Por Thierry Meyssan
Ya se perfila el Oriente Medio de la postguerra contra Siria. Y sería muy diferente: Siria se sumaría a la alianza militar encabezada por Rusia y así se hallaría de facto bajo la protección de esa superpotencia. Líbano quedaría bajo una tutela conjunta ruso-estadounidense pero militarmente ocupado por Francia. Irak asumiría el papel que antes desempeñaba Líbano como mediador regional e Irán se vería admitido en la zona mediterránea.
La cumbre intergubernamental Líbano-Siria.
Moscú y Washington están preparando la reorganización del Levante, como lo acordaron en el encuentro entre los presidentes Putin y Biden, el llamado Yalta II*, realizado el 16 de junio de 2021. Esta reorganización de la región es consecuencia de la terrible derrota militar que las potencias occidentales sufrieron en Siria**, aunque la parte rusa está evitando humillar a Estados Unidos.
Según lo acordado en Ginebra, Siria pasaría a formar parte de la “zona rusa” mientras que Líbano quedaría “compartido” entre las potencias occidentales y Rusia.
Las cumbres de Bagdad y del Cairo
Nos dirigimos actualmente hacia una próxima retirada de las tropas estadounidenses desplegadas en Irak, retirada que permite a ese país convertirse en mediador, en una zona neutral, asumiendo el papel que antes desempeñó Líbano. Así que Irak convocó una cumbre, en Bagdad, con la participación de siete países de la región: Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Jordania, Kuwait y Turquía. Francia logró “colarse” en esa cumbre, como antigua potencia colonial y representante de las potencias occidentales.
El exdirector de los servicios secretos iraquíes y actual primer ministro, Mustafá al-Kazimi, mostró en ese encuentro su gran conocimiento de las cuestiones regionales y su habilidad para mantener el equilibrio entre la Arabia Saudita sunnita y el Irán shiita. A pesar de los diversos contactos que mantuvieron el año pasado y del discurso más conciliador que han adoptado, Arabia Saudita e Irán —indudablemente dos potencias regionales— no saben cómo resolver las numerosas contradicciones que los oponen entre sí, principalmente en Yemen.
La cumbre de Bagdad permitió mostrar la alianza fraguada entre el presidente egipcio, Abdel Fattah al-Sissi, y el rey Abdallah I de Jordania. Inmediatamente después de la cumbre de Bagdad, el presidente al-Sissi y el rey Abdallah se reunieron en El Cairo con el presidente palestino Mahmud Abbas, quien se mostró más conciliador que antes, sobre todo porque ahora está consciente de que ya ningún país árabe estará dispuesto a correr en ayuda de los palestinos: no es posible exigir justicia durante 70 años y traicionarse a la vez a sí mismo y a todo aquel que te ayuda.
La presencia de Francia en la cumbre de Bagdad se interpretó como preludio de una intervención militar francesa después de la retirada de Estados Unidos. El presidente francés, Emmanuel Macron, ambicionaría desplegar tropas en Líbano para defender allí los intereses occidentales, en momentos en que ese país pasa a quedar bajo una tutela conjunta de Estados Unidos y Rusia.
Turquía se vio reticente durante la cumbre de Bagdad. Sin obtener algo de las potencias occidentales, Turquía no tiene intenciones de irse de los territorios que ha invadido en Irak y en Siria. Pero Ankara tampoco quiere que los mercenarios kurdos —también aliados de Estados Unidos— sean tratados como Turquía.
Sin embargo, Francia sigue pensando que los turcomanos y los kurdos del norte de Siria podrían obtener —cada uno por su lado— una forma de autonomía dentro de la República Árabe Siria. Rusia, que es una federación de etnias, parece favorable a esa posibilidad, que Damasco rechaza porque la población siria es un mosaico multiétnico donde las etnias están íntimamente mezcladas. Antes de la guerra, los turcomanos y los kurdos no eran mayoría en ninguna región de Siria. La región siria que la prensa occidental se empeña en llamar “Rojava”, un territorio “autoadministrado” por los kurdos de Siria, es sólo una fachada fabricada para disimular la presencia militar de Estados Unidos en suelo sirio. Y Estados Unidos teme que su retirada militar de Irak desate entre sus colaboradores kurdos en Siria el mismo pánico que acabamos de ver en Afganistán entre sus colaboradores pashtunes.
