La Red y la información


Por Pere Vilanova*


Estimado lector, aquí tiene varias noticias. Si son ciertas, falsas, exageradas o distorsionadas, da relativamente lo mismo: son ciertas porque están en Internet.


La primera es la de que en Irán un clérigo afirma que la culpa de que haya tantos terremotos (y por extensión tantos desastres naturales) es de las mujeres, pero no todas, sino las que se comportan de modo promiscuo.

“Muchas mujeres que no se comportan con modestia… llevan a los hombres a corromper su castidad y extienden el adulterio en la sociedad”. Es verdad que, desde hace varias décadas, los expertos en seísmos advierten de que Teherán está encima de una falla tectónica y hay riesgo de un terremoto severo. Esperemos que nunca suceda, pero avisados están.

La segunda es más interesante todavía: un modesto periódico jordano, Al Ghad, publicaba en primera página que habían aterrizado varios platillos volantes en el desierto de la parte oriental del país, cerca del pueblo de Jafr. En cuanto la noticia se propagó a la red, cayeron las comunicaciones, los teléfonos se colapsaron, hubo un pánico general, cerraron las escuelas y se consideró evacuar la localidad, de unos 15.000 habitantes. El día era el equivalente de los Santos Inocentes, pero nunca se ha celebrado en Jordania.

Tercera noticia: amigo lector, puede usted visitar la tumba de Jesucristo (sí, sí, Jesús de Nazaret)… ¡en Cachemira! Pues, en efecto, “se dice” que Jesús sobrevivió milagrosamente a su muerte, consiguió huir hasta Cachemira y allí, en el centro histórico de Srinagar, se recluyó hasta su muerte, a muy avanzada edad. El nombre del lugar: el Templo Rozabal, dentro hay una pequeña tumba cubierta por una manta verde. La afluencia de visitantes es tal desde que eso apareció en la red, que la autoridad municipal estudia cerrar el pobre templo. El grueso de los visitantes está formado por una curiosa mezcla de nuevos fundamentalistas (cristianos), algunos musulmanes muy heterodoxos (Jesús –Issa– es considerado como uno de los mayores profetas después de Mahoma), y seguidores de lo que se conoce como Da Vinci groupies.

Si sale en Internet, ha entrado en la Historia. Que los hechos sean ciertos o falsos, es secundario. Todo esto no tendría mucha importancia si no fuera porque está modificando profundamente los hábitos informativos del ciudadano, y ello, de varias maneras.

Por ejemplo, comparen ustedes la naturaleza y funciones que cumplían (de hecho, cumplen todavía pero de modo marginal) las “cartas al director” de cualquier diario tradicional, con esas enojosas ventanillas que aparecen al final de una noticia del mismo periódico en digital, en las que entra todo tipo de personajes, básicamente para dos cosas: denigrar o insultar al autor o al tema objeto de la noticia, e insultarse entre sí en cuanto hay más de dos en liza. Las cartas al director eran breves, formalmente muy corteses, y había que poner nombre, apellidos y DNI. Ahora nada de nada: cualquiera dice cualquier cosa, de modo que, a la larga, el lector acaba procesando noticia e improperios de modo confuso. Al final, análisis (o argumentos) e improperio acaban “fusionándose”.

Otro ejemplo es que todo ello puede afectar muy directamente a los que toman decisiones de alcance público (en política, en economía, en cualquier tema similar), pues la preocupación por reflexionar y analizar, decidir sobre la cuestión y dar respuesta en tiempo real a tal avalancha de ruido informativo hace que se tenga menos tiempo para pensar y para ponderar.

El problema actual no es el “pensamiento único”, sino la “sobrecarga de flujos de comunicación”, el exceso de un caudal que mezcla noticias, facebooks, youtubes, power points y otros gadgets, y el ciudadano tiene cada vez menos tiempo y paciencia para discriminar información de opinión, análisis de desahogos ideológicos, seleccionar opiniones sólidas sobre cosas que le preocupan o que le interesan (no es lo mismo). Con lo que al final puede tender a abdicar, y delegar la esfera de lo público en una clase a la que, por otra parte, concede una ínfima valoración, los “políticos”, que ni son todos iguales, ni al final son tan distintos de los ciudadanos que les han votado. En tiempos de aceleración de todo, resulta que lo más difícil es comprar tiempo.

* Catedrático de Políticas de la Universidad de Barcelona
Centro de Colaboraciones Solidarias