Por Gustavo Espinoza M. (*)
“Ninguna idea que fructifica, ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica. La propagación de una idea no es culpa ni es mérito de sus asertores; es culpa o es mérito de la historia”
José Carlos Mariátegui: “Lo nacional y lo exótico”
Con una participación histórica de 80,94 por ciento de un padrón electoral que bordea los 19 millones de ciudadanos, y un millón seiscientos mil votos más que su adversario Henrique Capriles Radonsky; el Comandante Hugo Chávez Frías ganó su segunda reelección que se extenderá hasta el 2019, y obtuvo adicionalmente el triunfo en Caracas y en 22 de los 24 Estados de la Patria Bolivariana.
Esta fue la quinta victoria personal del reelecto mandatario. Fue electo por primera vez en 1998, ganó en los comicios de 2000; fue ratificado en referendo revocatorio en 2004; y también reelecto en 2006 y ahora en 2012. Una serie sucesiva de victorias que dicen mucho del sentido de la democracia venezolana que ha registrado una quincena de procesos electorales en los últimos 12 años.
Llegué a Caracas al caer la tarde del martes 2 de octubre luego de recibir una invitación de la dirección central del Partido Socialista Unido de Venezuela, la primera fuerza política de ese país. Había estado antes en esa ciudad, pero mi visita anterior no contaba: había ocurrido en épocas probablemente remotas, en 1979
cuando el escenario era diametralmente distinto y cuando los actores de la sociedad venezolana tenía una confrontación de otro carácter. Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces, y mucha sangre también. Pensaba en eso —en los tres mil muertos del Caracazo de 1989— cuando me trasladaba con otros compañeros al centro de la ciudad.
Caracas es hoy una ciudad diferente. Ha crecido muchísimo, pero vive un ambiente de fervor que pude antes percibir en las calles de Santiago en los años de la Unidad Popular; pero dibuja ahora un perfil distinto porque alienta una confrontación que ha adquirido resonancia mundial. Se trata hoy, en efecto, de la más importante contienda electoral de América Latina y quizá una de las más trascendentes en el mundo en el que vivimos.
La propaganda callejera y el vocerío de la gente que transita en las calles refleja una voluntad inequívoca: el apoyo al Comandante Hugo Chávez y su proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad, es categórico. Se siente abrumador en las zonas populares de Caracas, y se muestra gélido en las silenciosas y solitarias de los barrios aristocráticos en los que penden discretas fotos de Henrique Capriles, el abanderado de la reacción.
.Una tensa calma invade las grandes avenidas, mientras arrecia una campaña que asumirá connotaciones mayores en pocas horas.
El jueves 4 de octubre tuvo lugar la concentración humana más grande que mis ojos han visto de manera directa. En la Avenida Bolívar, pero en otras 7 grandes avenidas caraqueñas se concentró un mar humano que podría calcularse en más de dos millones de personas venidas desde todos los rincones del país. En medio de un aguacero torrencial —“la lluvia trae la felicidad”, nos dijo sonriente una brasileña socialista que estaba cerca de nosotros— que sin embargo no hizo correr a nadie, Hugo Chávez habló 35 minutos a una masa enfervorizada que escuchó con vibrante atención cada una de sus palabras. Conceptos definidos, propósitos concretos, tareas articuladas en cada momento del proceso, referencias a la historia vivida por el pueblo de Venezuela y alusiones directas y claras al escenario internacional; fueron el marco de un discurso serio que puso a trasluz la fuerza de una verdadera Revolución en marcha.
Porque es eso lo que vive hoy Venezuela. No se trata de un profundo proceso de transformaciones sociales, ni siquiera de un cambio radical. Se trata de una verdadera revolución que asoma escrita por el accionar de un pueblo que levanta la mirada al horizonte seguro de poder cambiar su propio destino.
Mucho se ha hablado y escrito acerca del papel de las masas y el de la personalidad en la historia. He aquí una lección práctica. Las masas hacen la historia cuando son conducidas por un líder que sale de sus propias entrañas. La conexión que existe entre el Comandante Chávez y su pueblo no tiene parangón en el escenario de América del Sur. Sólo Fidel, en el Caribe, logró un nivel de comunicación similar con el pueblo de Cuba; pero eso fue en otro contexto y también en otras condiciones.
Hoy, el pueblo venezolano está armado. Pero armado de todo: de ideas, de propuestas, de iniciativas y luchas. También armado de esperanzas e ilusiones. Y dispuesto a dar su vida por una realidad que se muestra tangible ante sus ojos. El petróleo ese “minotauro devorador y trágico que hizo del país una nación fingida” al decir de Arturo Uslar Pietri, sirve como carburante ideal para encender las pasiones en la Venezuela de nuestro tiempo. Pero del petróleo surgen también las principales amenazas contra la estabilidad del país y la historia en marcha.
Compartir la misma tribuna con el Presidente Hugo Chávez, y ver desde el entarimado a la fervorosa multitud que aplaudía cantando bajo la lluvia y sin cesar las consignas bolivarianas; es ciertamente una experiencia excepcional. Casi podría decirse inédita para millones de luchadores que en distintos países han ofrendado lo mejor de sus vidas en el combate por la liberación nacional y el socialismo.
¿Qué puede explicar que la Venezuela de hoy sea una realidad y al mismo tiempo un faro que guía el sendero de una buena parte de América? Bien podríamos reseñar nuestra observación aludiendo a cuatro eslabones de innegable importancia: un objetivo claro, una línea de pensamiento y acción ciertamente definidos, un esfuerzo unitario constante y la confianza absoluta en la capacidad del pueblo de unir
voluntades cuando se trata de emprender una tarea histórica.
