Por Ana Carbajosa, Jerusalén
El esquema de conducta rutinario del Ejército en los territorios ocupados no diferencia entre mayores y menores de edad, dicen los militares que se han atrevido a romper el silencio.
El joven D. ha pasado como la mayoría de los israelíes tres años en el Ejército. A diferencia del resto, llegó un momento en el que decidió desertar porque no le gustaba lo que veía ni lo que se veía obligado hacer. Pasó por la cárcel y ahora se plantea dejar por escrito las experiencias que le marcaron como soldado y que no se puede quitar de la cabeza. Puede que las que más le ronden sean las de los niños. Las de los soldados que pegan y abusan de los niños, a menudo víctimas de los excesos del Ejército de ocupación. Su experiencia y la de otros soldados que han decidido hablar, las publica Breaking the Silence, la organización israelí que aspira a romper el silencio que rodea a los crímenes y excesos que cometen los jóvenes soldados en un país en el que la mili es obligatoria y que se siente en guerra permanente.
D. pone ahora palabras a sus traumas sentado en una cafetería de Jerusalén. “Entramos en un pueblo. Tomamos la escuela y detuvimos a todos los hombres de entre 14 y 50 años porque nos habían dicho que gente del pueblo había tirado piedras. Eran las tres de la mañana. Los soldados llegaban con decenas de detenidos, esposados y con los ojos vendados. Uno detrás de otro. Formaban un tren. Estaban aterrorizados. Unos lloraban. Otros se hacían pis. Los soldados les zarandeaban y les tiraban de las orejas. Luego les sentaron durante horas y les interrogaron. Las esposas de plástico les cortaban la circulación”. Y prosigue: “Me tocó escoltar con otro soldado a un detenido de unos 14 años al baño. El oficial miró para atrás y al ver que no había testigos le dio un puñetazo al chico y lo tiro al suelo, que estaba lleno de mierda”. D. decidió que no quería participar nunca más en incidentes de ese tipo y desertó antes de que le recolocaran en una base como paramédico.
Los testimonios de los soldados hablan de un esquema de conducta rutinario en el que no diferencian entre mayores y menores de edad y en el que a los varones palestinos se les trata como un bloque homogéneo y peligroso. Las escenas que relatan los soldados se parecen mucho entre ellas: los militares entran en un pueblo palestino en el que ha habido manifestaciones o desde donde los jóvenes han tirado piedras y efectúan detenciones masivas. Maniatan a los detenidos y les vendan los ojos. Les dejan durante horas sentados en el suelo, muertos de miedo. Es durante esas horas cuando se producen las amenazas de muerte, las palizas y las humillaciones a los supuestos sospechosos. O una patrulla entra en un pueblo palestino, los niños tiran piedras contra los militares y acaban detenidos como los mayores. O niños a los que se utiliza como escudos humanos para entrar en casas y efectuar detenciones.
Algunas de las historias de los soldados revelan incidentes graves, que explican son posibles porque sienten que operan en un clima de impunidad; que hagan lo que hagan es muy poco probable que acaben en la cárcel por maltratar a un menor. “Nuestra misión es cazar a los malos. Lo demás son daños colaterales”, explica Amer, un joven sargento, que ha pasado a la reserva. “La consigna es que todos son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Por eso entramos en las casas por la fuerza bruta, como si todos los palestinos fueran suicidas. Por eso y porque el Ejército aplica una política de riesgo cero. Casi todo vale con tal de no arriesgar lo más mínimo la vida de un soldado”, añade.
Gerard Horton, de Defence for Children International, organización dedicada a velar por los derechos de los menores en los territorios ocupados palestinos, habla de varios tipos de abusos a menores palestinos y pide “que se les trate igual que a los niños israelíes”. Para Horton, como para muchos observadores, uno de los grandes problemas es “la propia existencia de un Ejército de ocupación durante 45 años. Claro que no están entrenados para detener a niños, porque la idea de un Ejército no es que se dedique a controlar a una población durante décadas”.
—“Al principio te sientes mal”. Sargento primero, Nablús, 2005.
“Entramos en los pueblos [palestinos] todos los días por lo menos dos o tres veces para hacer sentir nuestra presencia es como si les ocupáramos. Para demostrarles que esa zona es nuestra, no suya […] Al principio, apuntas con tu arma a un niño de cinco años y después te sientes mal; piensas que no está bien. Luego, llega un momento en el que […] te pones tan nervioso y estás tan harto de entrar en los pueblos y de que te tiren piedras. Pero está claro que estás dentro del pueblo y que acabas de pasar el edifico de la escuela y que los niños te van a tirar piedras. Una vez, mi conductor salió y sin parpadear, cogió a un niño y le dio una paliza. El niño estaba simplemente sentado en la calle.
—“Se hizo caca, oí como lo hacía, fui testigo de su humillación. Lo olí. Pero me daba igual”. Sargento primero, Hebrón 2010.
Me acuerdo sobre todo de los adolescentes. Una vez detuvimos a tres chicos; eran parte de una banda que no paraba de tirarnos piedras y eran sólo niños. […] Cuando le llevamos en el jeep me acuerdo que escuché como se hacía caca en los pantalones. También me acuerdo de otra vez que uno se hizo pis encima. ME daba igual, me resultaba totalmente indiferente. Se hizo caca, oí como lo hacía, fui testigo de su humillación. Lo olí. Pero me daba igual.
