Dr. Lajos Szaszdi*
En base a lo que he expuesto en mis blogs anteriores, basado en información obtenida por la investigación y análisis de inteligencia de fuentes abiertas, es realmente Israel el que representa una amenaza potencial para la seguridad de Europa, de EE. UU. y del mundo y no Irán, que oficialmente no tiene ni busca armas nucleares. A modo de recuento, Israel es el que ha violado las normas internacionales que regulan la no proliferación de armas nucleares desde la segunda mitad de los años 50 del siglo pasado, ha fabricado en secreto plutonio en su reactor de Dimona desde la segunda mitad de la década de los 60 del siglo XX, tiene ahora probablemente más de 500 armas nucleares y al menos unas 400 (en base a los datos revelados por el técnico nuclear israelí Mordecai Vanunu), posee misiles balísticos intercontinentales los últimos de los cuales del tipo Jericó-3 podrían tener el alcance de llegar hasta Chicago o Pekín, y según el prestigioso profesor de historia militar israelí Martin van Creveld, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Israel posee “varios cientos de ojivas nucleares y misiles” para usarlos “contra blancos en todas direcciones”, pudiendo impactar Roma y siendo blancos de la fuerza aérea israelí “la mayor parte de las capitales europeas”.
El profesor israelí sentenció, según cita David Hirst en su libro El arma de fuego y la rama de olivo (‘The Gun and the Olive Branch’), edición de 2003: “Nosotros [los israelíes] tenemos la capacidad de hundir al mundo con nosotros. Y yo le puedo asegurar que eso va a pasar antes que Israel se hunda”. Esta amenaza, hecha cuando Israel se sentía amenazado por la segunda Intifada palestina, debe de tomarse en serio ahora que los líderes israelíes se sienten amenazados por el programa nuclear iraní, aunque este sea oficialmente pacífico. El profesor Van Creveld ha gozado probablemente de estrechos lazos con miembros del Gobierno y las fuerzas armadas israelíes, habiendo hecho su amenaza con la autoridad del que sabe lo que dice. Dicha amenaza nuclear israelí al mundo, expresada por Van Creveld, debe de interpretarse como una posibilidad que ha sido considerada por el Gobierno de Israel. Así, de estar el Estado judío a punto de desaparecer y sus ciudadanos al borde de sufrir un genocidio a manos de sus enemigos, Israel se vengaría no solo de sus adversarios sino también del mundo, en castigo por permitir su destrucción y por siglos de antisemitismo, llevándose consigo al otro mundo a parte de la humanidad en un holocausto nuclear.
Con todo, EE. UU. es el aliado más estrecho de Israel, alianza que debe de concretarse y codificarse en un tratado por el que EE. UU. se comprometa a defender a Israel de ser atacado, cubriendo al Estado judío bajo su paraguas de disuasión nuclear, a cambio de que Israel renuncie a su arsenal de armas nucleares y lo desmantele, como parte de un plan más amplio de desnuclearización de la región de Oriente Medio en imitación del régimen del Tratado de Tlatelolco, por el cual Iberoamérica es una región libre de armas nucleares. Un tratado por el cual EE. UU. se comprometiese a defender a Israel con su arsenal de armas nucleares sería quizás la única forma realista de convencer a Israel para que voluntariamente elimine su programa y arsenal de armas nucleares, para así conjurar la amenaza que representa para la paz mundial y la humanidad. Dicho tratado y sus garantías de seguridad dadas legalmente por los EE. UU. a Israel servirían como medio para Washington frenar a que Tel Aviv se involucre en aventuras militares con sus vecinos, so pretexto de llevar a cabo ataques preventivos. Dicho acuerdo permitiría vigilar más de cerca a las Fuerzas Armadas y servicios de inteligencia israelíes, para evitar sorpresas como el ataque deliberado israelí contra el buque de inteligencia de comunicaciones y señales de la Armada de EE. UU., el USS Liberty, el 8 de junio de 1967.
El ataque al USS Liberty no ha sido el último incidente en que Israel ha actuado más como Bruto hacia su padre adoptivo, Julio César, en los idus de marzo en el Senado de Roma, o sea, más como enemigo de su benefactor EE. UU. que como amigo. Es en el campo de la inteligencia y las operaciones de espionaje donde se puede apreciar de manera más reciente no solo la falta de confianza de Israel hacia los EE. UU., sino también el que el Gobierno y los servicios de inteligencia israelíes no son en realidad dignos de confianza de Washington, sino más bien todo lo contrario.
