Por Ubaldo Tejada Guerrero – Analista Global
“Levantaré egipcios contra egipcios, y cada uno peleará contra su hermano, cada uno contra su prójimo, ciudad contra ciudad, y reino contra reino” (Isaías 19:2).
La mayoría de los países musulmanes intentar librarse de la dominación occidental y del imperialismo. Las masas árabes, en particular, quieren “la liberación de la ocupación extranjera y las libertades de expresión, opinión y movimiento”, según indicaba el informe del Programa de Desarrollo de Naciones Unidas (PDNU).
Ante la escalada de la violencia en Egipto, el presidente Barack Obama condenó en duros términos la situación y anunció la cancelación de unos ejercicios militares conjuntos, en el marco de una "revisión" de la relación con las autoridades interinas egipcias. Sin embargo, Obama no llegó a anunciar la suspensión de la importante ayuda militar aportada a Egipto
En la raíz de los hacedores del golpe, está la presencia de la mano del Pentágono, cuando uno de sus más destacados alumnos, el general Abdel-Fattah al-Sisi, encabezó la asonada que derrocó al presidente electo Mohamed Mursi, abriendo las puertas al peligro de una guerra fratricida con manto de enfrentamiento religioso, que viene desde las torres gemelas.
La suspensión de las maniobras tiene un valor puramente simbólico, visto el alcance de la cooperación militar: desde 1979 "Egipto es el mayor beneficiario, luego de Israel, de la ayuda bilateral estadounidense", y hasta ahora ha recibido unos 68.000 millones de dólares, según el Servicio de Investigación del Congreso (CRS). Es decir, no se trata de una guerra entre musulmanes y cristianos, sino de intereses económicos-militares y estratégicos de los EE. UU.
Estados Unidos provee anualmente a las Fuerzas Armadas Egipcias de asistencia militar multimillonaria. En 2009 fue de 1, 300 millones de dólares y en 2013 la suma ascendió a 1, 390 millones de dólares. En el año 2011, cuando ocurrían las protestas populares que culminaron con el régimen de Mubarak y se daban también las reuniones bis a bis egipto-estadounidenses.
En los EE. UU., Bush es apoyado por unos 50 millones de fundamentalistas cristianos de derechas, quienes dieron fuerza a su maquinaria de guerra y su programa derechista. Los veinte millones de votantes fundamentalistas ayudaron a Bush a volver a su cargo el pasado 2 de noviembre de 2004, y mantuvieron una mayoría republicana en el Congreso.
El corazón de la estrategia es mantener a Egipto en paz con Israel y a hacer de El Cairo un eje de la política árabe de Washington, garantizando al mismo tiempo el derecho de paso para sus buques por el estratégico canal de Suez, esta ayuda es esencialmente militar y equivale a 1.300 millones de dólares anuales.
El golpe entre Abdel-Fattah al-Sisi y el Pentágono fue preparado en Carlisle, un pequeño e histórico pueblo del estado de Pennsylvania, donde está ubicado el Colegio de Guerra del ejército de EE. UU. (US Army War College). Es una inversión estratégica de EE. UU., de una construcción de «amistades» para futuro, como lo reconocía el mayor general Tony Cucolo, comandante y profesor en esa universidad militar, respecto al llamado programa de asociados que comenzó en la década de los años 70 del pasado siglo.
Al contrario de las enseñanzas cristianas presentadas por EE. UU. y líderes occidentales como “valores compartidos”, las fuerzas de EE. UU. y sus aliados han matado a cientos de miles de iraquíes cristianos y musulmanes. Basándonos en la cifra mas bien conservadora de 100.000 iraquíes asesinados entre marzo de 2003 y octubre de 2004, proporcionada por la revista médica inglesa The Lancet (Lancet, 364:857), si añadimos las atrocidades de Faluya, Ramadi, Qaim, Tall’Afar, Hillah o Bagdad y los baños de sangre diarios instigados por EE. UU. y sus colaboradores, el número de iraquíes muertos desde marzo de 2003 podría rondar los 200.000 o incluso superarlo. La mayoría de las víctimas eran niños y mujeres inocentes. ¿Quién odia a quién?
La página web Global Post filtró la lista de las compañías estadounidenses que más se benefician dentro del programa gubernamental de EE. UU. de la ayuda militar a Egipto, haciendo referencia a los datos del Instituto de Estudios Sureños (Carolina del Norte).
El mayor beneficiario, según el sitio web, es el gigante de la industria aeroespacial estadounidense Lockheed Martin. El montante de sus contratos con Egipto entre 2009 y 2011 fue de 259 millones de dólares, derivados entre otros de la venta de 20 cazas monomotor F-16 y sistemas sensores de visión nocturna para los helicópteros de ataque Apache.
En el segundo lugar está DRS Technologies, Inc., un contratista de defensa estadounidense con sede en Arlington (Virginia) adquirido en 2008 por la empresa italiana Finmeccanica. El importe de sus acuerdos en 2010 con las Fuerzas Armadas egipcias por la venta de un hardware de vigilancia y vehículos militares de diferentes tipos es de unos 66 millones de dólares.
Conocidos son los estrechos vínculos entre militares estadounidenses y egipcios, ataduras que tienen su origen en el largo lapso presidencial de Hosni Mubarak, quien solo fue defenestrado cuando perjudicaba más que beneficiaba la imagen estadounidense y, por tanto, sus intereses.
Hoy el ejército egipcio está haciendo con los Hermanos Musulmanes lo que le han enseñado durante décadas: mantener el poder de El Cairo lejos de las manos de los islamistas, donde el 40 por ciento de la economía egipcia está controlada por los militares.
"El pronóstico es banal", dice el sociólogo y analista político ruso Guerman Yanushevski. "Habrá una guerra civil, la introducción de los 'pacificadores' norteamericanos por una decisión de la ONU y la llegada al poder en Egipto de un presidente 'estadounidense'. Pero los islamistas no se calmarán. Hay solo dos opciones para ellos: estar en el poder sirviendo a EE. UU. o 'colocar minas y detonarlas'. Este esquema ya ha tenido lugar en Afganistán, Irak y, anteriormente, en decenas de otros países. Los estadounidenses son tan primitivos que no pueden inventar nuevas formas de actuar que sean más refinadas".
Lo cierto es que los EE. UU. y sus aliados occidentales no están comprometidos con la democracia y el imperio de la ley; actúan colectivamente para reforzar y proteger sus propios intereses imperiales y sionistas, sin tener en cuenta los derechos humanos y la democracia.
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