Héctor Vargas Haya
No existe en el Perú de hoy “clase política”, sino una política sin clase.
La clase política es el resultado de la ejecutoria en el ejercicio dentro de la función pública, legítimamente desempeñada y no de la improvisación circunstancial.
Uno de los escenarios, quizá el más visible, es el Congreso, adonde arriban los ciudadanos que recibieron la confianza ciudadana, inexcusablemente por medio de la institucionalización política, cuyos vehículos indispensables son los partidos políticos, entendido en su real significado. Sin ellos será poco menos que imposible lograr una clase política, pero cuando se habla de partido político, no se trata de un grupo de personas que se juntan accidentalmente para emprender una aventura, en vísperas de un proceso electoral.
No es garantía institucional la conquista de firmas para llenar padrones, generalmente de ciudadanos que firman planillones, o por amistad o por deporte o por el soborno, método que es el más común.
Un Partido Político, es el resultado de la firme convicción cívica de ciudadanos imbuidos de inquietud social y reivindicaciones de elevada categoría y que coinciden ideológicamente.
La clase política es la consecuencia del ejercicio continuando en el ámbito de los poderes públicos e indefectiblemente sobre la base de la institucionalidad partidaria legítima. En otros términos, la clase política es el resultado de permanencia y continuidad en las funciones públicas de las que se derivan especialidad y experiencia, indispensable para el ejercicio parlamentario.
Debe tenerse en cuenta, que para adquirir jerarquía o clase, se requiere, indefectiblemente la continuidad de quiénes, por sus méritos, reciben la ratificación del electorado, en consecuencia, carece de sentido el irracional rechazo a la parlamentaria, bajo la creencia errada de que retornarían todos: hasta probos e ímprobos, sin excepción, lo que no es verdad.
Debe saberse que históricamente jamás fueron reelegidos más del quince o veinte por ciento de sus integrantes, lo que demuestra que es el electorado el que decide quiénes se quedan y quiénes se van.
Pero, la selección sería mucho más efectiva si se adoptara la renovación parcial por tercios o mitades, cada dos años, tal como se estila en las democracias. Contrariamente será imposible contar con la reclamada clase política.
No es pues, una buena receta la hepática propuesta de prohibir la reelección, porque se elimina a los legisladores idóneos a tiempo de dar paso a bisoños y hasta a personas de dudosa conducta.
En las democracias hay legisladores que debido a su eficiencia y conducta, hasta se jubilan como legisladores, recuérdese que en Estados Unidos, donde funciona la reelección con renovación parcial, el senador MacCarthy se jubiló después de haber ejercido la senaduría durante cincuenta años.
La prohibición al sistema de la reelección es una receta que no cura el mal, contrariamente la agrava dando paso a novicios, hasta con antecedentes negativos. Hay que repetir que sin reelección, jamás se podrá lograr “clase política”, porque al eliminar el proceso de reelección, tanto los ineficientes como los calificados corren la misma suerte de no retornar y se convierte al Parlamento en receptáculo de novicios.
La continuidad es la garantía de la especialización, requisitos incuestionables de la tan reclamada clase política.
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13.04.2023
Señal de Alerta