Aleksandr Dunáev
Una nueva ley firmada por el papa Francisco restringe el uso del idioma latín en las misas y provoca una reacción furibunda de las comunidades católicas más tradicionalistas.
Es difícil determinar el momento exacto cuando el latín se convirtió en un idioma muerto, pero, según algunos historiadores, el último hablante nativo de latín fue el filósofo francés Michel de Montaigne que vivió en el siglo XVI.
Hoy la lengua de César y Cícero no se usa en la vida cotidiana, pero sigue siendo el idioma oficial en el Vaticano, donde se puede encontrar incluso en los cajeros automáticos. Además, cada año los lingüistas de la Santa Sede enriquecen el latín con nuevas palabras, como, por ejemplo, "instrumentum computatorium" para ordenador o "breviloquia" para tuit.
Puede parecer extraño que esta lengua, considerada muerta desde hace siglos, aún sea capaz de suscitar fuertes pasiones y polémicas. No obstante, últimamente entre los católicos se está librando una verdadera batalla, causada precisamente por la cuestión lingüística.
MISAS CADA VEZ MENOS LATINAS
Durante muchos siglos el latín fue la única lengua, en la cual se celebraban las misas en las iglesias católicas, a pesar de que la mayoría de los feligreses no lo entendían. La situación cambió en los años 60, cuando el Concilio Vaticano II reformó la liturgia, instaurando la así llamada Misa Nueva y permitiendo el uso de las lenguas vernáculas.
En las décadas sucesivas la Santa Sede aprobó una serie de medidas que, en práctica, casi eliminaron el uso litúrgico del latín. El ala tradicionalista de la Iglesia católica veía de muy mal ojo esta evolución e insistía en que había que mantener la vieja liturgia, denominada Misa Tridentina.
En 2007 Benedicto XVI, predecesor de Francisco, trató de ganarse las simpatías de los grupos católicos más conservadores, emitiendo el motu proprio "Summorum pontificum", con el cual liberó a los sacerdotes de la necesidad de solicitar a los obispos el permiso para oficiar la misa en latín, si lo querían los fieles.
Ahora, 14 años después, el papa Francisco consideró que esta libertad "fue usada para aumentar las distancias, endurecer las diferencias, construir oposiciones que hieren a la Iglesia y obstaculizan su camino, exponiéndola al riesgo de la división".
Por lo tanto, con el motu proprio "Traditionis custodes", se vio "obligado a revocar la facultad concedida por mis predecesores". Desde ahora las misas en latín no se celebrarán en las iglesias parroquiales, mientras los curas que lo quieran hacer deberán solicitar la autorización a los obispos, los cuales, a su vez, tendrán que consultar a la Santa Sede.
IRA DE LOS CONSERVADORES
Para los tradicionalistas es una bofetada. Los usuarios las redes sociales y los medios conservadores se expresan sin medias tintas. Así, para el periódico de derecha "Libero Quotidiano", la decisión de Francisco obligará a los fieles que quieran celebrar la misa tridentina a hacerlo "en las catacumbas, de manera clandestina, exactamente como preconizaba Benedicto XVI, ya que algunos prelados no renunciarán fácilmente a la misa de Jesucristo".
La oposición tradicionalista cuenta con varios personajes de alto rango. Uno de los recalcitrantes es el cardinal emérito de Hong Kong, Joseph Zen, que declaró que "la misa tridentina no divide, sino nos une a nuestros hermanos de todas las épocas y a los mártires de todos los tiempos, a los que combatieron por su fe".
A su vez, el cardinal alemán Mueller opina que la decisión de Francisco tiene "la intención clara" de "condenar la misa tridentina a la extinción a largo plazo" y observa sarcásticamente que "la unidad en la confesión de la fe revelada y la celebración de los misterios de la gracia en los siete sacramentos no requieren en absoluto una uniformidad estéril de la forma litúrgica externa, como si la Iglesia fuera una cadena hotelera internacional de diseño homogéneo".
De momento, los conservadores no quieren ceder a la presión del Vaticano, pero la resistencia les puede salir caro. Los medios recuerdan la historia del obispo francés Marcel Lefebvre, un ferviente defensor del rito tridentino que oficiaba en latín y fue excomulgado en 1988 por el papa Juan Pablo II.
Treinta años después en los círculos tradicionalistas de la Iglesia católica sigue habiendo muchos seguidores de Lefebvre, pero, con su última decisión, el papa Francisco demostró que está dispuesto a tratarlos con dureza. La batalla por el latín continúa.
Con información de Sputnik