actos bélicos, sino a todos aquellos que impliquen la superación para sacar adelante al país; es la responsabilidad frente al deber e incluso es la superación del ser frente al destino. Esa es la enseñanza que nos legaron con su ejemplo. Es el trascendente significado de las frases de Bolognesi pronunciadas en el morro y que nos legó como el más grande presente a nuestra historia.