Siria fue la gran ausente de la cumbre de Bagdad, rica en rumores. Se dice que una delegación secreta siria fue vista en Washington. Al parecer, Moscú se plantea incorporar Siria a la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OSTC), la nueva alianza militar surgida alrededor de Rusia.
La cumbre de Bagdad se desarrolló en un nuevo contexto, marcado por la cuestión de los yacimientos de hidrocarburos del Mediterráneo. La explotación de esos recursos sigue viéndose ampliamente obstaculizada por la necesidad de establecer fronteras que nunca llegaron a ser trazadas, antes de conceder autorizaciones de explotación a empresas que cuenten con la capacidad necesaria para perforar pozos a grandes profundidades y, finalmente, garantizar la seguridad de esos trabajos. La repartición entre proestadounidenses y prorrusos sigue sin estar claramente definida y dependerá de la capacidad de cada actor para adaptarse al molde político que se le propone.
La cumbre intergubernamental Líbano-Siria.
En Bagdad no se habló del futuro del Líbano, a pesar de que ya se va precisando. Al menos en teoría, ese país —que participó en la guerra contra Siria del lado de las potencias occidentales— será el único donde el Pentágono no aplicará la doctrina Rumsfeld-Cebrowski de “guerra sin fin” [1].
Hoy sigue pareciendo imposible reformar la ley electoral que divide Líbano en múltiples circunscripciones vinculadas a cada una de las 17 comunidades confesionales entre las cuales se divide el territorio de ese país, aunque ese sistema está al borde del colapso y ha demostrado ser injusto. Si el país llegara a adoptar un sistema democrático de verdadera representación política, no cabe duda de que Hassan Nasrallah sería electo presidente y el Hezbollah tendría la mayoría de las curules en el parlamento. Pero nadie quiere que eso suceda.
Sin embargo, quizá sería posible modificar la distribución de los poderes entre el presidente de la República (según la Constitución libanesa, esa función está reservada a un cristiano), el presidente del gobierno (cargo reservado, también por la Constitución, a un musulmán sunnita) y el presidente de la Asamblea Nacional (posición constitucionalmente reservada a un musulmán chiita). Siguiendo ese enfoque, el Consejo Europeo adoptó, el 30 de julio, un grupo de sanciones contra los líderes políticos libaneses que rechacen todo cambio estructural. Por ahora, no se ha anunciado que alguien haya sido efectivamente sancionado, pero esa decisión del Consejo Europeo es como un revólver cargado.
La cuestión resulta aún más complicada si se tiene en cuenta que en la administración también hay una división establecida de los poderes entre 3 supercomunidades, pero no con cuotas iguales para cada una sino con el 50% para los cristianos, 30% para los musulmanes chiitas y 20% para los musulmanes sunnitas. Sin embargo, la composición de la población libanesa ha estado en constante evolución desde la guerra civil de los años 1980: los cristianos ya son sólo un 20% de la población, los musulmanes sunnitas son un 35% y los musulmanes shiitas son ahora el 45%. Pero el presidente de la República, el general Michel Aoun, defiende a fondo las “prerrogativas” de su cargo, que son en definitiva el predominio histórico de la comunidad cristiana sobre las demás comunidades libanesas.
Francia se plantea el despliegue en Líbano de un contingente militar en ocasión de las elecciones legislativas convocadas para el 8 de mayo, justo después de la elección presidencial francesa. Los soldados franceses garantizarían la seguridad de los centros de votación y nadie duda que lograrían hacerlo. Pero, en cuanto aparezca la primera reforma, los soldados franceses recibidos con aplausos se convertirán en ocupantes y serán expulsados del país.
¡Realizar elecciones legislativas bajo la vigilancia de soldados de la antigua metrópoli es la idea más absurda que se pudiera concebir! No está de más recordar que en 1983 dos terribles explosiones volaron casi simultáneamente el cuartel general de las tropas francesas y el cuartel general de las tropas de Estados Unidos en Beirut, precisamente cuando en la instalación estadounidense se desarrollaba una reunión de los jefes de la CIA en la región. Aquellos dos actos de guerra sumaron 299 muertos.
