Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
En múltiples ocasiones escucho aseveraciones como “nadie lo hace” o “todos hacen lo contrario”. Estas expresiones carecerían de mayores implicancias sino fuese por estar formuladas —a partir de mi quehacer personal— para librarse de proceder de una forma correcta y conveniente, debido a la inseguridad imperante. Igualmente, sus lamentables connotaciones me causan un rechazo irrevocable.
En una clase acerca de la etiqueta en las redes sociales me referí a la importancia, como manifestación de afabilidad y cortesía, de escribir un mensaje de agradecimiento y/o bienvenida al establecer un nuevo contacto en medios virtuales como facebook, instagram, linkedin, etc. Los participantes, a pesar de parecerles atinado y elegante el planteamiento, respondieron en conjunto “nadie la hace”.
En otra oportunidad me encontraba explicando la conveniencia de eludir emplear el teléfono celular -salvo una probada emergencia- cuando estamos compartiendo con otras personas, en la esfera amical, familiar o laboral. Inmediatamente recibí la colosal aprobación de los concurrentes a mis severas afirmaciones concernientes a la ausencia de mínimos escrúpulos en innumerables individuos. Prácticamente existe un espíritu de resignación frente esta novedosa indelicadeza. El comentario no tardó en ser “todos hace lo contrario”.
En una disertación para una prestigiosa corporación advertí de las repercusiones y beneficios de la costumbre de saludar —como revelación de una sana conexión interpersonal— y su impacto en las relaciones humanas en el ámbito interno y externo de una organización. Puse como referente lo siguiente: debe saludar quien ingresa a un lugar, sin distinción de sexo, edad o jerarquía. De inmediato escuché como contestación unísona “nadie la hace”.
Al presentarme en mi primera jornada de clase expresé, como es siempre habitual, mi amplia disposición de atender sus consultas e inquietudes con agrado y que, además, pueden escribirme con plena libertad para atender sus correos por las diversas plataformas. Detallé que, siendo estudiantes de la asignatura de etiqueta social y protocolo, sería acertado agradecer las comunicaciones de sus profesores. La reacción unánime de sorpresa fue “nadie lo hace”.
Más recientemente conferencié en un gremio empresarial. Un capítulo de mi intervención estuvo reservada a dilucidar la íntima vinculación de la ética y la etiqueta ejecutiva en el mundo de los negocios y, especialmente, aludí a la trascendencia de lucir un comportamiento digno, transparente y caracterizado por incuestionables valores. Expliqué la interacción del respeto, la puntualidad, el diálogo, la tolerancia, entre otros, como componentes en el cabal perfil integral profesional. Más de un asistente dijo “todos hace lo contrario”.
Mi dilatada experiencia me posibilita confirmar que estos reiterados testimonios están acompañados de la evidente e indisimulada intención de asegurar que lo sostenido sería lo adecuado. No obstante, subsiste un ineludible temor de adjudicarse una determinación ajena o discordante con la actuación de la mayoría. Allí es cuando me detengo, como en otros tantos momentos, a pensar en esa necesidad reinante, en innumerables hombres y mujeres, de obtener el beneplácito público. Sin duda, estamos ante una fatal carencia de autovaloración, firmeza, certidumbre, arrojo e incluso autonomía en las decisiones arrogadas.
Reafirmo lo expuesto en infinidad de certámenes académicos: el ejercicio inalterable de la excelsa educación —en todo tiempo, espacio y acontecimiento— distingue a quien la ejerce, irradia seguridad, enaltece, genera atracción y simpatía y, por lo tanto, facilita una óptima convivencia dentro de un marco de consideración y afabilidad. De allí que, debemos soslayar emplear estas frases para amparar una postura privada de elementales modales. Apliquemos el sentido común, el tino y la pertinencia.
En tal sentido, se requiere afianzar los niveles de autoestima y habilidades blandas para contar con el juicio crítico, la capacidad reflexiva y la voluntad para garantizar que las personas se conduzcan en función de sus convicciones, creencias, principios e intereses. Cuando escuchamos los vocablos “nadie lo hace” o “todos hacen lo contrario” —con cierto ánimo de coartada— tenemos la oportunidad de demostrar que estamos ajenos a la influencia y el reconocimiento del entorno. Insisto: revelemos una potencial autonomía para deliberar en consonancia con nuestra identidad; no en función del aplauso o de la coincidencia colectiva.
En estas eventualidades asumamos el reto de dejar ver, sin ambigüedades, nuestra cualitativa diferencia. Será una manera de exhibir solvente personalidad, atinada educación e innegables destrezas sociales. Esquivemos observar la urbanidad, la amabilidad y la corrección como una camisa de fuerza orientada a limitar nuestras acciones; únicamente, engloban sugerencias encaminadas, de forma homogénea, hacia un sobresaliente lazo humano. En síntesis, es un significativo e invalorable componente destinado a elevar nuestra calidad de vida.
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/