Por Racila Ramírez
Varios estudios señalan que algunos loros no son sólo repetidores de sonido, sino que repiten palabras asociándolas a algún contexto, como es el caso que data de décadas atrás, que narro a continuación.
Foto: referencial. Serfor
Nací en la ciudad de Puquio, Ayacucho, donde estuve hasta terminar la escuela primaria. Allí mi abuela tenía un loro de tamaño mediano de cabeza roja que ella quería mucho, llamado Wílber, el cual podía decir palabras en tres idiomas, quechua, español y latín. En unos casos repetía, y en otros utilizaba las palabras contextualizándolas.
El animalito siempre estaba atento a todo lo que ocurría. Un día una vecina que había visitado la casa se había robado un queso. En la familia estuvieron conversando acerca del hecho y repitieron varias veces que XX (el nombre de la vecina) era una ladrona. Días después, la susodicha regresó a la casa, y cuando se sentó, el loro se le acercó y le dijo “sua”, que en quechua es ladrona. La señora se fue rápidamente, pues su conciencia hizo que se ruborice con eso. Queda claro que conocía por su nombre a las personas.
En español decía también palabras contextualizando, pero lo que más recuerdo es cómo se aprendió una lectura del libro escolar, lo que fue puramente memoria. El loro siempre estaba pendiente de lo que los niños hacían. Y como estaban repitiendo la tarea de memorizarse la lectura, que era un párrafo largo, finalmente el loro aprendió todo y cada vez que le pedían que repita, dándole seña de las primeras palabras del párrafo, Wilber no paraba hasta terminar la última palabra del párrafo completo.
También, como sucede con muchos loros, le habían enseñado a insultar y cada vez que un familiar estaba mareado le decía “borracho”.
Un hecho más gracioso ocurrió ahora en latín. Mi abuela y mis tías reunían todas las tardes a los niños a rezar y ellas, leyendo catecismos de la época, en latín, conducían el rezo de las letanías. Los niños debíamos entonces responder “ora pro nobis” y “miserere nobis”. El ave escogió unirse no a lo que ellas decían, sino a los niños, y repetía todos los días con nosotros dichas frases.
Un día que Wilber estaba en el patio fue levantado por un ave rapaz y corrimos a la calle a ver; entonces en los aires, entre las garras del halcón, repetía gritando fuerte “ora pro nobis, miserere nobis”, hasta que el ave lo soltó, lo cual sorprendió a los vecinos. Después de ser soltado de las garras de su captor, Wilber cayó malamente al suelo y se golpeó un ala, y caminando con el alita baja decía “ananay”, que en quechua significa ‘ay’, ‘me duele’.
¿Por qué escogió las letanías en ese momento? ¿Acaso había captado la actitud de súplica, de los rezos? En todo caso es muy extraño, porque el repertorio de palabras del animalito era bastante amplio, por lo cual me llama la atención que haya escogido lo más apropiado para el episodio de terror que sufrió.
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