Por Rafael Romero
Por rating, los anunciantes no auspician los programas culturales y educativos. Por rating, se han empobrecido los contenidos de los noticieros, miniseries y programas de concurso, peor aún los espacios cómicos, que son verdaderos bodrios plagados de vulgaridad y ausencia de talento. Por rating, ya no existen programas periodísticos de debate, salvo el emblemático “Habla el Pueblo” que —amparado en la credibilidad— persiste en el análisis político y periodístico serio, documentado y realmente independiente.
Por rating, ya no existen programas infantiles, como otrora el Perú los tenía y de los buenos: Tío Johnny, Yola Polastri y Mirtha Patiño, entre otros. Por rating, ya no hay presentadores y conductores con una vida acorde con su papel de comunicadores y hasta de líderes de opinión. Hoy, éstos han sido arrastrados a la farandulitis, o también a aceptar maquiavélicos “cherrys”, supuestamente de “imagen”, con miras a retroalimentar ese mismo rating, dejando en el camino cuotas de intimidad y escándalo. Para todos estos conductores la mentira se ha vuelto una norma más que una casualidad. Son mentirosos compulsivos que se mueven al son de los intereses de Ibope Time y de los anunciantes que le son adictos.
Por rating, las corporaciones empresariales olvidan su misión y visión institucional, su responsabilidad social y sus códigos de ética. Al mismo tiempo, por ese rating, los canales de televisión y las agencias de publicidad se banalizan en grado supremo, al punto de ser incapaces de discernir entre lo bueno y lo malo, entre lo correcto y lo incorrecto. Pesan más los millones de dólares que están en juego antes que el progreso de la comunidad, en especial de los niños y jóvenes. No importa si los antivalores gatillan una generación de oportunistas, vividores y criollitos, ya que de lo que se trata es de vivir por vivir, agitando las bajas pasiones y estimulando los sentidos al máximo, tal como la superficial publicidad sabe hacerlo.
En una palabra, por rating prima el instinto antes que la razón. Retrocede el ser humano y retrocede la cultura. Por rating, los productores de televisión, los guionistas, presentadores y comunicadores son obligados a hacer y decir aquello que mantenga el statu quo, vale decir, a mantenerlo sin salida, sin escapatoria, embruteciendo —y embruteciéndose— más y a muchos. Entonces de lo que se trata es de consumir de todo y sin cuestionarnos nada; mejor si es de forma adictiva. Por ventura, frente a todo esto, ¿no es acaso el rating de Ibope una traba para el progreso de una nación? Expreso, 20.10.2012.
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