Feracidad creadora de Félix Calderón
por Herbert Mujica Rojas
Raros son los casos en que un embajador, a la par de sus múltiples actividades institucionales, prodigue excepcionales esfuerzos a la creación intelectual. El diplomático Félix C. Calderón, nuestro representante en Sudáfrica, presenta mañana miércoles el tercer tomo de su meticulosa, feraz y feroz por detallista, investigación sobre Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar. En la Universidad Ricardo Palma y a cargo del maestro Vicente Ugarte del Pino, nacerá el capítulo Descodificando la creación de Bolivia, que sucede a La fanfarronada del Congreso de Panamá (tomo II, 2007) y a La usurpación de Guayaquil (tomo I, 2005).
Raros son los casos en que un embajador, a la par de sus múltiples actividades institucionales, prodigue excepcionales esfuerzos a la creación intelectual. El diplomático Félix C. Calderón, nuestro representante en Sudáfrica, presenta mañana miércoles el tercer tomo de su meticulosa, feraz y feroz por detallista, investigación sobre Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar. En la Universidad Ricardo Palma y a cargo del maestro Vicente Ugarte del Pino, nacerá el capítulo Descodificando la creación de Bolivia, que sucede a La fanfarronada del Congreso de Panamá (tomo II, 2007) y a La usurpación de Guayaquil (tomo I, 2005).
Simón Bolívar, en el ADN espiritual peruano, y por el martilleo repetidor de fábulas y mitos, es casi un dios intachable. Pero en el prólogo que hiciera el desaparecido ilustre Alonso Benavides Correa al libro príncipe de la serie de Calderón, escribió con pluma afilada lo siguiente: "Bolívar —el guerrero, el hombre de salón, el orador, el escritor, el político, el estadista, el legislador— no amó al Perú." Y la lectura, monumental, puntillosa, polémica, formidable, de lo escrito por el embajador Calderón, así lo confirma.
Importante es, para evitar dislates tan usuales en lectores apresurados y poco serios, recordar que Bolívar alentó y celebró la yugulación de Guayaquil del Perú. Además, se constituyó en dictador mañoso y caminó por enjuagues de los que decía estar lejano, pero contó siempre con un enjambre de áulicos funcionales encargados del juego subalterno. Declaró la guerra al Perú, dijo cosas que dudosamente podrían pasar como demostraciones de afecto o amor a nuestra nación. Por último, dejó las piedras fundamentales de lo que a posteriori ha constituido el detonante, en el sur, de los problemas limítrofes, guerreros y fatídicos con Chile, que hasta 1879, carecía de frontera con Perú.
Y en palabras del propio Bolívar, haciendo recensión literal de sus cartas que con manía grafológica hacía transcribir a sus numerosos ujieres-secretarios, el venezolano, da cuenta, a veces en forma contradictoria, de múltiples sucesos que historiadores de alquiler han acomodado para engrandecer el mito impoluto —según ellos— de una persona con megalomanía aguda. Bolívar fue tan solo un hombre, con rasgos de inteligencia superior y entendimiento profundo del alma humana y por eso su imperio enérgico sobre seres y temas. No pocas veces, anota Félix C. Calderón, hasta parecía prever el futuro y armaba con lógica perversa las excusas que podían favorecerle en no pocos sucesos.
Perú no es un país muy grato con sus escritores. Las más de las veces los ignora por pura pereza y falta de creatividad. Aquí los genios se fabrican a punta de propaganda en los diarios y vale más que la ciencia estudiada, un buen pariente, un lazo por matrimonio o adulterio, con dueños de medios de comunicación. Obvio que de por medio hay también pingues convenios económicos que necesitan vender adefesios a los que llaman libros y de los que hay propaganda intensa.
Este es un caso distinto.
Merced a sus propios fondos, cuidadosamente destinados al propósito inequívoco de la investigación, el embajador Calderón ha sacado, contra viento y marea, una portentosa producción que se acerca ya a los diez libros en los últimos 7 años. El promedio le evidencia en su rapidez y buida pluma. Ha hecho análisis que merecerían reediciones para ilustración de escolares, universitarios, empresarios, políticos y público en general sobre álgidos capítulos como son los contenciosos limítrofes con Ecuador y con Chile. El Tratado de 1929. La otra historia, sobre la difícil vecindad con el país del sur, es probablemente, el mejor tratado que en torno a ese urticante acápite se haya escrito en la historia del Perú. Bien haría el ministerio de Educación en aprehender la urgente necesidad de tener un manual como aquél, en estos días.
