Por Humberto Campodónico
En su columna de ayer en Perú.21, Jorge Bruce nos recuerda la terrible tortura que militares argentinos infligieron, en 1980, a María Inés Raverta, ciudadana argentina, con la complicidad de agentes peruanos del Servicio de Inteligencia. Al final de la cita, tomada del libro de Ricardo Uceda "Muerte en el Pentagonito", se dice: "Los hombres, al comienzo, no le preguntaban nada, como si únicamente pretendieran internarla en el infierno del dolor".
Las "técnicas" utilizadas por los militares argentinos podrían ser interpretadas como "simples" actos de tortura para doblegar a la víctima y obtener una confesión. Cierto, esa meta tradicional está presente. Pero el verdadero objetivo iba mucho más allá, pues se trataba de extirpar de raíz las ideas, la concepción del mundo de los izquierdistas de la época, con ese sentido común que apelaba a nociones solidarias y no individualistas.
A esto se refiere Naomi Klein en su último libro "La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre" (*). A partir de una detallada investigación, Klein demuestra que, desde fines de los años 40, la CIA auspició y financió las investigaciones de importantes psiquiatras en EEUU, entre ellos Ewen Cameron.
Cameron no quería curar a sus pacientes, "sino re-crearlos, usando un método que rompa con todos sus patrones patológicos. El primer paso consistía en hacer que su mente volviera al momento que Aristóteles llamaba "tabula rasa", cuando nada todavía estaba escrito. Cameron creía que podía lograrlo atacando el cerebro con todo los métodos conocidos que interfirieran con su funcionamiento normal –incluido el electroshock– todos al mismo tiempo" (Pág. 32). Se trata de "controlar su voluntad, sus percepciones y su comprensión para volverlo, literalmente, impotente y que no pueda actuar ni reaccionar", (Pág. 7).
Una vez en el estado de "pérdida masiva de la memoria", Cameron les hacía escuchar, una y otra vez, mensajes con nuevos contenidos que, supuestamente, le cambiarían la personalidad. Klein afirma que estos métodos fueron probados por la CIA, sobre todo en Chile, Brasil y Argentina como parte de la Operación Cóndor. También forman parte de la doctrina de Bush y los neoconservadores, materializadas en el cambio de los reglamentos militares para el uso de este tipo de tortura en Abu Graibh y Guantánamo.
Este tratamiento de "shock" no solo tiene que ver con la mente, sino que tiene también un contenido económico. Se aprovecha cualquier tipo de shock, ya sea provocado (como la guerra o un golpe de Estado) o producto de un desastre natural (Katrina en Nueva Orleans; el maremoto del sudeste asiático; quizás el terremoto de Pisco) para introducir las reformas de contenido neoliberal: desregulación, liberalización y privatización (hasta de las escuelas públicas). Klein afirma que este "capitalismo del desastre" y las terapias de shock económico están íntimamente relacionadas. A esa conclusión llega después de analizar a Milton Friedman en la escuela de Chicago, su rol en la formación de un núcleo de economistas convencidos, así como su relación, a través de economistas chilenos formados en Chicago, con los militares chilenos, mucho antes del golpe contra Allende en 1973.
Klein dice que "la misión de Friedman descansa en el sueño de volver a la economía al estado de salud natural, cuando todo estaba en equilibrio, antes que las interferencias humanas crearan los intervencionismos que distorsionan el orden económico algo que solo podría lograrse tomando 'medicina amarga', el shock económico" (Pág. 50).
El pensamiento neoconservador de Bush bebe de estos, y otros, planteamientos cuyo denominador común es la posesión de la verdad. Pero así como las torturas no han logrado llegar a la "tabula rasa", tampoco el fundamentalismo económico ha logrado su utopía, aunque sí ha agravado la pobreza y la desigualdad. Por eso, más allá de las torturas a María Inés Raverta, que en paz descanse, lo que nos dice el libro de Klein es que el capitalismo del shock y del desastre no es algo que "fue" hace 30 años. Está hoy aquí, vivo y coleando.
(*) Metropolitan Books, New York, 2007.
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