Y ahora, ¿a quién más bombardeamos?
Por Adrián Mac Liman*
Durante los primeros meses de la llamada “primavera árabe”, tanto los políticos occidentales como los integrantes del núcleo duro de la Administración Obama, coincidieron en reclamar una contrapartida generosa y razonable por parte de Israel. En resumidas cuentas, lo que reclamaba Occidente parecía relativamente sencillo: esperaba que “establishment” de Tel Aviv tratara de amoldarse a las nuevas realidades de Oriente Medio, al nuevo panorama geopolítico emanante de los cambios registrados en Túnez y Egipto, de los movimientos de protesta de Yemen y Jordania, de Marruecos y Siria. Una invitación ésta a la que los políticos hebreos contestaron con su habitual cinismo: “Esperad a ver la resurrección del islamismo radical”. Sin embargo, para las Cancillerías occidentales, la argumentación israelí parecía poco convincente. Y aún más, después de la caída de Gadafi y la necesidad de buscar una respuesta válida y contundente a la sangrienta represión ejercida por el “hombre fuerte” de Damasco: Bashar el Assad.