Este modesto artículo pretende significar un homenaje al esfuerzo solitario de un peruano con pruebas de amor por la patria y de cuyos testimonios hay hitos en forma de artículos poderosos y motivadores de polémica y la real politik. Cuando la orfandad intelectual, parecía apoderarse de Torre Tagle, el ejemplo de Félix C. Calderón, otorga la posibilidad de creer que está invicta la savia creadora, el elan luminoso, la tea incandescente en esa institución.
Perú puede enorgullecerse, en la figura de uno de sus hijos, muy mucho, porque así debe premiarse lo que es un esfuerzo individual para el colectivo de la nación.
Lea www.redvoltaire.net
hcmujica.blogspot.com
Skype: hmujica
Importante es, para evitar dislates tan usuales en lectores apresurados y poco serios, recordar que Bolívar alentó y celebró la yugulación de Guayaquil del Perú. Además, se constituyó en dictador mañoso y caminó por enjuagues de los que decía estar lejano, pero contó siempre con un enjambre de áulicos funcionales encargados del juego subalterno. Declaró la guerra al Perú, dijo cosas que dudosamente podrían pasar como demostraciones de afecto o amor a nuestra nación. Por último, dejó las piedras fundamentales de lo que a posteriori ha constituido el detonante, en el sur, de los problemas limítrofes, guerreros y fatídicos con Chile, que hasta 1879, carecía de frontera con Perú.
Y en palabras del propio Bolívar, haciendo recensión literal de sus cartas que con manía grafológica hacía transcribir a sus numerosos ujieres-secretarios, el venezolano, da cuenta, a veces en forma contradictoria, de múltiples sucesos que historiadores de alquiler han acomodado para engrandecer el mito impoluto —según ellos— de una persona con megalomanía aguda. Bolívar fue tan solo un hombre, con rasgos de inteligencia superior y entendimiento profundo del alma humana y por eso su imperio enérgico sobre seres y temas. No pocas veces, anota Félix C. Calderón, hasta parecía prever el futuro y armaba con lógica perversa las excusas que podían favorecerle en no pocos sucesos.
Perú no es un país muy grato con sus escritores. Las más de las veces los ignora por pura pereza y falta de creatividad. Aquí los genios se fabrican a punta de propaganda en los diarios y vale más que la ciencia estudiada, un buen pariente, un lazo por matrimonio o adulterio, con dueños de medios de comunicación. Obvio que de por medio hay también pingues convenios económicos que necesitan vender adefesios a los que llaman libros y de los que hay propaganda intensa.
Este es un caso distinto.
Merced a sus propios fondos, cuidadosamente destinados al propósito inequívoco de la investigación, el embajador Calderón ha sacado, contra viento y marea, una portentosa producción que se acerca ya a los diez libros en los últimos 7 años. El promedio le evidencia en su rapidez y buida pluma. Ha hecho análisis que merecerían reediciones para ilustración de escolares, universitarios, empresarios, políticos y público en general sobre álgidos capítulos como son los contenciosos limítrofes con Ecuador y con Chile. El Tratado de 1929. La otra historia, sobre la difícil vecindad con el país del sur, es probablemente, el mejor tratado que en torno a ese urticante acápite se haya escrito en la historia del Perú. Bien haría el ministerio de Educación en aprehender la urgente necesidad de tener un manual como aquél, en estos días.
Este modesto artículo pretende significar un homenaje al esfuerzo solitario de un peruano con pruebas de amor por la patria y de cuyos testimonios hay hitos en forma de artículos poderosos y motivadores de polémica y la real politik. Cuando la orfandad intelectual, parecía apoderarse de Torre Tagle, el ejemplo de Félix C. Calderón, otorga la posibilidad de creer que está invicta la savia creadora, el elan luminoso, la tea incandescente en esa institución.
Perú puede enorgullecerse, en la figura de uno de sus hijos, muy mucho, porque así debe premiarse lo que es un esfuerzo individual para el colectivo de la nación.
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