“…soy amante de la paz, pero de una paz justa. Por eso debemos tener cuidado con Chile, se están armando y en cualquier momento sacan las uñas y dan su zarpazo.”
Don Ramón A. Lazarte Naveda, ex combatiente de la Guerra con Ecuador de 1941, se enroló en forma voluntaria para defender nuestra Patria ante la invasión ecuatoriana en la Sanidad de la Policía Nacional del Perú (SPNP). Con Nuestro Perú tuvo la feliz oportunidad de entrevistarlo y revivir algo de aquellas victoriosas campañas.
—Usted nació en Ancash, ¿cómo llegó a Lima?
—Soy de Nepeña, Ancash, donde viví hasta los siete años y vine a Lima tras quedar huérfano. Estuve viviendo con mi tía y estudié primaria en el Colegio República de Bolivia, donde estudió Fujimori.
—¿Qué extrañaba de Nepeña?
—Extrañaba la familia, los padres, su afecto, pero mi tía era modista y se esmeró mucho en mi educación, pero también ella murió cuando yo tenía 15 años. Entonces tuve que enfrentar la vida completamente solo, sin tener ningún familiar a quién recurrir. Trabajé de noche y estudié de día, porque no quise merecer favores.
—¿La formación entonces era patriótica?
—Sí, nos enseñaban a amar y defender nuestra Patria. En la escuela había la formación premilitar. Nos enseñaban los reglamentos, nos hemos formado en un grupo que nos inculcó el amor verdadero a la patria.
—¿Y ahora, qué le parece la formación?
—Los muchachos en esa época se formaban con mejores principios, pero conforme pasan los años esto ha desaparecido, da vergüenza ver cómo la juventud, los muchachos que salen en el mes de julio, ni siquiera saben marcar el paso y no tienen principios patrióticos.
—¿Sabía que en la Escuela Naval han colocado un busto al hampón que murió intentando asesinar a Grau, Arturo Prat?
—Algo sabía. En mi tiempo eso sería imposible, es una acción muy indigna. El país vecino cometió muchos crímenes, saquearon Lima, la biblioteca. Es inconcebible. ¿Qué momento estamos viviendo? Países como Chile se están armando hasta los dientes, de manera de hacer peligrar la seguridad del Perú.
Los profesores de historia nos enseñaron a recordar todos esos casos que significan una página terrible de la Historia del Perú, los chilenos se pasearon por todo el territorio nacional, saqueando, violando mujeres, incendiando, saquearon la biblioteca. Es una vergüenza que ahora se haya llegado a permitir esa vergüenza de homenaje.
—Pero la historia que a usted le enseñaron la están falsificando. En el libro Editorial Norma, preparado por Agustín Haya de la Torre y otros peruanos, el criminal Patricio Lynch aparece como el mejor gobernador del Perú.
—¡Es una ignominia! Son unos traidores, quienes conocen la Historia del Perú y lo permiten. Los que tenemos algunos años no podemos aceptar este ultraje horroroso a nuestra memoria.
Hay un historiador que habla de un Presidente de la Republica que decía que mientras Chile se compra un barco tenemos que comprar dos o tres, porque Chile no ha cambiado. Pero hasta este momento no lo hemos conseguido, a pesar que el Perú está pasando por un estado de bonanza. Sin embargo, el ministro de Defensa no veo haga mucho por armarse, simplemente están reparando los armamentos obsoletos. Es una cosa que para los que hemos vivido y luchado y ofrendado un poquito de vida con cariño amor y libertad nos llena de indignación. Deben mejorar el armamento y por lo menos equipararse al armamento chileno.
—¿Cómo vivieron el ambiente antes del conflicto?
—El Ecuador nos tomaron como un país pacifista, como todos los países vecinos, Chile, Bolivia, Colombia. En Ecuador nos tomaron como un país en el que no teníamos honor ni dignidad para poder defendernos, tan es así que en esa época los efectivos de la guerra del Ecuador se componían de 3 mil hombres en las armas y el Perú tenía 9 mil, teníamos superioridad numérica y los oficiales llegaban a más de 400, pero ellos decían que los peruanos somos pacifistas sin coraje, y que con cuatro personas podían ganar. Se basaban en la pérdida del trapecio de Leticia, que costó dinero, pero no se pudo ganar. Nos ganaron en la mesa de negociaciones.
—¿Cómo entró usted en la guerra?
