Por Adrián Mac Liman*
De “contraproducente” calificó la Administración estadounidense la decisión de la Asamblea General de Naciones Unidas de otorgar el estatuto de Estado observador a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Aparentemente, la cúpula del Departamento de Estado considera que el éxito diplomático de la ANP obstaculiza el ya de por sí moribundo proceso negociador entre las instituciones de Tel Aviv y de Ramala. Un diálogo relegado en un tercer plano por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, quien no dudó en tildar al Presidente Mahmúd Abbas de personaje “irrelevante”. Una táctica empleada en su momento por su predecesor (y mentor), Ariel Sharon, a la hora de rechazar cualquier contacto con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat.
Lo cierto es que el reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina por 138 Estados miembros de las Naciones Unidas, la “contraproducente” victoria de Abbas, pone de manifiesto del aislamiento de Israel y de su aliado estadounidense. Sólo nueve países apoyaron al Estado judío: Canadá, la República Checa, Panamá y las islas del Pacífico: Nauru, Tonga, Guam, etc.
Conviene recordar que la votación tuvo lugar un 29 de noviembre, exactamente 65 años después de la adopción por la ONU del plan de partición de Palestina. Como los árabes no aprovecharon la oportunidad para crear estructuras estatales en el territorio asignado por el entonces naciente foro internacional, los hebreos tardaron unos meses en proclamar unilateralmente el Estado de Israel. Hoy en día, las autoridades de Tel Aviv y sus aliados instan a los palestinos a renunciar a cualquier medida “unilateral”. ¿Incoherencia? No, en absoluto.
La nueva condición jurídica de Palestina podría facilitar el ingreso de la ANP en otros organismos internacionales. La perspectiva de que el equipo de gobierno de Ramala presente quejas contra Israel ante el Tribunal Internacional de la Haya provoca quebraderos de cabeza en Jerusalén y el Washington.
De “contraproducente” tachó la Administración Obama la decisión del Gobierno Netanyahu de construir otras 3.000 viviendas en los territorios ocupados y, más concretamente, en una zona cercana a Jerusalén y considerada “intocable” por los acuerdos israelo-palestinos. En este caso concreto, no se trata de un mero “castigo”, sino de una táctica deliberada, que consiste en acabar con la continuidad territorial de Cisjordania, impidiendo la creación de un Estado palestino. ¿Improvisación? No, no nos hallamos ante una decisión precipitada, sino de un plan cuidadosamente ideado por los políticos hebreos, al que se añaden otras medidas, como la confiscación de fondos palestinos destinados a pagar los sueldos de los funcionarios de Ramala.
A Israel le irrita la tenacidad de Abbas, su valentía a la hora de plantar cara al “establishment” hebreo, de lograr el hasta ahora impensable apoyo del movimiento islámico Hamás que, por una vez, se sumó a la ofensiva de la ANP. La perspectiva de un acercamiento entre los islamistas de Gaza y los laicos de Ramala, acabaría neutralizando la ofensiva propagandística de la clase política israelí, que hace hincapié en la incapacidad de los palestinos de solucionar sus problemas internos.
Pero hay más: a Netanyahu le preocupa el éxito obtenido por los palestinos apenas seis semanas antes de la celebración de las elecciones generales en Israel. Su partido sale debilitado del forcejeo de Nueva York y sus aliados laboristas parecen dispuestos a abandonar el navío. Aún así, cabe suponer que la derecha seguirá gobernando en Israel después de la consulta popular. Con una mayoría reducida y, por consiguiente, con un margen de maniobra más escaso.
De “contraproducente” califican los observadores internacionales el mutismo de la Casa Blanca ante las poco halagüeñas perspectivas de solución del conflicto. En Presidente Obama, que se pronunció hace un año a favor de la creación de un Estado palestino, debería poner los puntos sobre las “íes”, exigiendo a Hamás el reconocimiento formal de Israel y pidiendo a Netanyahu que renuncie a la creación del Gran Israel, proyecto que pondría en peligro la estabilidad de la región.
Al parecer, los coqueteos del actual inquilino de la Casa Blanca con los Hermanos Musulmanes no surten el efecto deseado. El malestar se está adueñando de la sociedad tunecina, de la calle egipcia. La cacareadas “revoluciones árabes” podrán convertirse en un arma de doble filo. Pero a Norteamérica el mundo árabe le queda lejos, muy lejos. Al menos, geográficamente…
*Analista político internacional, Centro de Colaboraciones Solidarias