Benedicto XVI llegó poco antes de las 14,00 (hora local) al aeropuerto “Rafiq Hariri”, de Beirut, que lleva el nombre del expresidente del Consejo de Ministros de Líbano, asesinado con su escolta durante un atentado en 2005.
A su llegada el Santo Padre fue recibido por el Presidente del Líbano, Michel Sleiman, por el Patriarca Maronita Béchara Boutros Rai, por el presidente del Parlamento, Nabih Berri y por el presidente del Consejo de Ministros, Nagib Miqati.
En su primer discurso en tierra libanesa el Papa recordó que durante la visita efectuada por el presidente Sleiman al Vaticano en febrero de 2011, fue bendecida la gran estatua de San Marón colocada en la basílica de San Pedro y cuya presencia es signo de “una antigua herencia espiritual, que confirma la veneración de los libaneses hacia el primero de los apóstoles y sus sucesores”. También mencionó las excelentes relaciones entre Libano y la Santa Sede y habló del importante acontecimiento eclesial que constituye uno de los motivo de su visita; la firma de la Exhortación Apostólica Postsinodal de la Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, “Ecclesia in Medio Oriente”.
Después agradeció la presencia de los Patriarcas Católicos, en particular, el cardenal Nasrallah Boutros Sfeir, y su sucesor, el Patriarca Bechara Boutros Rai y, a travès de los obispos libaneses saludó a “todos los cristianos de Oriente Medio”, subrayando que “la Exhortación, destinada a todo el mundo, pretende ser para ellos una hoja de ruta para los próximos años”. El Santo Padre manifestó su alegría porque estos días encontrará a numerosas representaciones de las comunidades católicas en Líbano. “Su presencia, su compromiso y su testimonio -dijo- son una aportación reconocida y altamente apreciada en la vida cotidiana de todos los habitantes de vuestro querido país”. Igualmente saludó a los patriarcas ortodoxos y obispos, que acudieron a recibirle así como representantes de las diversas comunidades religiosas del Líbano.
“Vuestra presencia —afirmó— demuestra la estima y la colaboración que deseáis promover entre todos en el respeto mutuo. Os agradezco vuestros esfuerzos y estoy seguro de que continuaréis buscando caminos de unidad y concordia. No olvido los tristes y dolorosos acontecimientos que han afligido a vuestro hermoso país durante muchos años. La buena convivencia, típicamente libanesa, debe demostrar a todo Oriente Medio y al resto del mundo que dentro de una nación puede haber colaboración entre las diferentes Iglesias, miembros todos de la única Iglesia Católica, en un espíritu de fraternal comunión con los demás cristianos y, al mismo tiempo, la convivencia y el diálogo respetuoso entre los cristianos y sus hermanos de otras religiones. Sabéis tan bien como yo que este equilibrio, que se presenta en todas partes como un ejemplo, es extremadamente delicado. A veces, amenaza con romperse cuando se tensa como un arco, o se somete a presiones que son con demasiada frecuencia partidistas, ciertamente interesadas, contrarias y extrañas a la armonía y dulzura libanesas. Es necesario entonces dar prueba de verdadera moderación y gran sabiduría verdadera. Y la razón debe prevalecer sobre la pasión unilateral para favorecer el bien común de todos”.
“Vengo también para decir lo importante que es la presencia de Dios en la vida de cada uno y cómo la forma de 'vivir juntos', esta convivencia que desea testimoniar vuestro país, será profunda en la medida en que esté fundada en una actitud de acogida y benevolencia hacia el otro; en la medida en que esté enraizada en Dios, que desea que todos los hombres sean hermanos. El famoso equilibrio libanés, que quiere seguir siendo una realidad, se puede prolongar gracias a la buena voluntad y el empeño de todos los libaneses. Sólo entonces podrá servir de modelo para los habitantes de toda la región y del mundo entero. No se trata únicamente de una obra humana, sino de un don de Dios que hay que pedir con insistencia, preservar a cualquier precio y consolidar con determinación”.
“Vengo al Líbano como un peregrino de paz, como un amigo de Dios, y como un amigo de los hombres. [...] más allá de vuestro país, vengo también hoy simbólicamente a todos los países de Oriente Medio, como un peregrino de la paz, como un amigo de Dios y como un amigo de todos los habitantes de todos los países de la región, cualquiera que sea su pertenencia y su creencia [...]. Vuestros gozos y vuestras penas están continuamente presentes en la oración del Papa y pido a Dios que os acompañe y alivie. Os puedo asegurar que rezo particularmente por todos los que sufren en esta región, que son muchos. La imagen de San Marón me recuerda lo que vivís y soportáis”.
Finalizada la ceremonia de bienvenida el Papa se trasladó a la nunciatura apostólica de Harissa.