—Al conocer las noticias decidí enrolarme, tenía 19 años y muchas ganas de defender a mi país. Ingresé a la Sanidad de las Fuerzas Policiales con motivo del conflicto del 41, hasta ahora.
—¿Por qué cree que a pesar que Chile se ha metido a suelo de Tacna y usurpa mar, le quieren dar gas y otras gollerías?
—Chile se puso las botas desde hace mucho buen tiempo. Lamentablemente, es responsabilidad del ministerio de Relaciones Exteriores. Las FFAA y la policía están listas para poder defender nuestra soberanía, pero dependen de decisiones superiores. Los chilenos han comprado mucho armamento de tierra y aire, mientras en el Perú estamos a mucha distancia.
Pero creo que estas decisiones son malas, debemos equipararnos con armamento siquiera el necesario para poder hacer respetar nuestra soberanía. Estamos viviendo un estado económico óptimo y debemos invertir en seguridad. Chile se roba el pisco, se llevan las uvas a Chile, cometen muchos actos condenables.
—Cuando estalló el conflicto, ¿qué decía la gente en Lima?
—Todos estábamos enardecidos, porque recién se supo sobre la invasión cuando la república de Ecuador figuraba con mapas que abarcaban territorio peruano, de Tumbes, Jaén y Maynas, era una gran extensión de territorio. Nunca se hizo algo para poder rectificar esa situación. Lamentablemente el Perú atravesaba una situación económica mala, y teniendo a los vecinos que tenemos, nos quitaron territorio.
Hubo llamamiento y me asimilé, la juventud de esa época estaba muy ansiosa de pelear con fervor patriótico.
Prado Ugarteche, hijo del presidente Prado, quiso limpiar la mala memoria de su padre (que durante la Guerra del Pacífico viajó a Europa con el dinero recaudado para comprar armamento y nunca lo compró). Incentivaba a que vayan, pero existía el servicio militar obligatorio. Los muchachos universitarios también iban una vez por semana, los trabajadores y obreros eran los movilizables, todos estaban preparados. Ahora me da mucha pena que haya desaparecido la formación premilitar en los colegios, ni siquiera llevan el paso.
Ecuador no tenía flota naval ni aviación, tuvieron que hacer un gran esfuerzo para hacer alguna pelea, pero se creían fuertes y valientes. Había una gran desproporción en el número de soldados, pero ellos creían que podían robar el territorio
—¿Qué momento de tensión recuerda en el frente?
Cuartel en Puerto Morero, al fondo, zona ecuatoriana.
—Había tensión en todo momento, pero recuerdo que estaba destacado a defender la zona del Chinchipe, junto al río Chinchipe, y hemos vivido un año expuestos a múltiples enfermedades, la flora, fauna, insectos, pero teníamos convicción. Ni siquiera dormíamos de noche muy bien, porque los cuarteles parecían hechos por enemigos, porque estábamos expuestos, a la vista, mientras que los ecuatorianos estaban ocultos. A veces teníamos que dormir en las trincheras con la lluvia, con frío.
Un momento peligroso fue el ataque a Puerto Morero a orillas del río Chinchipe, las municiones se agotaban, sólo teníamos para una hora de lucha. Yo con mis medicinas me preguntaba qué hago acá, pero frente a esos bravos muchachos que habían servido en el ejército yo era recluta y novato.
Llegó un momento en que un soldado Quispe recuerdo que dijo “¡A morir matando carajo, monos de mierda” Nos arengaba y daba ánimo. Los ecuatorianos querían atravesar el río, pero no podían, no estaban equipados como nosotros. Ese río es muy bonito, pero muy caudaloso, no teníamos cómo comunicarnos y el puesto donde estaba el teniente coronel estaba a 6 horas de camino de trochas.
—¿En algún momento tuvo contacto con ecuatorianos?
—Sí, cuando capturamos a ecuatorianos, ellos lo aceptaban, eran prisioneros, estaban muy disgustados, no querían hablar, se creían superiores a pesar de la desproporción numérica y la desventaja en que estaban.
El abrazo de la paz
Nos encontrábamos con un grupo de doce hombres al mando de un teniente que se llamaba Ubaldo Loayza Soldevilla, a quien le decíamos Toparpa, porque era muy estricto. Navegábamos en la rivera del río y vimos un grupo de soldados ecuatorianos con su fusil y las manos abiertas decían: “¡Hermanos peruanos, queremos confraternizar!” Me sorprendí. El teniente dijo: “¡A sus puestos, tomen sus emplazamientos!” Nos tiramos junto a la rivera del río, el cabo, mi jefe y yo. Debido al rumor de las aguas no nos entendíamos y pasamos, había mucho ruido, nos quedamos el cabo Lizetti y yo. Como no nos entendíamos por el ruido de las aguas, pedimos permiso para atravesar el río nadando. Nos autorizó, pero pidió que tengamos mucho cuidado. Salimos con mucha dificultad, entonces nos encontramos con oficiales ecuatorianos que nos abrazaron y nos dijeron que estábamos en paz, cosa que nunca pensé.
Nos dijeron que se había firmado el protocolo de paz, porque ellos tenían la noticia, que había sido el día anterior al 29 de enero, era el Tratado de Paz y Límites con Ecuador en Río de Janeiro, pero primero tenían la noticia los ecuatorianos, que tenían radio y tenían puestos en la misma frontera, nosotros no teníamos esos equipos.
Entonces nos abrazamos y ellos saltaban de contentos. Con Lizetti nos mirábamos, pensando que tal vez la suerte había sido adversa, que el tratado podía ser contra nuestra frontera, yo me pellizcaba para estar seguro que no soñaba.
Entonces llegamos a nuestro lado peruano y dimos la noticia. Al enterarse, nuestros soldados también celebraron, ya todos pensaban en el regreso.
—¿Qué otro hecho nos puede contar?
—En 1956 ascendí a alférez de la SPNP. Estuve en el Palacio de Gobierno y sufrió un accidente el presidente, en el fémur, lo operaron, pero el clavo que le pusieron le producía mucho dolor y lo sedábamos constantemente. Entonces el general Odría emitió una resolución para que yo forme parte de la comitiva que llevaba al presidente a Washington.
Viajé, era una orden, acompañé al general dormido casi todo el trayecto, lo tenía que inyectar para calmarle el dolor. Llegamos al Walter Reed Army Medical Center, creo que estuve de cuatro a cinco días. Cuando salía de uno de los cines del hospital, me doy con la sorpresa de que alguien me miraba, a mí también me parecía que lo conocía, me dijo “¡Lazarte, qué chico es el mundo!”, era el oficial ecuatoriano que conocí a orillas del río.
Fuimos al restaurante de la 16ta avenida, le pregunté sobre lo sucedido en la frontera. Me dijo que estaban listos para atacar el cuartel peruano, lo único que esperaban era el momento y órdenes superiores. El Tratado de Paz y Límites no pudo haber llegado tan a tiempo. A pesar de haber pasado todas las vicisitudes, soy amante de la paz, pero de una paz justa. Por eso debemos tener cuidado con Chile, se están armando y en cualquier momento sacan las uñas y dan su zarpazo.
—¿Qué mensaje nos da del conflicto del 1941?
—Espero que la campaña del 41 sirva de ejemplo a la juventud, que pasa por un momento muy malo, los mayores tenemos que ayudarlos, porque tienen muchas puertas cerradas, no tienen trabajo y se van al exterior o toman malos caminos. La juventud está desatendida y sin oportunidades. Los últimos gobiernos no han desarrollado el país, esperemos que todo cambie, como queremos los que hemos luchado por este Perú que tanto amamos.
El Perú pudo avanzar hasta Quito, y de allí reclamar los territorios que antes eran peruanos, pero después hubo una contraorden y no entramos. Nosotros hemos respetado a Ecuador, para que después nos den mal pago con el Cenepa y Tiwinza.
Nosotros en el Perú, desde el Tahuantinsuyo y el virreinato, hemos perdido más de 800 mil kilómetros cuadrados de territorio, que equivale a Alemania y España juntos, que podría servir para albergar a más de 100 millones de habitantes, hemos pedido mucho, incluso con el mismo Ecuador en Tiwinza, después de haberles ganado, cuando ellos deberían habernos devuelto 150 mil kilómetros en la Cordillera del Cóndor, una zona rica, donde ahora está toda la economía de Ecuador, con petróleo, oro, uranio.
Pero al menos rescatamos Tumbes, Jaén y Maynas, que estaban usurpando los ecuatorianos. En esa época, muchos del las FF. AA., incluso del partido aprista, estaban por esta devolución, pero ahora han cambiado. No debemos perder territorio. Fujimori regaló a Mahuad no uno, sino dos kilómetros cuadrados de territorio y le permite ingresar al Marañón y poder surcar el río poniendo en peligro al país. Los que hemos luchado y ofrendado nuestra vida creemos que es indignante ese regalo.
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