Eliminar la violencia machista, una cuestión de derechos
Por Xavier Caño (*)
“Me duele y me ofende que donde más seguras deberían estar las mujeres, el hogar, sufran las mayores agresiones. México es por desgracia un país con cultura machista”. Lo dijo el presidente de México, Felipe Calderón, conmemorando la jornada internacional para eliminar la violencia contra la mujer. El dato de que sólo en el Distrito Federal, hayan sido asesinadas más un centenar de mujeres de enero a septiembre de este año, da la razón al mandatario. Pero, no sólo en México.
Todos los estudios hasta la fecha concluyen que los malos tratos y asesinatos de mujeres por parejas o ex parejas son un problema universal que no distingue nacionalidades, culturas, nivel cultural o nivel económico. Por ejemplo, los países con mayor número relativo de asesinatos de mujeres por sus parejas o ex-parejas son de los más civilizados y desarrollados de Europa: Finlandia y Suecia.
En América Latina, el problema también es grave. En Costa Rica, desde 1990 a 1999, fueron asesinadas 184 mujeres; en El Salvador, según datos de la Policía Nacional Civil, en este 2007 fueron muertas violentamente 228 mujeres, y el año pasado, 421; en Guatemala, más de 200 en 2005; según Red Solidaria de Argentina, en ese país han sido asesinadas este año 100 mujeres y en una de cada cinco parejas, el hombre maltrata a la mujer…
Más allá de las cifras, mientras una sola mujer sea golpeada o asesinada por quien dice amarla, por quien convive o convivió con ella, tenemos un gravísimo problema que resolver.
¿Qué ocurre cuando las mujeres emigran a países desarrollados, para huir de la pobreza, porque quieren y tienen derecho a mejorar? En el mundo desarrollado encuentran de nuevo el problema de los malos tratos, de la muerte violenta.
Según un reciente informe de Amnistía Internacional, en España, las mujeres inmigrantes están mucho más indefensas que las autóctonas ante la violencia machista. Elegimos este país, porque ahí se ha investigado sobre el problema. El difícil acceso a la información para poder protegerse, así como la dependencia económica de sus parejas, más la dificultad del idioma -aunque ése no es el caso de las latinoamericanas-, hacen más vulnerables a las mujeres que han emigrado.
Según la citada ONG, el número de mujeres inmigrantes asesinadas por sus parejas o ex parejas es seis veces superior al de las españolas. Cuando Amnistía Internacional finalizó el informe, habían sido asesinadas 65 mujeres, de las que 24 eran emigrantes. Y en semanas posteriores, hasta el 28 de noviembre, murieron violentamente 14 mujeres más, de las que 5 eran emigrantes.
Según el Consejo General del Poder Judicial de España, en 2006, en un caso de cada cuatro de mujeres muertas por violencia machista, víctima y agresor eran inmigrantes.
La relevancia del incremento de mujeres inmigrantes como víctimas de violencia de género, ¿se debe acaso a que los varones que emigran como parejas, novios o maridos son más machistas que los autóctonos del país? Esa convicción probablemente forme parte de creencias no documentadas, pero, sin descartarlo (ahí está la declaración del presidente de México), lo investigado es que las mujeres inmigrantes, por serlo, son más vulnerables, y que la disminución de mujeres inmigrantes como víctimas de violencia machista ha de venir porque tengan mayor acceso a información, al conocimiento de entidades que las apoyan y pueden ayudar, a la mejor disposición de los funcionarios del Estado… El apoyo y ayuda a las mujeres inmigrantes con riesgo de violencia machista no es por graciosa concesión sino por reconocimiento de los derechos que tienen, en su país, aquí o donde vayan.
Y en cuanto al posible machismo específico de sus verdugos, por ser de otro lugar, de otras culturas y tradiciones, dejemos claro que, frente a tradiciones y culturas, priman sin discusión los derechos humanos, cuya declaración universal, por cierto, ha sido firmada y ratificada por la mayoría de estados del mundo. Y eso no es papel mojado ni retórica hueca. Porque esos derechos humanos no son privativos ni propiedad de nación ni cultura alguna. Entre ellos destacan el derecho a la vida, el derecho a la integridad y el derecho a no sufrir malos tratos y a no ser torturado. Que es precisamente de lo que estamos escribiendo.
(*) Escritor y periodista
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