Crisis, crecimiento y desigualdad

Por Xavier Caño Tamayo*

La única forma decente de luchar contra la crisis es procurar reducir la desigualdad. ¿De qué sirve que una renta per capita de X dólares si una cuarta parte de la población vive en la pobreza, otra cuarta parte en la miseria y una tercera se tienta el cuerpo porque no sabe qué le sucederá?


Las medidas tomadas contra la crisis acaso logren los equívocos macro-índices económicos de hace dos años, pero poco repercutirán beneficiosamente en la vida de la mayoría de las personas, que es lo que importa. No se logrará un mínimo de vida digna y sin incertidumbres socio-económicas para la mayoría de ciudadanos. Ni siquiera para una mayoría simple.

El acierto del New Deal de Roosevelt fue aplicar una reflexión keynesiana elemental: Hay más trabajadores que otras clases. Reduzcamos la desigualdad, hagamos que los trabajadores estén lo mejor posible, porque con salarios decentes, que les permitan una vida digna, todo el edificio económico funciona. El New Deal supuso acabar con legiones de desempleados e indigentes itinerantes. Fue una lucha contra la pobreza y contra la desigualdad. Medidas contra la desigualdad son medidas efectivas contra las crisis.

La actual crisis es fruto de un modo de entender la economía y la distribución de riqueza: el neoliberalismo del mal llamado ‘consenso de Washington’: Regular el gasto público en educación, salud y protección social (en realidad, reducir); reforma tributaria (disminuir impuestos a los ricos); políticas comerciales liberales (subvenciones y ayudas de los gobiernos de países ricos a sus agricultores terratenientes); patente de corso a la inversión extranjera; privatizar empresas públicas, desmontar lo público; ninguna regla ni control para el mundo financiero… El resultado ha sido un obsceno incremento de pobreza y desigualdad.

Y ahora, algunas medidas contra la crisis (sobre todo en Europa) se empecinan en el modelo de desarrollo que nos ha conducido a ésta. Ayudar con mucho dinero de todos al conglomerado industrial automovilístico, por ejemplo, es más de lo mismo. De los macro-esfuerzos del Estado para reflotar bancos sin pedirles responsabilidades anteriores ni controlarlos de modo que sientan el aliento de los gobiernos en el cogote, mejor ni hablamos. Sin voluntad de reducir la desigualdad por encima de todo, tampoco saldremos de ésta.

A provisto de la desigualdad, el ex jugador y entrenador de fútbol Johan Cruyff ha dicho sobre unos escandalosos fichajes de futbolistas por el Real Madrid: “Nadie vale lo que ha pagado el Madrid por Cristiano Ronaldo”. Fútbol aparte, nadie vale la enormidad que cobran ejecutivos y directivos de banca, sector del automóvil y empresas transnacionales; nadie rinde tanto para cobrar tales fortunas.

Y los ministros de economía del G-8 diagnostican que parece apuntar cierta estabilización en la situación económica mundial. Pero la salida de la crisis es incierta. “Aún si la producción remonta, el paro puede crecer”, han dicho. Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional, ha asegurado que el desempleo aumentará como mínimo hasta los primeros meses de 2011.

Si la salida de la crisis es incierta y se destruye empleo durante dos años o más, ¿quién se beneficia del dinero público contra la crisis? En España, por ejemplo, la banca, que ha tenido beneficios y continuará teniéndolos, mientras el gobernador del Banco Central español augura que aumentará el paro, el más alto de la Unión Europea. Pero los bancos españoles dan créditos a empresas con cuentagotas. Por cierto, la concesión cicatera de créditos genera el cierre o reajuste de empresas. Y aumenta de desempleo. ¿Esto es luchar contra la crisis?

Habrá que coincidir con el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Taibo, que “el crecimiento económico no genera cohesión social, provoca agresiones medioambientales a menudo irreversibles y propicia agotar recursos de los que no dispondrán generaciones venideras; por tanto, es urgente buscar otros horizontes”.

El último informe de Amnistía Internacional asegura que “la pobreza no es inevitable, y es causa y consecuencia de violaciones de derechos humanos. Un planteamiento para erradicar la pobreza, centrado sólo en el crecimiento económico, es insostenible e inútil. La crisis en la que vivimos ha condenado a la pobreza a 100 millones de personas más, demostrando cuan frágiles son los beneficios basados únicamente en el crecimiento económico”.
Quizás ya sea tiempo de cambiar de rumbo, de dar un golpe de timón.

* Periodista y escritor
www.solidarios.org.es