El pequeño “gran aliado” de Bush
Recuerdo que allá por los años 70, cuando el entonces presidente galo Valery Giscard d’Estaing efectuó una sonada visita a los Estados Unidos, los grandes rotativos de la costa Este aprovecharon la oportunidad para publicar los resultados de una encuesta realizada por el Instituto Gallup, que ponía de manifiesto los escasos, por no decir nulos, conocimientos geopolíticos de la opinión pública norteamericana. En efecto, la mayoría de los entrevistados estimaba que Giscard era el soberano de un principado europeo, un militar que tuvo la suerte o la desdicha de haber heredado la presidencia imperial del mítico general De Gaulle, un estadista del Viejo Continente que gobernaba un país apenas conocido.
El escaso interés de la población estadounidense por la ubicación geográfica y el sistema político de sus aliados transatlánticos se perpetuó hasta los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando Norteamérica descubrió la existencia de naciones aliadas, dispuestas a apoyarla en la llamada “guerra global contra el terrorismo”. Sin embargo, no se trataba de un gesto unánime o incondicional. Algunos estados europeos, como por ejemplo Francia y Alemania, no parecían dispuestos a renunciar a su habitual “cultura de la paz”, supeditando el apoyo a la Administración Bush al acatamiento por parte de ésta de viejas, aunque no obsoletas, normas de ética en las relaciones internacionales. Pero la Casa Blanca se decantó por la llamada “cultura de la muerte”, es decir, por el uso de la fuerza. La brecha provocada por la desunión enturbió, hasta la pasada semana, las relaciones entre europeos y norteamericanos.
Durante la primera quincena del mes de noviembre, los políticos estadounidenses descubrieron con asombro los primeros indicios de cambio en la política exterior de los principales países europeos. Tras la victoria electoral de Nicolás Sarkozy, la orientación de la diplomacia ha experimentado un inesperado cambio de rumbo, que contempla un acercamiento entre París y Washington. Esta nueva estrategia queda reflejada en el discurso pronunciado la semana pasada por el presidente galo en la capital de los Estados Unidos. Sarkozy, el “pequeño-gran aliado” de George W. Bush, dirigió a los congresistas americanos mensajes cortos y contundentes al afirmar que deseaba “reconquistar para siempre el corazón de los americanos”, que tenía el firme propósito de ser “amigo, aliado y socio” de la primera potencia mundial. Sus palabras fueron acogidas con entusiasmo por la clase política. Los republicanos interpretan el gesto de Sarkozy como un giro de 180 grados en la política de uno de los países clave de Europa, mientras que los demócratas estiman que el presidente francés pretende allanar la vía para el restablecimiento de relaciones cordiales con la futura Administración norteamericana, una Administración de otro signo y otro talante político.
Tampoco hay que olvidar que la intervención de Sarkozy no se limitaba a meras alabanzas. El “pequeño gran amigo galo” no dudó en llamar la atención sobre los peligros de un enfrentamiento económico entre Europa y Norteamérica, recordando que la debilidad del dólar obstaculiza las políticas de recuperación económica ideadas por los miembros de la UE, ya que el encarecimiento de las exportaciones europeas podría generar, a medio plazo, un ambiente de crisis económica.
Hay quien piensa que Sarkozy dirigía su mensaje al conjunto de la clase política norteamericana. Tampoco faltan las voces críticas, que descartan la posibilidad de que Bush modifique a estas alturas su política exterior en aras de una cooperación armoniosa con el Viejo Continente. Más aún; hay quien recuerda que la diplomacia y los círculos de presión militares y económicos tratan por todos los medios de deshacer la ya de por sí difícil cohesión de “los 27”, ofreciendo a los países del Este europeo ayudas de toda índole, que éstos serían incapaces de rechazar. En este contexto, cabe suponer que la “operación sonrisa” de Nicolás Sarkozy podría quedar limitada a una estrecha y calurosa relación personal con el actual inquilino de la Casa Blanca.
Apenas 48 horas después de la visita del jefe del Estado francés a Washington, Bush recibió en su rancho tejano a la Canciller germana Angela Merkel. También en este caso se pretendía recomponer una relación bilateral imprescindible para la seguridad del mundo occidental. Para el semanario británico “The Economist”, esos vaivenes diplomáticos podrían resumirse en una frase: “Vuelve Europa; todo está perdonado”. Cabe preguntarse, sin embargo, si los europeos buscan o necesitan la clemencia de la Casa Blanca.
(*) Analista político internacional
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