Por Xavier Caño Tamayo*
En Madrid, un jubilado pide un anticipo de 50 euros en la oficina bancaria donde ingresan su magra pensión. Para acabar el mes sin pasar hambre. Un pequeño empresario considera seriamente suicidarse. Para eliminar de una tacada sus problemas empresariales, económicos y financieros. Son muestras de un cúmulo de dificultades, penalidades, privaciones, pobreza y angustias. Mucha gente sufre. Y, además, esas víctimas no vislumbran luz al final del túnel de esta obscena crisis con culpables. Ni un destello.
Sin embargo, Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), dice que las cosas mejoran en España, por ejemplo, aunque los hechos sean justo lo contrario: recesión profunda, más del 25% de paro y subiendo, una banca incompetente y corrompida que devora carretadas de dinero público y se niega a dar crédito a empresas y trabajadores autónomos. Y encima el presidente Rajoy tiene la desfachatez de decir que su gobierno “no esconde los problemas, los elimina”, cuando lo que suprime son oportunidades, justicia y derechos, mientras osa proclamar que sus contrarreformas (que él llama reformas) pronto darán frutos. Esos frutos son un día sí y otro también, entre otras desgracias, nuevos miles de desempleados. España se ha convertido en la muestra y escaparate de los graves problemas de Europa.
¿Tiene solución esta Europa?
No la que pretende el núcleo duro de poder de la Unión Europea (Barroso, Merkel, Olli Rehn, Draghi...). Porque es más de lo mismo: austeridad fiscal, patente de corso para los especuladores, máxima libertad para el poder financiero, privatizaciones salvajes, fiscalidad regresiva...
Más allá del parloteo que proporciona titulares a una mayoría de medios de comunicación sumisos, quienes dirigen Europa mienten tanto como respiran y ocultan la verdad mientras que utilizan la crisis como excusa para un ataque en toda regla contra los derechos de la ciudadanía y todo lo que sea público.
Algo turbio se llevan entre manos, porque no pueden ser tan necios, tan incompetentes.
Pero el problema no es solo de la vieja Europa, cuando apenas el 1% más rico del mundo (grandes empresarios, grandes fortunas, multinacionales, especuladores y banqueros) posee el 40% del capital mundial, mientras el hambre avanza y la pobreza es más severa, en tanto que el crimen, la corrupción y el fraude fiscal le han costado en 2010 a los países empobrecidos y en desarrollo 858.800 millones de dólares. Global Financial Integrity (organización estadounidense por una política estricta contra el blanqueo de dinero) calcula que, en los últimos diez años, las naciones en desarrollo han sufrido que se evadieran de sus arcas unos seis billones de dólares por corrupción y evasión de impuestos. Y no pasa nada.
Este mundo ha de cambiar. A fondo. Como dice Rosa Regás, hemos de reinventarnos como ciudadanos y, para empezar, abandonar valores y principios de quienes nos explotan: ser feliz no depende de poseer más cosas materiales ni tener es más que ser; la competitividad es una estupidez predadora y hay que apostar por la cooperación y la solidaridad. También hay que reinventar el modelo democrático, poner coto a los grandes capitales, regularlos... Cambiar todo.
Y no ceder al desánimo de creer que no hacemos nada, que somos corderos, que esto no tiene salida... Porque no es cierto. Los cambios en la historia nunca han sido veloces y por eso no renunciamos a que cada día haya más ciudadanía consciente de que somos víctimas de un poder financiero insaciable e implacable al que hay que plantar cara.
Informarse y reflexionar, protestar, aunar esfuerzos, denunciar, organizarse, desobedecer... Hasta que les preocupemos, hasta que nos teman... Como escribe Aníbal Alvar: “con la represión contra la ciudadanía que protesta justamente, nuestra sociedad está obligada a ejercer su derecho a la legítima defensa”. Mandela, Gandhi o Vaclav Havel, considerados líderes morales hoy, desobedecieron a sus gobiernos.
Y, para impacientes y pesimistas, las palabras de Moncef Marzouki, cuando dice “vengo del desierto y vi a mi abuelo sembrar en él. Sembrar en tierra árida. Y esperar. Un día caminas sobre tierra quemada, pero otro día llueve y te preguntas cómo han surgido tantas flores, tanto verdor. Porque las semillas estaban ahí”.
Hay que sembrar aunque parezca desierto. Hay que plantar cara a este poder ilegítimo.
*Periodista y escritor, Centro de Colaboraciones Solidarias