—“El oficial disparó a los piernas, pero desde una distancia muy corta”. Sargento primero. Hebrón, 2008.
A veces usamos botes de humo. En un momento dado, el oficial disparó a las piernas, pero desde una distancia muy corta. No sé por qué. Desde unos 20 metros, algo así. En el momento que lo hacía, un niño se estaba agachando para recoger una piedra y le dispararon en la cabeza. A partir de ahí, el incidente se agravó, vinieron los paramédicos, una ambulancia judía, una árabe. No me acuerdo exactamente. Después un rato largo, porque la situación era peligrosa y la mitad de su cerebro estaba fuera del cráneo. Al final llegó al hospital y creo que dos días después murió. Mirando los hechos, se podría pensar que fue una muerte inintencionada. Pero yo conozco a ese oficial y aquello fue intencionado.
—“Siempre esos llantos”. Sargento. Hebrón, 2010.
Siempre esos llantos. Están esos momentos tan molestos cuando estás en una misión de detención y no hay sitio en la comisaría y te tienes que llevar al niño de vuelta contigo al puesto militar, vendarle los ojos, ponerle en una habitación y esperar a que la policía venga a recogerlo a la mañana siguiente. Se queda allí sentado como un perro…
—“Disparó porque es el que manda”. Sargento primero, Nablús 2006-2007.
Son críos. Hay muchas posibilidades de que yo hiciera lo mismo si estuviera en su lugar. Hubo un caso de un comandante que decidió disparar a uno en la pierna porque él es el que manda. Balas de verdad.
—“Tratan de entrar en Israel porque sus familias pasan hambre”. Sargento, Franja de Gaza. 2008.
En Nahal Oz, los niños intentan venir para encontrar comida o algo. Los padres deben enviarles para intentar entrar en Israel porque sus familias pasan hambre. Creo que los niños tenían 14 o 15 años. Me acuerdo de un niño, que estaba ahí sentado, con los ojos vendados y vino un soldado del que se sabía que era un idiota, le golpeó y le echó grasa del rifle por encima.
—“Le lanzó una granada de sonido y el niño salió corriendo”. Sargento, Ramala 2009.
Nos había llegado el mensaje de que alguien había tocado la valla. […] Allí había tres niños, el mayor de ellos de 15 y uno pequeño de siete u ocho y otro que debía estar entre medias. El comandante los detuvo y quiso hacer unas comprobaciones, así que los sentó al borde de la carretera a cinco metros de distancia cada uno. […] Abrió las puertas traseras del jeep y metió al niño [el más pequeño]. No le pegó pero le amenazó brutalmente y el niño empezó a llorar. Cuando obtuvo al información que quería, detuvo a los otros dos niños y el pequeño volvió al pueblo. Le gritó “Vete, vete al pueblo”. El niño estaba aterrado. El comandante lanzó una granada de sonido y el niño salió corriendo.
—“Los soldados salieron con bates y empezaron a dar palizas”. Sargento, Ramala 2006-2007
Hicimos una incursión en una casa abandonada, después de que hubiera habido choques en Calandia un viernes. Los soldados salieron con bates y empezaron a dar palizas hasta que dejaron a la gente hecha papilla. A los niños que quedaban por allí los detuvieron. Hacían correr a la gente. A los que se quedaban rezagados, les pegaban con los bates. A los que estaban en el suelo, también. [Mi unidad hizo esto] varias veces. Por lo menos cuatro o cinco. Con niños deferentes probablemente… […] para que aprendieran la lección. Sólo espero que los niños que acaban detenidos en la base militar o en la comisaría no vuelvan a tirar piedras, pero me temo que ese no es el resultado.
Humanizar a los soldados
A. C., Hebrón
Mohamad, el mayor de los hermanos, lleva de la mano al pequeño de visita a los chepckpoints israelíes. Salen de su pueblo, a las afueras de la ciudad palestina de Hebrón, al encuentro de los soldados para hablar con ellos. Esta actividad tan atípica forma parte de los deberes que les ha puesto la psicóloga para superar las secuelas de la operación militar que presenció en su propia casa. “Los soldados atacaron nuestra casa durante varios días con los niños dentro. Estaban aterrorizados”, explica la madre de familia en la planta baja de la casa. Dos de los hijos entraron en shock durante la incursión. Una de las hijas perdió el conocimiento debido a un exceso de inhalación de gas lacrimógeno. La pequeña todavía tiene convulsiones. El pequeño se fue aislando poco a poco.
El aislamiento y la agresividad son dos de los síntomas más típicos, según los especialistas del equipo de Médicos sin Fronteras en Hebrón. Concentran sus esfuerzos en terapias de corta duración, principalmente de enfoque cognitivo conductual, con las que tratan de borrar algunos de los traumas infantiles. La terapia de exposición a los soldados que practica Mohamad con su hermano forma parte del programa en el que participan niños y adultos. Humanizar a los soldados, ponerles cara y voz, les está ayudando mucho dice el mayor de la familia.
El País, 26-08-2012
http://internacional.elpais.
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