La educación como problema
Por Adela Cortina (*)
El problema número uno de cualquier país es la educación. Y en España el asunto anda revuelto desde instancias diversas que afectan a todos los niveles educativos, incluida la Universidad. Es tiempo de pensar la educación y hacerlo a fondo.
La Ley Orgánica de Educación en España deja la puerta abierta para que las comunidades autónomas recorten horas de materias como la Filosofía, apertura que aprovechan algunas comunidades como Valencia para reducir su horario; el proceso de convergencia universitaria de Bolonia va a traer a Europa una Universidad adocenada, en la que la calidad acaba midiéndose por la cantidad.
El número de alumnos se ha convertido en decisivo para determinar la calidad de una materia o un postgrado, y no hay lugar para la especialización. Una cosa es saber mucho de poco, saber cada vez más de menos y acabar sabiéndolo todo de nada; otra cosa muy distinta, saber sólo generalidades, porque eso, dicen, es lo que prepara para adaptarse a cualquier necesidad del mercado. Éste es el mensaje de Bolonia, asumido con fervor por ‘retrógradas’ y ‘progres’. Después nos quejaremos del neoliberalismo salvaje.
Los nuevos aires insisten en preparar a los alumnos para desarrollar competencias tanto en los estudios técnicos como en las ciencias y las humanidades. El viejo debate sobre si educar consiste en formar o en informar ha pasado de moda, porque ya sabe cualquier maestro o profesor que lo suyo es preparar chicos y chicas competentes. ¿Competentes, para qué? Para desempeñar ocupaciones asignadas por el mercado laboral, claro está.
Por eso, si hay que diseñar un plan de estudios de cualquier nivel educativo o un postgrado, el apartado más largo y complicado no será el que se refiere a los contenidos de las materias, sino el que se relaciona con las ‘competencias’.
‘Competencia’ es un conjunto de conocimientos, habilidades y actitudes necesarios para desempeñar una ocupación y producir un resultado definido. Consulté a un compañero de Pedagogía y, con una buena dosis de ironía, me puso un ejemplo: alguien es competente para hacer una cama cuando sabe lo que es un somier, un colchón, lo que son las sábanas, se da cuenta de cómo es mejor colocarlas y además le parece algo suficientemente importante como para intentar dejarlas bien, sin arrugas y sin que el embozo quede desigual.
Preparar gentes para que ocupen puestos de trabajo parece urgente. Sin embargo, sigue pendiente aquella pregunta de Ortega sobre si la preocupación por lo urgente no nos está haciendo perder la pasión por lo importante. Si en la escuela se tiene que enseñar a hacer tareas como manejar el ordenador o conocer las señales de tráfico, o si hay que incluir en el currículum materias de Humanidades, que preparan para tener sentido de la historia, dominio de la lengua, capacidad de criticar, reflexionar y argumentar. Que no son competencias para desempeñar una ocupación, sino capacidades del carácter para dirigir la propia vida.
Por otra parte, se insiste en que el conjunto de la educación se dirige a formar buenos ciudadanos, y eso no es ninguna ocupación, sino una dimensión de la persona, aquella que le permite conducirse con justicia en una comunidad. No tanto vivir en tranquilidad, que puede ser la de las trancas, los cementerios o la de los amordazados, sino convivir desde la justicia como valor irrenunciable. Y para eso hace falta aprender a enfrentar la vida común desde el conocimiento de la historia compartida, la degustación de la lengua, el ejercicio de la crítica, la reflexión, el arte de apropiarse de sí mismo para llevar adelante la vida, la capacidad de apreciar los mejores valores. Cosas que no pertenecen al dominio de las competencias, sino a la formación del carácter.
No es una buena noticia que se quiera reducir la Filosofía en el Bachillerato, ni lo es que se pretenda eludir la ética cívica o esa Educación para la Ciudadanía que debería ayudar a educar en la justicia, no sólo a memorizar listas de derechos, constituciones y estatutos de autonomía.
Acabamos limitando la escuela y la Universidad a preparar para lo urgente, no para lo importante, para desempeñar tareas y no para asumir con agallas la vida personal y compartida.
(*) Catedrática de Ética y filosofía política de la Universidad de Valencia
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