Pero Bernard Emié, el director de la inteligencia francesa para el exterior (DGSE), quien también se ocupa del tema libanés por cuenta del equipo del presidente Macron, asegura, lleno de optimismo, que ya terminó la guerra fría y que hechos como los que acabamos de mencionar no sucederán nunca más. Sí, la guerra fría terminó, pero el deseo de independencia de los pueblos sigue existiendo.
El imposible caso de Líbano
El 23 de octubre de 1983, un atentado arrasó en Beirut el edificio de 9 pisos donde se hallaba el cuartel general de las tropas francesas desplegadas en Líbano, con un saldo de 58 militares franceses muertos.
Sin darse cuenta, Francia se encamina hacia su próximo fiasco. El presidente francés Emmanuel Macron repite sin parar la retórica del presidente estadounidense Joe Biden: su objetivo no es construir Estados sino luchar contra el terrorismo. Esa es la canción de la “coalición internacional” en Irak y en Siria, coalición que durante siete años se ha dedicado a masacrar civiles y a apoyar a los yihadistas. Es el discurso que el presidente Biden utiliza para justificar la llegada de los talibanes al poder en Afganistán y el resurgimiento de Daesh, eso que Estados Unidos y sus socios occidentales siguen llamando ISIS o EI. Ese es el discurso comúnmente utilizado para justificar la destrucción de Estados.
En Líbano se ha construido un sistema de corrupción que no se parece a nada existente en otra parte. Los diferentes líderes de las 17 comunidades confesionales se entienden a la perfección cuando se trata de sacarle colectivamente la mayor cantidad de dinero a sus protectores respectivos. Y luego distribuyen algo de ese dinero a sus comunidades. Por ejemplo, cuando alguien quiere construir una gran infraestructura generalmente tiene que recurrir al soborno para compensar en algo a la gente cuyos derechos se violan y garantizar el silencio de los funcionarios que tendrían que velar por el respeto de las leyes locales. En Líbano es diferente: para poder ayudar a una comunidad en particular, hay que compensar a las 16 otras comunidades por no haberlas ayudado. Resultado: cada ayuda se paga dos veces, una vez al destinatario de la ayuda y otra a los 16 líderes de las demás comunidades confesionales. Eso funciona mientras que las potencias extranjeras se mantienen enfrascadas en las rivalidades que las oponen entre sí, pero cuando esas potencias se ponen de acuerdo, se paraliza el flujo de dinero.
Apostando por que el acuerdo entre Estados Unidos y Rusia sea duradero, Francia pretende reconstruir Líbano. Se apropia del puerto de Beirut y deja el de Trípoli —en el norte de Líbano– en manos de Rusia, al igual que las refinerías de esa ciudad. Moscú propuso inicialmente reconstruir todo aplicando el sistema de leasing, o sea adquiriendo un derecho de uso temporal con posibilidad posterior de compra. Pero ciertos libaneses no ven con buenos ojos a los rusos… y los rusos se niegan a pagar dos veces. Entonces, ¿qué impide una proposición similar de parte de Francia? El problema es que los israelíes pensaban que el puerto de Haifa reemplazaría el puerto de Beirut, así que Israel también reclamará parte del pastel.
En todo caso, nada podrá construirse en Líbano mientras el país siga sin gobierno. Y el gobierno de Hassan Diab dimitió el 10 de agosto… ¡de 2020! El exprimer ministro Saad Hariri, quien había sido designado para formar un nuevo gobierno, acabó tirando la toalla. Después de eso, otro exprimer ministro, Najib Mikati, igualmente designado para formar gobierno, también está a punto de abandonar la tarea***. Tanto Saad Hariri como Najib Mikati están en pugna con el presidente de la República, Michel Aoun, quien no sólo quiere conservar una minoría “de bloqueo” en el seno de todo futuro gobierno sino controlar también los ministerios del Interior y de Justicia —para evitar que sus hombres sean enviados a los tribunales— y los de Asuntos Sociales y Economía, para poder controlar las negociaciones con el FMI. Mientras tanto, los sunnitas quieren reequilibrar las instituciones y también proteger a sus hombres así como garantizarse el acceso a la gallina de los huevos de oro. Los shiitas, por supuesto, quieren exactamente lo mismo.
Después de haber sido el “niño mimado” de los medios financieros globales, el zar del Banco Central libanés, Riad Salamé, cuyo escandaloso nivel y modo de vida se ha convertido en la comidilla de la prensa, sería un chivo expiatorio ideal para la clase dirigente libanesa.
