El valor de aprender
Por María José Atiénzar (*)
“Aprender a ser uno mismo es más importante que saberse todos los libros del mundo. Esa es la verdadera cultura, el cuidado de uno mismo. Aprender es tener curiosidad, preguntarse si las cosas y nosotros mismos podríamos ser mejores. Atreverse a saber es seguir vivo y joven”.
Así comenzaba Ángel Gabilondo, Rector de la Universidad Autónoma de Madrid, su conferencia en el Aula de Cultura de la cárcel de Valdemoro, en Madrid. Más de un centenar de presos y un grupo de voluntarios de Solidarios compartieron algunas reflexiones sencillas y profundas con este humanista.
Vivimos en un mundo enfermo, como decía Montaigne, entre otras cosas por la falta de amistad y por la falta de comunicación. Para la salud hace falta ese algo más, porque hay quien no tiene enfermedad pero no tiene salud.
Van quedando pocos espacios para la palabra. Es urgente recuperarlos, pues la verdad, como se expresa en “El Banquete” de Platón, es algo que no poseemos ninguno, sale del diálogo. Para ello hay que dejar hablar.
“No es tanto que hables de algo sino que algo te hace hablar, no es hablar del amor sino hablar como un enamorado, hablar de aquello que vives y sientes. La palabra sirve para expresar lo justo. Decir lo que piensas, hacer lo que dices, que tu palabra esté a la altura de sus hechos. Tener palabra… si conoces a alguien así, no lo abandones nunca”, afirmaba el rector.
“Deberíamos leer, no mucho, sino mejor. La escritura es buena para la memoria, pero hay una escritura que se hace en el agua y otra que se hace en el alma. Es ésta la que entra en ti, como semilla que crece, fructifica y germina. Leamos de esa forma”.
Se trata de aprender a elegir, porque gobernarse a uno mismo es aprender a preferir. A veces es pasear, pensar, hacer deporte; otras, mirar, escuchar, conversar, tener actitudes de amistad. Ser culto es también buscar la sencillez de una vida cuidando de uno mismo. Cuando estamos atentos, las cosas nos despiertan emoción, afectos, ilusión, deseo.
“E-moción significa moverse, pero pensar no es dar vueltas a la cabeza, es tener en cuenta al otro”. El que no siente, no está vivo. Debemos ser capaces de emocionarnos, con-movernos. Y aprender a vivir con la propia soledad. Somos singulares e irrepetibles y el precio de la singularidad es un cierto tipo de soledad. El amor no es algo que va de un ser a otro sin más. Tiene sentido si de los dos parte en dirección de algo otro. Amar es ir tras algo junto a alguien. La soledad se así hace más llevadera. Necesitamos que nos quieran como somos. Sin olvidar que este momento concreto, la intensidad de cada instante es lo que da sentido a nuestra vida. Se facilita con la amistad, porque la salud y la alegría también se contagian. Contagio es con-tacto, proximidad. Tener alguien con quien hablar.
Es muy sana cierta distancia de sí mismo, el cultivo del silencio, imaginar, soñar. Se trata de que el pensamiento sea una forma de vivir. Hay que hacerlo, es un gesto. Porque nadie aprende a nadar sin mojarse, ni se engorda por ver libros de cocina, hay que hacer el movimiento.
La cultura no es una actividad mental. Es el cuidado y cultivo: sembrar, regar, esperar a que fructifique. ‘La amistad es el valor absoluto del aprender, de compartir algo con alguien, la palabra compartida. Vuelen cuanto antes de aquí, lo mejor posible, los necesitamos”. Así concluyó la charla, y cuando abandonaba el Centro preguntó cuantos internos había allí. El director de la cárcel respondió que 1.500, y el Rector matizó, son 1, 2, 3… hasta 1500. Cada uno es una historia, un rostro, una esperanza. Sabia lección de quien se mueve a diario entre universitarios y sigue aprendiendo.
Por María José Atiénzar (*)
Periodista
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