Por Thierry Meyssan
Hace una decena de días, un eurodiputado con reputación de ser “de mente abierta” me decía en Bruselas que el conflicto en Ucrania es ciertamente complejo, pero que lo que salta a la vista es que Rusia invadió ese país.
Le respondí que —a la luz del derecho internacional— Alemania, Francia y Rusia tenían la obligación de hacer que se aplicara en Ucrania la resolución 2202 del Consejo de Seguridad de la ONU y que, de esos tres países, sólo Rusia había cumplido con su deber. También le recordé la responsabilidad de proteger las poblaciones cuando su propio gobierno no cumple esa responsabilidad.
El eurodiputado me interrumpió y me espetó: “Si mi gobierno se quejara sobre lo que sucede con sus nacionales en Rusia y atacara a ese país, ¿a usted le parecería eso normal?”. “Sí”, le respondí, “si ustedes contaran con el respaldo de una resolución de la ONU. ¿Tienen ustedes esa resolución?”
Desconcertado, el eurodiputado cambió inmediatamente de tema. Después, le pregunté tres veces si podíamos abordar la cuestión de los «nacionalistas integristas» ucranianos. Las tres veces se negó y acabamos separándonos cortésmente.
La cuestión de la “responsabilidad de proteger” [1] debería haberse planteado de manera menos categorica. Ese principio no autoriza a emprender una guerra sino a realizar más bien lo que pudiéramos llamar una operación policial con medios militares.
Por eso el Kremlin es extremadamente cuidadoso a la hora de hablar del conflicto en Ucrania y, en lugar de utilizar la palabra “guerra”, califica su acción como una “operación militar especial”. Ambas maneras de hablar designan los mismos hechos, pero la denominación “operación militar especial” limita el conflicto.
Desde el momento mismo en que las tropas rusas entraron en Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin precisó que no había intenciones de anexar el país sino sólo de liberar a las poblaciones víctimas de la persecución de los “nazis” ucranianos. En un largo artículo anterior expliqué que aunque la palabra “nazi” está bien utilizada en su sentido histórico, ese término no corresponde a la manera como esos grupos se autodesignan. Ellos utilizan la expresión “nacionalistas integrales” [2]. Es necesario recordar aquí que la Ucrania actual es el único Estado del mundo que dispone de una Constitución explícitamente racista.
Cuando señalamos que a la luz del derecho internacional Rusia tiene la razón, eso no significa que le damos carta blanca. Su manera de aplicar el derecho es criticable. Pero en Occidente se suele tildar a Rusia de “asiática”, de “salvaje” y de “brutal”, cuando el hecho es que las potencias occidentales han actuado en numerosas ocasiones de manera mucho más destructiva.
Inversión de la situación
Habiéndose precisado ya los puntos de vista de Rusia y de Occidente, salta a la vista que muchos acontecimientos se han traducido en una evolución de la actitud de Occidente:
Está comenzando el invierno, una estación del año muy dura en Europa central. La población rusa sabe perfectamente, desde la invasión napoleónica, cuán difícil es defender un país tan extenso. Y, por consiguiente, ha aprendido a utilizar a su favor la inmensidad de su territorio y las estaciones del año para vencer a los invasores. El invierno “congela” el frente durante meses. Cualquiera puede ver que, contradiciendo la retórica que sostiene que “los rusos están derrotados”, la realidad es que el ejército ruso ha liberado el Donbass y parte de la Novorrossiya.
Antes de la llegada del invierno, Rusia replegó a los pobladores liberados que vivían al norte del río Dniéper y después retiró de allí su ejército, abandonando la parte de Jerson situada en la ribera norte del Dniéper. En este momento, por primera vez, una barrera natural —el río Dniéper— hace el papel de frontera entre los territorios bajo control de Kiev y los territorios contralados por Rusia. Hay que recordar que, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, fue siempre la ausencia de barreras naturales lo que dio al traste con todos los regímenes que se sucedieron en Ucrania. En otras palabras, la parte rusa se ha garantizado las condiciones más favorables para resistir.
Desde el inicio del conflicto, Ucrania ha podido contar con la ayuda ilimitada que le han aportado Estados Unidos y sus aliados. Pero las elecciones de medio mandato acaban de echar por tierra la mayoría que respaldaba a la administración Biden en la Cámara de Representantes. A partir de ahora, el apoyo de Washington será limitado. Y lo mismo sucederá con el respaldo de la Unión Europea, que ha alcanzado su límite. Los pueblos no aceptan el alza de precio en el sector energético, el cierre de ciertas industrias ni la imposibilidad de poder calentar sus hogares normalmente durante el invierno que se avecina.
Y, para terminar, en ciertos círculos de poder, donde antes cantaban loas al talento del actor Volodimir Zelenski como comunicador, los dirigentes europeos y occidentales en general empiezan a interrogarse sobre los rumores cada más insistentes que hablan de su repentino enriquecimiento personal. En ocho meses de guerra, Zelenski parece haberse hecho millonario. Claro, esa imputación es por ahora imposible de verificar, pero el escándalo de 2021 sobre los Pandora Papers la hace muy creíble. Así que no tiene nada de extraño que esos dirigentes estén comenzando a preguntarse si vale la pena seguir desangrando a sus países para hacer “donaciones” que en definitiva no llegan a Ucrania sino que desaparecen en el hueco negro de la finanza que son las empresas off shore.
