Por José Carlos García Fajardo*
Casi veinte años han pasado desde la era iniciada en 1994, en El Cairo, por la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (CIPD). Es preciso subrayar la relación directa entre la pobreza y los derechos de la mujer así como con el acceso universal a servicios de salud reproductiva mediante programas de planificación de la familia y maternidad sin riesgo. Pero la insuficiencia en los recursos, los prejuicios de género y las deficiencias en los servicios a los adolescentes más pobres, impiden el necesario avance en momentos en que se agravan los problemas.
El Programa, aprobado en El Cairo hace 18 años por 179 países, aspiraba a equilibrar la población mundial y los recursos del planeta, mejorar la condición de la mujer y velar por el acceso universal a los servicios de salud reproductiva, inclusive a la planificación de la familia. El punto de partida fue la premisa de que el tamaño, el crecimiento y la distribución de la población están estrechamente vinculados con las perspectivas de desarrollo y que las acciones en uno de esos temas refuerzan las acciones en los demás.
Pero, debido a las presiones de los países islámicos así como del Vaticano en una alianza insólita, el Consenso de El Cairo asignó prioridad a efectuar inversiones en los seres humanos y ampliar sus oportunidades, en lugar de tratar de reducir el crecimiento de la población.
Esta es la mayor amenaza que pende sobre la humanidad: la explosión demográfica. Contra ella sólo cabe garantizar la educación de las mujeres y su acceso a los puestos de trabajo que les corresponden para que puedan sumir una maternidad responsable.
Es mucho lo que queda por hacer para garantizar la salud reproductiva y los derechos reproductivos, inclusive los de 1.300 millones de adolescentes en todo el mundo, promover la maternidad sin riesgo y frenar la propagación del VIH/SIDA.
Después de El Cairo nos encontramos con estos datos escalofriantes: Más de 350 millones de parejas siguen careciendo de acceso a una gama completa de servicios de planificación de la familia. Las complicaciones del embarazo y el parto siguen siendo una importante causa de defunción y enfermedad de las mujeres: cada año, 529.000 pierden la vida por causas prevenibles.
En los últimos años, 5 millones de personas se agregaron a las infectadas con el VIH; las mujeres constituyen casi la mitad de todos los adultos infectados y casi las tres quintas partes de los que viven en África al sur del Sahara.
La población mundial aumentará desde los 7.000 millones actuales hasta 8.900 millones hacia 2050; los 50 países más pobres triplicarán su población hasta 1.700 millones.
El aniversario de la CIPD es una oportunidad para que los gobiernos y la comunidad internacional renueven sus compromisos y encuentren los medios de subsanar los problemas que aún perduran. Con una decisión del G-8 que reúne a los gobernantes de los 7 países más ricos del mundo, más Rusia, en diez años se podría terminar con el hambre en el mundo, ofrecer las necesarias educación primaria y la asistencia sanitaria, así como luchar con éxito contra la contaminación del medio ambiente y garantizar la salud reproductiva de las mujeres que les permitiría asumir una maternidad responsable.
Como lo han demostrado los Informes del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, (PNUD), desde comienzos de los años noventa es posible acabar con estas plagas que asolan a la humanidad y ponen en peligro su supervivencia y la del planeta Tierra. No se trata de fantasías futuristas, son peligros reales contrastados por científicos y expertos mundiales.
¿Por qué no lo hacemos si está en nuestras manos? Por las mismas razones por las que no se terminó con las guerras, con las agresiones al medio ambiente, con la proliferación de armas nucleares, químicas y biológicas, con el tráfico de armas y de estupefacientes, con las modernas esclavitudes de menores alistados en ejércitos y prostituidos en tantos lugares del mundo, holocaustos de todo género, con los desplazamientos forzados de pueblos enteros, y sobre todo porque también afectará a las clases y poderes dominantes, con la degradación implacable del planeta Tierra.
Es preciso difundir por los medios que la solución está a nuestro alcance: en todos los países desarrollados y democráticos del mundo en los que las mujeres han alcanzado el acceso a la educación y a los puestos de trabajo que les corresponden, que como mínimo es igual al de los hombres, se han controlado y reducido hasta términos preocupantes las curvas demográficas. La solución es clara: educación, responsabilidad y libertad para administrar la maternidad y la paternidad que les corresponden.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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