Cuando el café no basta

Por Carlos A. Miguélez Monroy*

Dejar de llamar a las cosas por su nombre lleva a que se confundan conceptos como ‘dopaje’, uso de ‘estimulantes’ y consumo de drogas.


La revista Nature entrevistó a 1.400 científicos para determinar si la práctica del dopaje ha aterrizado en el mundo de los laboratorios. Uno de cada cinco reconoció que se ‘dopa’ para mejorar sus habilidades cognitivas. La droga más utilizada es la Ritalina, recetada primero a niños que padecen un trastorno de déficit de atención.


En un pequeño campus universitario de Estados Unidos, a un joven con problemas de concentración y dificultades académicas, un psiquiatra le diagnosticó un leve déficit de atención y le dio la receta para que comprara Ritalina. Su rendimiento académico se disparó de tal manera que algunos de sus amigos le empezaron a pedir una pastilla de vez en cuando para aumentar su rendimiento, aunque argumentaban que también ellos podrían tener problemas de atención. Al cabo de unos meses, distintos proveedores con receta legal regalaban o vendían la pastilla azul en ese campus como el remedio mágico para soportar noches enteras de estudio y trabajo.

Esa práctica se ha extendido no sólo entre los universitarios de todo el país, sino también entre la comunidad científica. Puesto que esas sustancias se consiguen sólo con receta, el papel de médicos y psiquiatras complementa al de las farmacéuticas que las fabrican.

La Ritalina acelera el ritmo cardíaco, deshidrata y puede producir fuertes dolores de cabeza que requieren analgésicos. Además, son comunes la irritabilidad, los cambios repentinos de humor, los bajones y otros trastornos emocionales y psicológicos.

Pero a pesar de los efectos secundarios negativos, este fenómeno reciente podría contribuir a que se abriera al debate temas relacionados con el consumo de sustancias, un tabú social aún.

Una de las cosas que sorprenden a una persona que viaja por primera vez a Estados Unidos es que las medicinas para los resfriados se compran en un Drug Store o “tienda de drogas”, en su traducción literal al español. A los niños que preguntan el porqué de tal contradicción se les suele responder que hay drogas ‘buenas’ y drogas ‘malas’.

Las discrepancias comienzan con la definición de conceptos y al determinar cuáles son buenas y cuáles son malas. Si ‘dopar’ significa “administrar fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento del organismo con fines competitivos”, ¿en dónde entra el consumo de un estudiante que busca sacar buena nota o el de un científico que intenta sobresalir para sacar un premio?

Como la medicina y la ciencia han estado al servicio de cirugías y hasta químicos para mejorar el físico, algunos científicos legitiman el consumo de sustancias para aumentar el rendimiento intelectual. Otros argumentan que se trata de una cuestión de nuestra cultura del esfuerzo, pues se aplauden el yoga y los ejercicios para mejorar el rendimiento, pero se condena el uso de sustancias.

El lenguaje lo dice todo. Se dice ‘dopar’ y no ‘drogar’ cuando la sustancia se vende de manera legal en las farmacias. De farmacia para dentro, medicina. Lo demás son drogas. Cuatro de cada cinco de los encuestados por la revista norteamericana consideran que un adulto sano debería poder decidir si puede o no puede consumir sustancias estimulantes, o para combatir el jetlag, para relajar o los que se suministran a pacientes con Alzheimer para reforzar la memoria. Si en lugar de los nombres de sustancias legales aparecieran los nombres de drogas ilegales, el número de científicos a favor descendería.

Estos debates conducen a dos cuestiones: la legitimidad de utilizar sustancias para mejorar el rendimiento y, por otro lado, el papel que juega la industria farmacéutica a la hora de extender al grueso de la sociedad una práctica reservada en un principio a personas con ciertos trastornos.

En una sociedad donde vale más lo que cuesta más, las sustancias que mejoran la productividad de las personas tienen luz verde. Lo demás son vicios. No se trata de hacer apología del consumo sin restricciones de las drogas ilegales, sino más bien de abrir a debate cuestiones relevantes para la salud y el bienestar de las personas. De ahí la importancia de llamar a las cosas por su nombre.


* Periodista, Centro de Colaboraciones Solidarias