De cómo (no) restaurar la democracia
Por Adrián Mac Liman*
Hace apenas un par de meses, cuando el ejército egipcio irrumpió en la vida política cairota, arrestando al líder islamista Mohammed Mursi, presidente electo del país africano, el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry, no dudó en poner los puntos sobre las íes: no, no se trataba de un golpe de estado; la cúpula militar egipcia se había limitado a… restaurar de democracia. La mayoría de sus compatriotas no compartía esa opinión. De hecho, el establishment político de Washington no tardó en calificar la intervención de los generales egipcios de golpe, condenando los métodos empleados para esa extraña “restauración de la democracia”. El que eso escribe cayó en la tentación de comparar la verborrea de Kerry con la proverbial discreción de uno de sus ilustres antecesores: el también Secretario de Estado Henry Kissinger. Hablar de “democracia” en el contexto mezzo oriental no era el fuerte del politólogo alemán recriado en los Estados Unidos. Cometer semejante dislate sin pensar en dimitir para salvar la cara, tampoco. Pero los tiempos cambian y el perfil de los jefes de la diplomacia estadounidense también…