La única posibilidad de desbloquear la situación sería sacrificar un chivo expiatorio, que podría ser el director del banco central libanés, Riad Salamé, un cristiano que se puso al servicio de la familia sunnita Hariri. Riad Salamé sería designado responsable de los crímenes colectivos y de la bancarrota del país… a cambio de que se mantengan los privilegios de la comunidad cristiana.
La única personalidad libanesa cuya imagen permanece intacta —aunque al parecer no puede decirse lo mismo de otros dirigentes de su partido— es el secretario general del Hezbollah, quien ha estado tratando de salvar su país. Hassan Nasrallah arregló la compra de petróleo iraní, a pesar de las sanciones estadounidenses, para que sus conciudadanos pudieran tener un poco de electricidad y evitar la parálisis total del país. El 82% de los libaneses vive ahora por debajo del nivel de pobreza, según la ONU, en un país que fue considerado tan rico que llegó a ser llamado “la Suiza del Oriente Medio”. Sin embargo, la iniciativa de Nasrallah suscitó de inmediato una reacción adversa entre los líderes de las otras 16 comunidades confesionales libaneses… preocupados porque no van a recibir los sobornos habitualmente impuestos por el “sistema”.
Dos tanqueros iraníes están ya en aguas del Mediterráneo. Por ahora, Estados Unidos no los ha confiscado ni ha tratado de hundirlos, como tantas veces ha sucedido antes sin que nadie denunciase la ilegalidad de tales actos ni las consecuencias para el medioambiente. Una delegación de senadores estadounidenses, que se hallaba en Líbano la semana pasada, condenó —sin gran insistencia— lo que ven como una violación del embargo decretado por Estados Unidos y alabó una proposición de la embajadora estadounidense a favor de la importación de gas egipcio.
Una delegación ministerial libanesa viajó a Damasco, por primera vez desde el inicio de la agresión exterior contra Siria, en 2011. Esa delegación conversó con las autoridades sirias sobre la posible importación de gas egipcio, que tendría que transitar a través de Siria. También mencionó un proyecto de compra de electricidad a Jordania, también a través del territorio sirio. Posiblemente, aunque no se habla de eso, debe haberse mencionado igualmente la llegada de petróleo iraní a través del puerto sirio de Banias, en vez de enviarlo directamente a Líbano.
El hecho es que no será posible reformar el funcionamiento de Líbano como país mientras cada comunidad libanesa viva aferrada al horror de la guerra civil y temiendo ser masacrada por las otras 16 comunidades. La única solución es comenzar por garantizar la paz civil para después cambiar de golpe todo el sistema. Quizá sea eso lo que quiere Francia, pero no podrá hacerlo, debido a su pasado de potencia colonial.
Otra solución sería implantar un régimen militar, dado el hecho que el ejército es la única institución por la cual todos los libaneses sienten aprecio. Pero los militares están muy abajo en la escala social, incluso por debajo de los inmigrantes que trabajan como domésticos, la paga mensual de un soldado libanés es de 60 dólares, mientras que una sirvienta gana unos 200 dólares. En todo caso, el jefe del ejército libanés, el general Joseph Aoun —sin parentesco con el presidente de la República—, fue formado en Estados Unidos.
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* Conferencia tripartita entre Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill y José Stalin, celebrada en Yalta (Crimea) en febrero de 1945, cuando era seguro el triunfo de los aliados sobre la Alemania nazi. Su objetivo era reorganizar Europa al término de la guerra, acordar la política común frente a la derrotada Alemania y definir áreas de influencia de la URSS y las potencias de Occidente. [Nota de Con nuestro Perú]
** La guerra en Siria, que lleva ya diez años, ha sido también una guerra internacional que ha enfrentado a dos superpotencias con sus aliados: por un lado, EE. UU. con la OTAN e Israel (“Occidente”); por otro, Rusia con una potencia regional, Irán, y el quasi ejército Hezboláh. [Nota de Con nuestro Perú]
[1] “El proyecto militar de Estados Unidos para el mundo” y “La doctrina Rumsfeld-Cebrowski”, por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 22 de agosto de 2017 y 25 de mayo de 2021.
*** El 10 de este mes, por fin, tras 13 meses de negociaciones, pudo formarse un gabinete de ministros. [Nota de Con nuestro Perú]
Voltairenet.org 07-09-2021