Cuando señalamos la importancia de un objetivo claro debemos diferenciar las tareas tácticas de las metas de orden estratégico. Cuando el Comandante Hugo Chávez Frías inició la lucha contra los regímenes corruptos de su país, no aludió a la necesidad de construir el socialismo. Definió con precisión el modelo bolivariano, rescatando el mensaje de la más grande figura de la historia de su país y probablemente de América hace 200 años. En Venezuela la clase dominante había convertido a Bolívar en una suerte de ícono inofensivo al que le rendía homenajes formales ignorando la trascendencia de su obra y el sentido de su vida.
Chávez hizo exactamente lo contrario. Dejó de lado los ritos tradicionales y puso en debate el contenido de sus mensajes fundamentales, aquellos que abrieron las puertas al primer proceso emancipador de América Latina. Un Bolívar real, henchido de historia y de leyenda, se dio la mano con un pueblo agobiado por una crisis artificialmente montada por el gran capital en el empeño por perpetuar los privilegios de la oligarquía dominante. La idea del Socialismo del siglo XXI, que adquiriera forma en el proceso de la lucha, fue el resultado de la experiencia concreta de un país que comprobó que en el mundo no hay “terceras vías” ni caminos intermedios. Como lo asumiera en sus tiempos Mariátegui: Capitalismo o Socialismo, esa es la cuestión. Así, el socialismo en Venezuela, dejó de ser una “idea exótica” y se convirtió en un verdadero imperativo de la historia.
Como objetivo claro, el ideal socialista se nutre por cierto de las experiencias vividas en la historia humana, recogiendo las lecciones de todos, desde los años de la Comuna de París hasta nuestros días, transitando por las experiencias imborrables de la Revolución Rusa de 1917 y la Revolución China que triunfara en 1949, la victoria vietnamita, o la Cuba de Fidel que alumbra nuestro tiempo.
De ahí la idea de una línea coherente de pensamiento y acción. Trazado el objetivo del proceso bolivariano, se sumó a él un comportamiento político definido enfrentando vigorosamente al Imperialismo —enemigo fundamental de la humanidad en nuestro tiempo— denunciando el papel traidor de una burguesía envilecida y en derrota, y acumulando fuerzas en el escenario del pueblo hasta construir un Poder Popular consistente e imbatible. Organizar al pueblo y dotarlo de una elevada conciencia patriótica y política, fueron tareas que el régimen bolivariano emprendiera con ahínco y constancia hasta ganar el corazón y la conciencia de
millones de personas comprometiendo su participación en el proceso de cambio que se proyectara.
Unir a las grandes masas en el cumplimiento de los objetivos planteados fue por cierto un tercer eslabón en la tarea. La unidad no es sólo expresión de fuerza. Es también garantía de victoria y herramienta eficaz que permitirá a los pueblos que la forjen avanzar en su derrotero hasta tornarlo irreversible. Unidad construida desde abajo y en la acción, con la participación de millones de personas y superando los viejos mecanismos de desmoralización y desgobierno impuestos tradicionalmente por la clase dominante: el sectarismo, el hegemonismo y la estrechez de pensamiento reducido a escasas formulaciones; quedó de lado para abrir cauce a un torrente popular de experiencias vivas de millones, aunque ciertamente nutrida del heroísmo y el combate de quienes libraron las acciones más aguerridas del pasado.
Porque demostró en los hechos su capacidad creadora, y porque comprendió rápidamente la naturaleza del proceso que tenía por delante, el pueblo supo ganarse la confianza de los conductores de esta lucha, los mismos que afirmaron su ideal a partir de una consigna básica: confiar en él, y nunca esconderle la verdad.
La gente sabe que su Comandante Hugo Chávez no miente, ni engaña, ni oculta las cosas. Desde el año de su derrota inicial —el fracaso de su insurgencia primera, el 4 de febrero de 1992— Chávez diseñó un estilo de comunicación que le dio carta de ciudadanía. Cuando admitió su derrota e instó a los suyos a deponer las armas, asumió la responsabilidad plena de los hechos, les confirmó que no habían logrado sus propósitos “por ahora”, y les reiteró el ideal bolivariano. Fueron esos los tres elementos de un exposición de escasas líneas pero que la gente retiene hoy en su memoria.
La victoria del Presidente Chávez, el 7 de octubre, no fue entonces propiamente una victoria electoral. Fue, en lo esencial, una victoria política en la que se asienta lo mejor y más sentido de nuestra realidad continental: la urgencia de alcanzar una vía de desarrollo que responda a las necesidades de nuestros pueblos, que se afirme en la historia y que proyecte un porvenir libre y creador para todos.
Cuando la noche del domingo 7 visitamos el Palacio de Miraflores y hallamos a una abigarrada multitud concentrada en su patio principal, los invitados sentimos el entusiasmo de los venezolanos como si fuese el nuestro. Y es que, realmente lo era. De todos los países de América Latina, pero también de otros continentes, se alzaron adhesiones que hicieron más viva la realidad de una victoria que confirma la voluntad de lucha de nuestros pueblos.
Francesca Emanuele en Diario 16 de Lima insospechado de “izquierdismo”, escribe “La Venezuela de hoy no está dividida como dice la prensa desinformada, que aludiendo a los resultados de las elecciones apunta hacia una especie de cisma. La Venezuela de hoy permanece unida en la lucha por el mantenimiento y mejora del estado de bienestar alcanzado con el líder bolivariano. Y así seguirá”
Como bien repite el estribillo de la consigna que corea la multitud, la espada de Bolívar ya camina por América Latina, Y los asistentes -“ese bravo pueblo que el yugo lanzó”- nos extienden las manos con la V de la victoria, que hoy es la V con la que se escribe la palabra Venezuela. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe