Construir la felicidad
Por José Carlos García Fajardo (^)
Una cosa es estar vivos y otra es vivir la vida, recuerda Alex Rovira en una sugerente reflexión. Cierto que él la aborda desde la necesidad de hacernos una hoja de ruta personal escrita con descripción de los motivos del cambio, con un listado de objetivos concretos, con los recursos para conseguir esos deseos y nada menos que con la fijación del tiempo de realización. Y que lo firme para rubricar el compromiso.
Todo este proceso me recuerda a los manuales norteamericanos de autoayuda, usted sí que vale, usted puede conseguirlo, la voluntad lo alcanza todo. Con las consiguientes frustraciones propias de las dietas exprés de adelgazamiento o los cursos para aprender inglés en siete días. A mí no me parece serio. Quizás porque, en mis 70 años, vividos con la intensidad que he sabido y he podido, me alarman estos voluntarismos que tanto daño han hecho cuando generaciones de padres pretendieron que sus hijos alcanzaran metas profesionales, académicas y laborales que ellos jamás pudieron, claro, “¡porque eran otras épocas y no teníamos todo lo que vosotros tenéis!”
Mi experiencia como Profesor de universidad en la que he estudiado y enseñado, reflexionado y compartido los saberes durante 50 años, me ha mostrado las consecuencias de esa locura de valorar el tener más que el ser, el conseguir grados antes que la sabiduría, el transformar la memoria en un almacén en lugar de ayudar a construir una cabeza bien estructurada. “No se trata tanto de una cabeza bien llena como de una cabeza bien organizada”, decía Montaigne.
Ese lanzarse a por los objetivos, por todos los medios, aún poniendo en juego la felicidad personal no produce ciudadanos maduros e integrados. Sostener en la práctica que “vale más lo que más cuesta” es otra aberración que ha producido ingentes víctimas. ¿Qué es eso de que vale más? A mí no me cuesta querer a mis nietos, a mis hijos, a mi esposa, a mis padres y hermanos, a mis amigos y a mis discípulos. Ay de mí si no amase. No me cuesta y me llena de satisfacción y vale inmensamente más que todos los títulos, grados, honores y distinciones que he recibido en mi vida profesional y académica. A mí me encanta y disfruto y me siento vivo al dar clase, al dirigir seminarios, al escribir artículos y libros y pronunciar conferencias. ¿Eso no vale porque “ellos” dicen que no me cuesta?
No es cierto que es más feliz el que más tiene sino el que mejor se siente consigo mismo y con su entorno. Ser, estar, saberse, quererse, aceptarse, asumir los fallos, acoger a los demás y dejarse abrazar y querer por los demás. Ser capaz de reírse de nuestras propias limitaciones, de caer y saber levantarse con una sonrisa, de no tomarse tan en serio a estos “culos redondos partidos por la mitad”.
Nuestros hijos y nietos, desde los dos años, responden cuando se caen: “El suelo me ayudará a levantarme”. Ellos no pronuncian bien Chuang Tzú, autor del aforismo, pero a nadie se le ocurre decir “¡mesa mala, alfombra mala, juguete malo! Mucho menos, ¡tata mala!”
“No es cuánto más, mejor; sino cuánto mejor, más”, llevo repitiendo durante décadas. La voluntad tiene su sitio en la formación de la persona, y es cierto que pueden los que creen que pueden y que una persona cabal alcanza aquello que anhela profundamente. Pero porque es cabal y no un iluso ni un fantasioso. Las grandes conquistas se hicieron realidad porque alguien las soñó primero. Por supuesto que la imaginación es tan fundamental como el razonamiento, la ilusión y el esfuerzo necesario. Para llegar a aquella meta feliz de los que “lo hicieron porque no sabían que era imposible”. Imposible para los pusilánimes y no para quienes se deciden a avanzar porque no hay que esperar por las órdenes de nadie. Recuerdo a Einstein “los que dicen que es imposible no deberían molestar ni interrumpir a los que lo están haciendo”. En nuestra ONG tenemos un cartel invisible en la puerta: “El que no tenga nada que hacer, que no lo venga a hacer aquí”. Los jesuitas siempre encargan las cosas más urgentes a la persona mas ocupada. Esa en encontrará el tiempo para hacerlo.
“Yo sé quién soy”, decía Don Quijote. Y esa es la clave de toda educación auténtica y verdadera: ser capaces de abordar las contingencias, adaptarse a la realidad para transformarla y dejar nuestra huella. Educere…. Sacar lo mejor de cada uno. Para alcanzar la maduración, para ser uno mismo, para ser felices pues ese es el más profundo sentido del vivir personal y social. Pues no se trata de alcanzar victoria alguna, que exige vencidos, sino el éxito de desplegarnos, de crecer, de madurar y de ser nosotros mismo. Yo tengo derecho a estar aquí.
(*) Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)
Director del CCS
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