Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Los valores constituyen un punto obligado de aprendizaje e interiorización si anhelamos salir de tan lacerante crisis moral. Son adquiridos durante nuestra vida por influencia del sistema educativo y el entorno. Según como fueron recibidos pueden ser estables y permanentes en el tiempo. A determinada edad definimos los que regirán nuestras acciones, a partir de un proceso de reflexión.
Al aplicarlos se transforman en un hábito y, consecuentemente, en una virtud destinada a propiciar una coexistencia armónica. Evitemos compararlos con una “camisa de fuerza” que impide el pleno y libre desenvolvimiento. Todo lo contrario: contribuyen a encaminar nuestro cometido dentro de un conjunto de parámetros de convivencia con la comunidad en la que interactuamos.
Los “valores corporativos” son parte de la cultura organizacional y delimitan los aspectos y las ventajas comparativas que guiarán su desarrollo. Es decir, muestran sus creencias de manera compartida, estipulan el comportamiento de sus integrantes y se orientan en concordancia con sus planes de actuación.
Su establecimiento proporciona cualidades internas y externas; ayudan a comprobar si van por el camino correcto para alcanzar sus objetivos; tienen vital trascendencia en la imagen del negocio. Estos principios rectores deben estar expresados en su visión, misión y reflejarse en sus políticas. Representan una especie de “columnas vertebrales”; convendría que sean claros, de aplicación obligatoria, fácil implementación y explicados en los procesos de inducción y capacitación. Su utilidad compromete a todos sus miembros.
Existen los “valores corporativos” de empresa, de empleados y del producto o servicio. El primero, son los adoptados por la organización como entidad; el segundo, corresponde a la conducta de los integrantes de la institución; el tercero, hace referencia a las características de sus bienes o servicios.
No obstante, en ocasiones son concebidos como un conjunto de vocablos declarativos, simbólicos, carentes de trascendencia y que, únicamente, están enmarcados en un cuadro en las oficinas, expuestos en memorias anuales y acogidos en función de coyunturas, estamos anímicos o intereses. Incluso se exige su cumplimiento a ciertas instancias en contradicción con el proceder de quienes ostentan posiciones de liderazgo.
Su correcto uso demanda que quienes ocupan altos rangos posean el perfil ético para avalar un orden acorde a los “valores corporativos”. Conviene evidenciarlos en cada ámbito, resolución y acontecimiento. Tienen que estar presentes en todos los grupos de interés; por lo tanto, estarán en los acuerdos de su directorio como en el desempeño de quienes laboran en ventas, marketing, logística, etc. y describir la relación con el público interno y externo.
De allí, la importancia que en los procesos de selección de personal y de ascensos, se evalúen con detenimiento los valores del postulante o candidato a un cargo de mayor jerarquía, con la finalidad de garantizar su coincidencia con los estándares institucionales. Sugiero coherencia conductual a fin de asegurar la vigencia.
“La importancia de fomentar los valores hace parte del ADN y la personalidad de la compañía, lo cual se refleja en los comportamientos de los colaboradores. Asimismo, permiten identificar si una persona puede adaptarse exitosamente a la compañía con su forma de ser y relacionarse con los otros”, afirmó José Manuel Echeverri, director de Recursos Humanos de la multinacional británica Reckitt Benckiser.
Los “valores corporativos” están en la mira con mayor intensidad de lo imaginado. Los actos ponen a prueba su validez. Así lo podemos constatar en el abogado de un estudio jurídico que alarga un juicio para no perder a su cliente; el médico de una clínica que somete a sus pacientes a chequeos innecesarios para aumentar sus honorarios; el profesor de una entidad educativa al que le copian su separata para dársela a un colega amigo de la autoridad académica; el turista de cuyo desconocimiento se aprovecha el hotel o restaurante para cobrarle sumas excesivas por un servicio, etc.
Tan solo observar el proceder del personal de atención al cliente permite deducir su existencia. También, debemos considerar como elemento determinante la atmósfera de trabajo y los niveles de confiabilidad y transparencia en la relación interpersonal entre sus integrantes. No se requiere un análisis complejo para deducir cómo se encuentran posesionados. Múltiples sucesos cotidianos explican sus reales alcances.
Es pertinente su incorporación en los códigos o manuales de ética y, con especial énfasis, entender su impacto favorable en el clima laboral, en el proceso de fidelización del colaborador, en la toma de decisiones justas y equitativas, en la atracción de socios estratégicos, en el sentimiento de confianza, respeto y credibilidad en la opinión pública, entre un sinfín de beneficios.
“Tus valores definen quien eres realmente. Tu identidad real es la suma total de tus valores”, son las expresivas aseveraciones del experto internacional Assegid Habtewold sobre las que aconsejo tomar conciencia y afirmar sus certeras implicancias.
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/