Por José Carlos García Fajardo (*)
“El declive de la familia burguesa es un fruto indirecto del capitalismo y de la liberación de la mujer. Ahora, las uniones familiares son muy variadas, porque se basan no tanto en la economía como en los sentimientos”, sostiene el profesor Ignacio Sotelo, sociólogo eminente.
Ante la crisis de la familia tradicional en los países más desarrollados, el profesor arguye que a los conservadores tradicionales, que definen la familia como la institución básica de la sociedad, les agobia comprobar que la evolución existe y la diversidad de tipos en que se ha descompuesto.
“Reducida a un conglomerado de vínculos afectivos, la familia ha dejado de constituir la base económica de nuestra existencia, sin que proporcione tampoco el estatus social que nos identifica. Que se exprese en sentimientos y afectos favorece que se despliegue una enorme variedad de tipos: uniones de hecho o legalizadas, en las que ambos cónyuges trabajan o sólo uno, con o sin hijos, biológicos o adoptivos, monoparentales, una sola persona, por lo general la mujer, con un hijo o varios, o aquellas familias que reúnen hijos tenidos en distintos matrimonios, uniones heterosexuales u homosexuales.”
La familia burguesa, sustentada en la relación afectiva y en la seguridad económica, es ahora más inestable. El control de la natalidad, la educación y la actividad laboral de las mujeres han facilitado que muchos jóvenes renuncien al vínculo familiar, y que la variedad de tipos de familia haya aumentado hasta el punto de que incluso la institución amenace con desaparecer.
El profesor Sotelo argumenta que, en la Antigüedad, la familia perdió su dimensión política; en la modernidad, la económica; ahora sólo conserva la afectiva, y los sentimientos permiten formas muy variadas. En tiempos pasados fue muy difícil sobrevivir al margen de la protección familiar. Baste con recordar el destino de la mujer que quedaba soltera o se atrevía a romper el matrimonio; era excluida socialmente.
Traspasadas a la sociedad las funciones económicas, políticas y sociales que la gran familia desempeñó en el pasado, el nuevo tipo de familia nuclear se distingue del anterior por instalar el matrimonio en una relación afectivo sexual previa. Cuando el patrimonio familiar deja de ser pertenencia exclusiva del padre y pasa “a convertirse en una preocupación compartida por ambos cónyuges”, la relación de la pareja transforma el poder del paterfamilias, dando a la familia una dimensión espiritual. Al educar conjuntamente a los hijos, la reproducción alcanza su verdadera dimensión moral.
La familia tradicional era una institución permanente: se nace y se muere dentro de ella, sin que la voluntad libre sea definitoria; en cambio, el carácter más llamativo de la familia nuclear moderna es que es perecedera. La familia se transforma cuando los hijos se independizan al llegar a la mayoría de edad, formando un nuevo núcleo familiar, o cuando se disuelve por la misma decisión libre que la fundó. “El divorcio es la consecuencia lógica de la espiritualización de una unión matrimonial realizada en libertad. Del vínculo amoroso entre los esposos, libremente elegido, proviene la nueva espiritualidad de la familia moderna”, el afecto y el miedo a la soledad, pero también su precariedad. En la sociedad tradicional agraria, todos los miembros de la familia trabajan en la casa; en la sociedad moderna, el varón fuera y la mujer dentro; en la sociedad postmoderna, ambos fuera de casa. Tampoco es admisible que se impida que en la escuela se hable de la propia realidad, haciendo explícitos los muy diversos tipos de familia o negando la igualdad de derechos a los que establezcan otras formas de relaciones familiares. En caso de enfermedad, invalidez, desempleo y vejez, eventualidades en las que antes no cabía salir adelante sin la ayuda de la familia, ahora es el Estado social el que proporciona la seguridad mínima imprescindible.
Reconstruir la familia burguesa, reponiendo al marido en el anterior privilegio de ser el sustento económico y único administrador de los bienes familiares, significaría prohibir el trabajo de la mujer casada y desmontar el Estado social. La cuestión clave es cómo se resolverá la reproducción y educación de las nuevas generaciones. A los más conservadores les horroriza la evolución de la familia postmoderna.
Se podrá disentir del profesor Sotelo que sostiene que “nada cambia porque arremetan contra la crisis actual de valores, como si en una historia milenaria en la que encontramos tantos tipos diferentes de familia cupiese definir uno como el definitivo”. El debate está servido y no cabe ignorarlo porque la vida es terca y “arrojar la cara importa que el espejo no hay porqué”.
(*) Profesor de Pensamiento Político y Social (UCM)
Director del CCS
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