La credibilidad de la OTAN
OtanAlberto Piris (*)
General de Artillería en la Reserva
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“Para eso hemos sido instruidos”, explicaba un joven cabo español que partía a Afganistán para relevar a las unidades españolas allí desplegadas. Ayudar al pueblo afgano, tras todo lo que éste ha venido padeciendo, le parecía una misión noble y digna de su empeño, a pesar de los riegos. Y así suele suceder siempre; en los escalones operativos de las unidades militares lo que inicialmente predomina es la ejecución de la misión, el espíritu de equipo, el compañerismo y la ilusión colectiva, sentimientos de muchos jóvenes cuando afrontan nuevas responsabilidades.

 

Ese estado de ánimo es muy distinto del que, según algunas encuestas, aqueja a las tropas de EEUU en Iraq, donde cada vez son más los soldados que sólo piensan ya en sobrevivir y regresar vivos a casa. No creen en la importancia de su misión, recelan de las grandilocuentes palabras de sus dirigentes políticos y sólo confían en el soldado que tienen al lado cuando sufren una emboscada o en el que les cubre con sus armas cuando hacen una descubierta.
Es también de sobra conocido el hecho de que, en Iraq, llega a prevalecer la necesidad de protección propia de cada unidad militar sobre la ejecución de la misión: “Yo cuido de mis hombres, y que los iraquíes se las apañen como puedan”, declaraba un mando intermedio estadounidense que no quiso revelar detalles sobre su nombre o su unidad. Es comprensible que así sea, cuando los principales responsables políticos y militares de la ocupación de Iraq dan ejemplo viviendo aislados en el interior de la fortificada “zona verde” y desconectados de lo que sucede al otro lado.


Volviendo a Afganistán, se observa también una diferencia entre lo que se discute en los más altos niveles del mando político-militar de la Alianza Atlántica y la ilusión del joven soldado canario. En la reunión que la OTAN celebró en Holanda el pasado mes, para tratar cuestiones relativas al despliegue en Afganistán, afloraron sentimientos y pareceres poco aleccionadores. Si por un lado EEUU exigió a sus aliados europeos un incremento del esfuerzo militar, otros miembros europeos mostraron opiniones distintas.


España, como Alemania, Francia (hasta ahora) e Italia, no autorizan la libre participación de sus soldados en las operaciones contra los talibanes, sino que limitan su intervención a las tareas de reconstrucción. Sin embargo, la extensión de la actividad insurgente a nuevas zonas del país hace que también las misiones de reconstrucción impliquen a menudo amenazas.
El tono general de la reunión reveló un asunto peligroso. Cabe sospechar que a los aliados no les preocupa tanto la suerte del pueblo afgano como “la credibilidad” de la Alianza. Hubo pleno acuerdo al hacer hincapié en que la misión afgana no debe fracasar, porque no sólo el futuro de Afganistán está en juego, sino también el prestigio de la OTAN.


Cuando se trata de valorar prestigios propios, el terreno que se pisa se hace resbaladizo y aumenta la posibilidad de tomar decisiones basadas en conceptos y valoraciones imprecisas, pero con alta carga emotiva. Es significativa la opinión de un analista de un instituto estratégico británico, que declaró: “Lo que estamos viendo aquí es que algunos miembros de la OTAN se consideran parte de esta misión y desean que tenga éxito, pero no quieren correr los riesgos que los otros afrontan”. De ahí a la áspera pugna entre los aliados sobre modos y formas de participación, hay un paso muy corto y ya se ha dado.
Pero la realidad es que el tiempo corre, la misión se empantana, la reconstrucción se retrasa y los talibanes se recuperan, ante el cansancio de un pueblo que empieza a estar harto de la ocupación. Los mandos militares de la OTAN piden más tropas y su Secretario General afirma que ya disponen del 90% de lo previsto.


No es la credibilidad de una OTAN creada para defender a la Europa Occidental de la amenaza soviética lo que más debiera preocupar, sino el modo de no agravar todavía más la caótica situación que en Oriente Medio han creado las iluminadas “visiones” estratégicas del fanático presidente de EEUU, quien para hacer frente al terrorismo del 11-S sólo supo lanzar sus bombas sobre unos pueblos indefensos.


(*) Centro de Colaboraciones Solidarias