Así, según un informe noticioso de Prensa Asociada (AP) de este verano pasado que recogía los pareceres tanto de exmiembros de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, la CIA, como de miembros en servicio activo, Israel constituye la mayor amenaza para el contraespionaje de EE. UU. en Oriente Medio. Esto se debe a que el servicio de inteligencia israelí Mossad y el equivalente israelí del FBI estadounidense o del FSB de Rusia, el Shin Bet, llevan a cabo agresivas operaciones de espionaje contra intereses estadounidenses y la CIA. Incluso, en una lista secreta de la CIA durante la Presidencia de George W. Bush donde se enumeraban aquellos países más dispuestos a cooperar con EE. UU. en la lucha contra el terrorismo internacional, Libia se hallaba por encima de Israel, país que según el reportaje de AP no ha sido blanco directo de los ataques de al-Qaeda. Como dijo un exmiembro de alto rango de operaciones clandestinas de la CIA con respecto a las relaciones entre EE. UU. e Israel en el campo de la inteligencia: “Es una relación complicada... Ellos tienen sus intereses. Nosotros tenemos nuestros intereses. Para los EE. UU., es un acto de malabarismo”.
Después de la condena en 1987 a cadena perpetua del civil estadounidense y analista de inteligencia naval Jonathan Pollard por una corte norteamericana por haber espiado para Israel contra los EE. UU., Israel prometió que nunca más emplearía a sus espías en suelo estadounidense. El caso de Pollard no fue el único, pues en 2008 el ingeniero mecánico retirado del Ejército de EE. UU. Ben-Ami Kadish se declaró culpable de haber permitido durante la década de los 80 a agentes israelíes —probablemente del Mossad— fotografiar documentos clasificados con información sobre armas nucleares, una versión del avión caza F-15 y el sistema de misiles de defensa antiaérea Patriot. Y el mismo oficial del Mossad que manejaba a Pollard manejaba también a Kadish.
Sin embargo, nuevamente la palabra oficial israelí terminó siendo un falso testimonio —como las garantías dadas por los israelíes al presidente Kennedy con respecto al programa de armas nucleares secreto israelí o como las excusas del Gobierno israelí por su ataque al USS Liberty—, pues en 2006 un analista del Departamento de Defensa de EE. UU. fue condenado a 12 años de prisión por haber pasado información secreta a un diplomático israelí que posiblemente era un miembro del Mossad y a dos cabilderos proisraelíes estadounidenses que se alegó pasaron a su vez la información clasificada a los israelíes. Cabe añadir también que el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, le pidió al presidente Obama en enero de 2011 que liberara al traidor estadounidense Pollard, sin éxito. No está de más decir también que desde que Pollard fue arrestado en la década de los 80, según el Servicio de Investigación del Congreso estadounidense, Israel ha recibido de los EE. UU. más de 60.000 millones de dólares en ayudas, la mayor parte de índole militar.
Pero a pesar de toda la ayuda económica, militar y diplomática estadounidense a Israel, evidencia circunstancial apunta a que Tel Aviv pudo haber una vez más traicionado a los EE. UU. de una forma impensable e insólita, callando a propósito y no advirtiendo a Washington que los terroristas de al-Qaeda se disponían a ejecutar sus dramáticos ataques del 11 de septiembre de 2001, ataques que según inteligencia de fuentes abiertas habrían sido del conocimiento del Mossad antes de que ocurriesen. Información sobre esto aparece recogida en un artículo del periódico escocés The Sunday Herald del 2 de noviembre de 2003.
Ariel Sharon, quien en aquel entonces era el primer ministro de Israel, habría sabido de la operación de inteligencia israelí que le seguía la pista a las células terroristas de al-Qaeda en los EE. UU. antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Dicha operación habría descubierto los planes de al-Qaeda para el 11 de septiembre y la decisión de no compartir dicha información con el Gobierno estadounidense para prevenirle de los atentados terroristas tuvo que haber venido del Gobierno israelí. El motivo del Mossad para haber permitido —siguiendo órdenes del Gobierno israelí— que Al Qaeda realizara sus atentados es simple: según el autor del artículo del Sunday Herald, para que los EE. UU. se unieran más aun a la causa israelí en contra de árabes y palestinos —y musulmanes en general— al sufrir en carne propia y sobre suelo patrio atentados terroristas de una magnitud traumatizante. El número total de víctimas mortales en los vuelos estrellados y en los edificios impactados el 11 de septiembre de 2001 fue de 3.212, a los que hay que añadir 403 bomberos, paramédicos y policías que murieron al desplomarse las Torres Gemelas del World Trade Center de Nueva York.
Pero ya existían antecedentes. Cuando Ariel Sharon fue ministro de Defensa, la Comisión Kahan investigadora del Gobierno israelí halló que él “carga con la responsabilidad personal” por la masacre de palestinos en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila en Beirut a manos de las milicias falangistas cristianas libanesas, con el apoyo de las fuerzas israelíes. Los soldados israelíes habían rodeado a Sabra y Shatila, dejando entrar a los milicianos falangistas a los campamentos de refugiados palestinos para cometer la matanza a la vez que impedían salir a los que querían escapar de los campamentos para salvarse. Del 16 al 18 de septiembre de 1982 hasta 3.500 personas habrían sido masacradas.
* Analista político
Russia Today, 24-11-2012
Artículos relacionados
Bombas atómicas de Israel: Los puntos sobre las íes
Israel amenaza al mundo con un “Armagedón” nuclear
Occidente siembra tolerancia a poder nuclear de Israel y cosecha proliferación nuclear