Homosexuales y sociedadchola chabuca ernesto pimentel homosexuales

Ayer, 30 de noviembre, se vio en el Congreso la posible adhesión del Perú a la "Convención Iberoamericana de Derecho de los Jóvenes", instrumento internacional que promueve y protege los derechos de los jóvenes. El tema fue motivo de un debate de posiciones encontradas porque el artículo 5 de la mencionada convención dice: "el goce de los derechos y libertades reconocidos a los jóvenes en la presente convención no admite ninguna discriminación fundada en la raza, el color, el origen nacional, la pertenencia a una minoría nacional, étnica o cultural, el sexo, la orientación sexual...”

Como sabemos, todo convenio, convención o tratado internacional que suscriba el Perú y lo apruebe en el Congreso se convierte en ley, con sus correspondientes prerrogativas y limitaciones. Consecuentemente, hacen bien los congresistas en examinar todas las implicancias que pueda tener la mencionada convención.

Cierto es que la propuesta no dice ni pide que se permita el matrimonio entre personas de un mismo sexo, pero la realidad es que si se aprueba dicha convención —y en particular en virtud de su artículo 5—, cualquier hombre que quiera casarse con otro hombre o mujer que desee casarse con otra mujer podría exigir que un funcionario municipal los case… algo imposible según la Constitución y las leyes peruanas, que contemplan solamente el matrimonio de hombre y mujer (pareja heterosexual).

Éste sería un primer escollo, un conflicto en la legislación: que se apruebe algo (el matrimonio entre personas homosexuales) que no solamente no está previsto en la legislación peruana sino que iría en contra de ella. Un segundo aspecto sería el de la extensión de esos “derechos”, puesto que si se reconoce a los homosexuales el derecho de casarse entre ellos, el paso siguiente será que exijan, por ejemplo, el derecho de adoptar un niño y criarlo.

Lo individual y lo social

Que un hombre o una mujer viva su vida de homosexual y sienta que con esa conducta alcanza la felicidad es algo en lo cual los demás no tienen injerencia; los homosexuales son libres de vivir su inversión sexual diferenciándose de la mayoría heterosexual que constituye la sociedad. Las sociedades humanas, por determinación biológica de las especies, son heterosexuales; la norma es ser heterosexual; la desviación es la homosexualidad. Éste es el punto de partida.

La inclinación o sentimiento homosexual que tienen hombres y mujeres es algo que —si ha de ser— debe concretarse en una relación con otra persona afín, que también sea homosexual. Mientras vivan su vida así, no hay motivos de conflicto con la mayoría heterosexual. El problema se presenta cuando los homosexuales, olvidando su condición de marginales, pretenden no sólo que se les reconozca su libertad de conducta de invertidos sino que además desean acceso a derechos como el matrimonio y la formación de una familia que por naturaleza corresponden a las personas de conducta normal.

En el caso de adopción de niños por parte de los invertidos sexuales, ¿qué ejemplo y modelo social tendría un niño criado por dos varones o dos mujeres que se hayan unido en “matrimonio”?, ¿qué diría o pensaría si ve que los demás niños —la abrumadora mayoría— tienen un padre que es varón y una madre que es mujer?, ¿no se daría cuenta de la diferencia cada día al regresar de la escuela y encontrarse con dos hombres o con dos mujeres que usurpan el lugar de una pareja normal?

Vivir y dejar vivir

Lo que desean los homosexuales —sean maricones o lesbianas— es vivir en paz, sin ser discriminados. Así debe ser, nadie tiene el derecho de molestar o discriminar a una persona que sea homosexual; pero primero los homosexuales deben reconocer cuál es su lugar en la sociedad como miembros que son de una minoría infractora de las leyes naturales, la cual, como tal, ha de vivir sin llamar la atención ni dar malos ejemplos. Queremos referirnos, por ejemplo, al artista nacional Ernesto Pimentel.

Él es una persona inteligente —se nota cuando expresa sus pensamientos con toda claridad— y que, además, tiene un grado de coraje, como lo demostró cuando, adelantándose a una amenaza de extorsión, declaró públicamente ser portador del virus de inmunodeficiencia humana. Debemos decir también que es solidario. Todas estas buenas cualidades, sin embargo, se diluyen en la valoración social cuando este señor persiste en la obsesión de exhibir su mariconería con el pretexto de su actuación artística. Sucede que la mayor parte del tiempo aparece representando a la Chola Chabuca, grotesco personaje al cual da vida un travestido Ernesto Pimentel.

¿Qué quiere Ernesto Pimentel? ¿Desea él que a los niños les parezca normal ver a un hombre vestido de mujer? ¿No se da cuenta de que está preparando el terreno para que nuestros hijos vean a un invertido sexual como si fuera una persona normal? No criticamos a Ernesto Pimentel porque sea homosexual sino por el permanente abuso que mediante su “arte” perpetra contra la normal formación de la niñez y juventud. ¿Tiene derecho de trabajar representando a una mujer contrahecha? ¡Por supuesto que lo tiene, pero que haga eso en clubes nocturnos, boites, discotecas de ambiente o en lugares de reunión de homosexuales! ¡Que viva su vida de homosexual pero que no contamine con su perversión a nuestros hijos! ¡Ni él ni nadie!

 

Esperamos que nuestros legisladores no aprueben la firma por el Perú de la "Convención Iberoamericana de Derecho de los Jóvenes"; no tienen el derecho de poner a nuestro país en una situación en que por dar cabida a caprichos de homosexuales resulte cada vez más difícil mantener la vigencia de valores sociales y patrióticos.

Es necesario que la Defensoría del Niño, el ministerio de la Mujer y la Asociación Nacional de Anunciantes actúen no con palabras, sino con hechos en defensa de la integridad moral de los menores, a quienes tanto llaman el futuro del Perú.