Los anglosajones —o sea, Londres y Washington— pretendían convertir la cumbre del G20 en Bali en un encuentro antirruso.
Primero, ejercieron presiones que Rusia fuese excluida del G20 —como antes la excluyeron del G8. Pero, si Rusia hubiese estado ausente, China —nada más y nada menos que el primer exportador mundial— tampoco habría asistido. Ante esa dificultad, se asignó al presidente de Francia, Emmanuel Macron, la misión de convencer a los demás invitados de firmar una declaración resueltamente antirrusa. Sin embargo, la Declaración Final del G20 ciertamente recoge el punto de vista de Occidente, pero cierra la polémica precisando que:
“Hubo otros puntos de vista y diferentes evaluaciones sobre la situación y las sanciones. Reconociendo que el G20 no es el foro [adecuado] para resolver los problemas de seguridad, sabemos que los problemas de seguridad pueden tener consecuencias importantes para la economía mundial”.
Dicho claramente, las potencias occidentales no lograron imponer su visión del mundo a los demás países del planeta.
La trampa
Peor aún, como ya lo habían hecho antes en el Consejo de Seguridad de la ONU, los occidentales impusieron a los demás miembros del G20 una intervención del presidente Zelenski por videoconferencia. Esta vez, Rusia, que en septiembre había tratado inútilmente de oponerse en Nueva York a aquella actuación del actor ucraniano, esta vez aceptó su nueva actuación en Bali. En el Consejo de Seguridad, Francia, país que en aquel momento presidía ese órgano de la ONU, incluso violó alegremente su reglamento interno para que Zelenski pudiera hablar ante el Consejo por videoconferencia [3].
Pero en la Cumbre del G20, Indonesia, como país anfitrión, mantuvo una posición estrictamente neutral y no tenía intenciones de dar la palabra a Zelenski sin contar con el consentimiento de Rusia. Zelenski, que no sabe cómo funcionan las cosas en esas instancias cayó de lleno en lo que era, a todas luces, una trampa.
Después de haber tratado de ridiculizar la acción de Moscú, Zelenski llamó que se excluyese a Rusia del “G19” (sic). En resumen, hablando en nombre de los anglosajones, Zelenski se atrevió a dar una orden a los jefes de Estado y/o de gobierno y ministros de Exteriores de las 20 principales potencias mundiales… y no le hicieron caso. En realidad, la disyuntiva que se planteó a esos dirigentes no era sobre Ucrania sino someterse o no al orden mundial estadounidense. El hecho es que todos los participantes de Latinoamérica, de África y cuatro participantes asiáticos respondieron que la dominación estadounidenses ha terminado. Ahora el mundo es multipolar.
Los occidentales seguramente sintieron el piso moverse bajo sus pies. Y no fueron los únicos. Zelenski también vio, por primera vez, como sus padrinos —que hasta ahora se creían los dueños del mundo— lo abandonaban sin vacilar para tratar de conservar sus propias posiciones por un poco más de tiempo.
Incluso es posible que Washington estuviese en contubernio con Moscú. Estados Unidos se da cuenta de que las cosas se están poniendo feas para sus intereses y no vacilará en usar al régimen ucraniano como chivo expiatorio. El director de la CIA, William Burns, ya se reunió en Turquía con el director del SVR, Serguei Narichkin.
Esos contactos entre los jefes de la CIA y del SVR llegan después de los que el consejero de seguridad nacional Jake Sullivan sostuvo con varios responsables rusos. Sin embargo, Washington no tiene nada que negociar en Ucrania. Dos meses antes del inicio de la operación rusa en Ucrania, yo explicaba que el fondo del problema no tenía nada que ver con ese país, ni tampoco con la OTAN. Se trata esencialmente del fin del mundo unipolar.
Así que no hay que sorprenderse al ver que, sólo días después de la bofetada que recibió en el G20, Zelenski contradijo públicamente —por primera vez— a sus padrinos estadounidenses cuando acusó a Rusia de haber disparado un misil contra Polonia y manteniendo después esa acusación a pesar de que el Pentágono ya lo había desmentido; en realidad se trataba de un misil antiaéreo ucraniano. Lo que buscaba Zelenski era lograr lo mismo que los nacionalistas integristas de Petliura lograron con el Tratado de Varsovia —firmado el 22 de abril de 1920 con el régimen de Józef Pilsudski—: empujar a Polonia a entrar en guerra contra Rusia. Es la segunda vez que Washington le pone la luz roja a Zelenski.
Es poco probable que esas contradicciones vuelvan a manifestarse públicamente. Occidente tendrá que flexibilizar sus posiciones. Ucrania ha recibido dos advertencias y en los próximos meses tendrá que sentarse a negociar con Rusia. Y Zelenski ya puede ir pensando en prepararse para huir porque sus sufridos compatriotas no le perdonarán haberlos engañado.
Notas
[1] El autor se refiere a la famosa “R2P”, que tanto mencionaron los grandes medios de difusión para justificar las intervenciones de Occidente en Yugoslavia y en Libia. Nota de Red Voltaire.
[2] En Red Voltaire los designamos como “nacionalistas integristas”.
[3] El reglamento interno del Consejo de Seguridad de la ONU precisa que los dirigentes que intervienen ante el Consejo deben estar físicamente presentes en la sala. Nota de Red Voltaire.
Voltaire.net 22-11-2022